Alexander Calder halla la cuarta dimensión en Londres
Alexander Calder despliega sus piezas de metal en la Tate Modern, para destruir la falta de movimiento en la concepción artística.
Las máquinas siempre estaban en movimiento en el estudio del ingeniero de Filadelfia, mientras la abstracción robaba espacio a las estructuras racionales.
Cual relatos surgidos de algún cuento nocturno, las figuras de Alexander Calder (Lawton, Pensilvania, USA, 1989- Nueva York, 1976) hablan de paisajes troquelados; reinos de Oz, en los que la realidad se funde con los terrones edulcorados de los espíritus soñadores.
El citado escultor y maquetista, que posó desnudo para un boceto de su progenitor cuando era adolescente, luchó aguerridamente contra el estatismo espacial en sentido literal, a través de una mezcla sincera entre fórmulas geométricas y variaciones románticas de cubismos luminosos.
Pasaporte con el que sus estatuas han viajado a la ciudad del Big Ben, para ejercer de hipnotizadoras visuales con sus espejismos compactos y cromáticos.
ALEXANDER CALDER Y SU SHOW EN ACCIÓN
Pasear por los ingeniosos modelos mecánicos obra del nieto de Alexander Milne Calder es como adentrarse en un cuadro de inspiraciones ancestrales, casi ubicado en los márgenes efervescentes de las narraciones de Hans Christian Andersen y Lewis Carroll. Así es como se percibe la presencia de las potentes piezas con las que el norteamericano desafió la tridimensionalidad, siempre en perpetua búsqueda de un cuarto acceso para seducir la retina y el tacto de los visitantes.
Estas tesis obtuvieron el peso de la verosimilitud por medio de la formación del estadounidense. Calder fue primero ingeniero que artista, algo que no aplacó sus ansias por ir más allá de las limitaciones propias de lo realizable con una escuadra y un cartabón. Hijo de un experto en instalaciones públicas y de una retratista francesa, el joven Alexander se graduó con sobresalientes resultados en el Stevens Institute of Techonology en Hoboken. Y, con semejante base profesional, el muchacho comenzó a ejercitar su pasión por los esqueletos artificiales sin cortapisa alguna.
Ciencia y Arte, estos fueron los parámetros que guiaron la carrera del hacedor de estructuras movibles. Polos atrayentes que se convirtieron en obsesión cuando AC empezó a trabajar en el Rigling Brothers and Barnum and Bailey Circus. Pasión por los universos paralelos que acabó de nutrir con su catárquico viaje a París, en 1926.
Después de cursar estudios en la Académie de la Grande Chaumière, y de casarse con la activa Louisa James, Calder produjo un sinfín de figuras nacidas de su necesidad por acercarse a los sentidos. Una senda de emociones profundas, en la que se nota la influencia de Piet Mondrian, Fernand Léger, Marcel Duchamp y Jean Arp.
Conforme los escaparates londinenses aprietan los cristales de sus populosas arterias, de cara a las ventas multimillonarias; la antigua central eléctrica publicita, con el rumor del Támesis, su propuesta de fantasías albergadas bajo el ala de los pájaros metálicos de Alexander Calder.
Una verdadera tentación en medio de la metrópoli del cosmpolitismo a ultranza, la cual fagocita ilusiones conforme se acerca la atractiva Navidad (ya sea blanca o no).
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