Pearl Jam echan el freno
La banda de Seattle da rienda a la experimentación, con "Gigaton" (Republic Records/ Universal): un disco en el que el grupo liderado por la voz de Eddie Vedder rebaja sus sonidos agresivos de antaño.

Pearl Jam es un grupo de directos enloquecedores e inspirados; al que no le sienta muy bien pasar por el estudio de grabación, para añadir nuevos temas a su ya legendario cancionero de incontestable brillantez musical.
Incluso sus más fervientes admiradores suelen declarar que la magia impresa en los geniales Vitalogy o No Code no se respira en las atmósferas más adocenadas de las últimas obras de los estadounidenses. Sin embargo, comparado con el poco estimulante Lightning Bolt (editado en 2013), Gigaton resulta ser un trabajo esperanzador, y hasta explica con suficientes argumentos el intento de cambio preconizado por el productor Josh Evans.
La madurez, a la que se añade el hecho de ser los supervivientes más señeros del épico sonido grunge, ha convertido a Pearl Jam en una especie de rara avis, dentro del panorama musical del rock alternativo. De esta manera, Eddie Vedder, Stone Gossard, Jeff Ament, Mike McCready y Matt Cameron parecen ir sin brújula, por el proceloso océano de las metamorfosis necesarias; aunque estas no sean aceptadas con el mismo énfasis por todos los miembros del icónico quinteto de Seattle.
Esto hace que Gigaton adquiera un sentido claro de ejercicio de prueba creativa, en el que es posible localizar vasos comunicantes con las somnolientas baladas de Bruce Springsteen; los delirios sinfónicos de Led Zeppelin; o los coloristas y enérgicos desfogues instrumentales de The Who.

El existencialismo de carretera y asfalto, aparte de las críticas manidas hacia la política de Donald Trump y un puñado de tibios mensajes relativos a la defensa del medio ambiente. es el auténtico hilo conductor de los 12 cortes que alimentan el undécimo álbum de Pearl Jam.
Y esa filosofía de estribillos contagiosos permite comprender el cansancio amortiguado que despliega el heterogéneo fondo de la docena de letras, tonadas huidizas y con líricas crepusculares.
Unas composiciones que juegan constantemente con los tiempos, y con las invitaciones veladas a sinfonías perdidas en atmósferas expansivas y ancestrales.
PEARL JAM SE APRESTAN A IMAGINAR ESCENARIOS RENOVADOS
Los treinta años de historia de Pearl Jam pesan en esta etapa más sedentaria de la formación de Seattle, como si a los únicos representantes visibles del grunge les costara asumir que han apagado demasiados cirios en la tarta del rock alternativo.
Pero en realidad no se trata solo de los años acumulados en la accidentada carretera de las notas aceradas, sino que el frenazo autoimpuesto parece más bien provenir de una actitud vital diferente a la de sus jornadas más ambiciosas a nivel profesional; menos desafiante que la que exhibían en sus primeros lustros de currículo estelar.
No obstante, la rebaja de contextos emulsivos hasta en el backstage hace posible que se perciban mejor las aportaciones de la voz rota de Eddie Vedder, los punteos neuróticos de Jeff Ament, o las percusiones reflexivas de las baquetas del inconmensurable Matt Cameron.

Esa sensación de que algo ocurre en el seno de Pearl Jam queda ampliamente reflejada en el curso de Gigaton, tanto para bien como para mal.
Los acordes a lo Pink Floyd y Asia con los que arranca el hipnótico Who Ever Said ya hacen prever que este álbum es algo diferente, dentro de la trayectoria de la formación norteamericana. Aunque, el cambio de marcha a los pocos segundos del comienzo del citado track, con la batería y las guitarras en crescendo, reconcilia pronto a los fans con el ADN reconocible de los ilustres compañeros de Nirvana y Soundgarden.
Precisamente, la estructura del primer tema se repite como un mantra a lo largo de toda la obra; la cual no deja de concebir su desarrollo como si fuera un coche en plena autopista, con acelerones y frenazos milimétricos y calculados.
Un viaje en el que la voz de Eddie Vedder acontece con un punto de mayor gradación discursiva, en contraposición a lo que tenía acostumbrado al personal en tiempos más lozanos y ensordecedores.
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