Turner no necesita cremas
Turner acude a la Tate Britain londinense con sus trabajos más crepusculares. Un conjunto bastante desconocido para el gran público, que muestra la vitalidad de un genio en perpetuo estado de gracia hasta su fallecimiento.
En el silencio sepulcral de su estudio, el hijo del barbero pudo ser testigo excepcional del duelo de eternidades entre la luz y el color, entre la Naturaleza salvaje y el canibalismo punzante de los pinceles.
John Mallord William Turner (Covent Garden, Londres, 1775- Chelsea, 1851) atisbó hasta el final de sus días los discursos inconclusos de las telas en blanco, y los diálogos sustraídos a la experiencia de las maderas y la trementina. Así forjó una cuaderno de bitácora existencial que planeó a lo largo de más de cinco décadas de trabajo, y que en el ocaso de su vida se tornó más magistral, si cabe.
Esos lustros de gomina de quinqué y veladores anímicos son los que recoge la exposición Late Turner- Painting Set Free, que la Tate Britain de la urbe del Támesis programa desde el pasado 10 de septiembre, y hasta el próximo 25 de enero de 2015.
TURNER, EN ESTADO EVOLUTIVO
Según los expertos encargados de seleccionar las piezas (Sam Smiles y David Blayney Brown), entre 1835 y 1851 la visión plástica de J. M. W. T. vistió sus trazos con los ardores sinceros del artista que ya no busca notoriedad alguna, sino la exhibición a retina quebrada de las imágenes que plagaban su soledad.
Encerrados en su casa, la Antigüedad tomó aire de modelo candente a través de la efervescencia creativa del capitalino, mientras los seres de la mitología lamían en la recámara sus heridas sangrantes por pasiones de terrenales esencias.
Pese a haber sido un prodigioso joven (a los 21 años, Turner pintó su inmejorable paisaje “Fishermen At Sea“, en 1796), la ancianidad del ciudadano londinense no pagó la factura del recato en innovaciones.
Una determinación regada con anhelos afectivos y profesionales que dio su fruto a través de obras tan determinantes para el Arte universal como “Ancient Rome: Agrippina Landing With The Ashes Of Germanicus” y “Modern Rome- Campo Vaccino“; “The Wreck Buoy“; o “Heidelberg: Sunset” (escena que estaba encerrada con el cerrojo de la aristocracia en el Castillo de Bamburgh, en Northumberlad). Todas ellas presentes en La Tate.
A pie de recorrido, el visitante -a poco que éste deje escapar su imaginación- puede ser capaz de olisquear el humo asfixiante del incendio del Parlamento, tal cual lo reprodujo Joseph Mallord William en 1835; o los acuosos horizontes hechizados en “Rain, Steam and Speed- The Great Western Railway” (1844).
La muerte le sobrevino al compañero de Sarah Danby con la paleta en la memoria, astillado en su ansiedad por cumplir el pacto con la creatividad.
Con el último suspiro de Mr. T se fugó una ráfaga de aire de la campiña, un oleaje brumoso en las costas arcanas del Reino Unido, un crepúsculo en la montaña de Rigi, un juego de solsticios añorados en las fronteras navegables del Támesis…
Nostalgias de colores decimonónicos y siempre románticos, que consiguieron hipnotizar a generaciones enteras de paisajistas. Herederos de un estilo oleoso y de carboncillo, con el que el hermético maestro de la plasticidad alcanzó las simas celestiales de Avalon.
Nota.- La exposición se completa con el apartado “Turner Colour Experiments“, a cargo del responsable del famoso The Water Project 2003: Olafur Eliasson.
Más información en http://www.tate.org.uk/visit/tate-britain