Scream encarrila su tetralogía
El asesino de la careta de tienda de Halloween porta nuevamente su cuchillo para aterrorizar a la incauta Sidney Prescott. Ya ha pasado más de una década desde que el criminal con capa se las hiciera pasar canutas a la chica, mientras ésta intentaba sobrevivir a un ambiente familiar marcado por la tragedia. En esa primera ocasión, su noviete era el que se escondía bajo un disfraz tan cool; y supuso la presentación inicial de la saga con el título de Scream, de la mano de Wes Craven en el apartado de la dirección.
Dos películas más y catorce tacos después, el autor de Pesadilla en Elm Street se pone otra vez el uniforme de realizador y firma esta cuarta entrega, que bien podría ser la última de la franquicia. Ante tal evento, regresan a sus papeles originales la ya treintañera Neve Campbell (cuando empezó a poner palmito al personaje de Sidney Prescott, aún iba al instituto en la ficción); el simpático David Arquette (como el despistado sheriff Dewey Riley) y la periodista multiusos Gale Weathers-Riley (en la piel de Courtney Cox).
En la trama, la acción se sitúa un tiempo después de que Prescott saliera indemne, por los pelos, del rodaje de Puñalada 3; pero el terror a que otro descerebrado reverdezca el sangriento pasado de la gachí sigue persiguiendo a Sidney. Aunque, los psiquiatras suelen decir que nada como la terapia de shock para vencer los miedos interiores; por lo que la chica toma la decisión de afrontar sus terrores metamorfoseados en un encapuchado con careta de esqueleto. Lo que no sabe es que el asesino también conoce lo de hacer terapia, y está dispuesto a impedir que la mujer olvide su relación con el criminal con ínfulas de charcutero después de tres intentos para darse matarile mutuamente (hay aceros que unen más que las tarjetas de San Valeintín).