Michael Sarrazin deja de dar vueltas en la pista de baile

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El actor canadiense murió víctima del cáncer el pasado 17 de abril
El actor canadiense murió víctima del cáncer el pasado 17 de abril

Muchos recordarán la espigada figura del Robert de Danzad, danzad, malditos (Sydney Pollack, 1969), el chico de la melena oscura que pasaba el tiempo deambulando por los paisajes mortuorios de la América del crack de 1929. Asociado con la neurótica Gloria (Jane Fonda), juntos formaron una pareja cinematográfica -rítmica y sudorosa- que desnudó en 1969 los problemas y debilidades de un país –USA- que había renunciado al sueño de la opulencia, para adentrarse en la pesadilla de la frustración. Probablemente, en ese filme de finales de los sesenta Jacques Michael André Sarrazin realizara una de las mejores interpretaciones de su carrera: una senda profesional que, lamentablemente, quedó truncada el pasado 17 de abril, cuando el actor de los intensos y melancólicos ojos azules falleció en Montreal víctima del cáncer.

La explosión de Sarrazin en el cine de los últimos coletazos del star system fue realmente meteórica. Nacido en Quebec (Canadá) en 1940, la estatura más que destacable del intérprete (1,88) y su innegable versatilidad en la pantalla hicieron de él un candidato perfecto, para liderar una generación que se balanceaba entre lo mediático y la calidad artística. Precisamente, este segundo extremo absorbió desde sus inicios las ansias curriculares de Michael, quien no basó su popularidad únicamente en su aceptable físico; sino que se preocupó por alcanzar un grado de actuación más que notable, a través de sus experiencias en compañías de teatro amateur canadienses y de su posterior matriculación en el neoyorquino Actor’ s Studio.

Recién desembarcado en la tierra de la promisión para los que esperan ganarse la vida sobre los escenarios –EE. UU-, el elegante muchacho consiguió meter la cabeza en la televisión, mediante colaboraciones algo breves en seriales del tipo de El virginiano; una piedra de toque que le sirvió para granjearse amistades y para empezar a demandar pruebas de casting de cara a empresas más ambiciosas. Y la oportunidad le llegó después de este duro trabajo por dejarse ver: Michael fue escogido para un papel relevante en el western Gunfight In Abilene (William Hale, 1967), largometraje con el que el norteamericano inauguró su carrera en el séptimo arte.

La fotogenia de Jacques Michel André desplegada en su debut, unida a su capacidad para moverse con soltura por las más diversas caracterizaciones, ayudó al alto aspirante a estrella a lograr una importante participación en la cinta Un fabuloso bribón (Irvin Kershner, 1967) al lado del genial George C. Scott y de la bella Sue Lyon. La producción fue bastante bien en taquilla, y descubrió las cualidades de Sarrazin para concitar a un público más que amplio destinado a seguir sus pasos en la pantalla grande.

Cuando el alba se tiñe de rojo (James Goldstone, 1968), Joruney To Shiloh (en esta obra, el canadiense compartió títulos de crédito con algunos de sus compañeros generacionales como James Caan, Jan-Michael Vincent y Harrison Ford) y La playa (donde conoció a la que sería su novia durante algún tiempo, la atractiva Jacqueline Bisset) fueron los antecedentes para la elaboración de la gran creación de Michael a nivel cinematográfico, la inmortalizada con su role en Danzad, danzad, malditos (Sydney Pollack, 1969). Adaptadación de la novela de Horace McCoy llamada They shoot horses, don’t they?, la película impactó a las audiencias por la crudeza con la que reflejaba la condenación moral de unos personajes abocados al fracaso; atados voluntariamente a un premio bastante difuso que les obligaba a dar vueltas por una pista de baile. En ese espacio tan asfixiante, Sarrazin dio vida a Robert: un joven sin perspectivas de futuro que se apunta al concurso con el fin de intentar engañar a la muerte de las ilusiones colectivas. Junto a él, Gloria –a la que puso rostro Jane Fonda- se convertía en la puntual pareja musical del protagonista. Sus sufrimientos mutuos -a lo largo de horas interminables engañando sus respectivas realidades- marcaban un viaje con un desenlace brutal y desesperanzador. El filme sorprendió a la crítica y a los espectadores; lo que le hizo acreedor de varios Oscars en 1970, entre ellos los otorgados a Susannah York y Gig Young.

La participación del canadiense en la cinta de Pollack elevó su caché entre los responsables de las majors hollywoodienses, quienes no dudaban en llamarle para que encarnarse el arquetipo del veinteañero nostálgico y rebelde. Así Sarrazin alimentó su filmografía con memorables obras como la existencialista Casta invencible (Paul Newman, 1970); la espléndida e imaginativa La verdadera historia de Frankenstein (Jack Smight, 1973); la terrorífica La reencarnación de Peter Proud (J. Lee Thompson, 1975); la humorística y alocada ¿Qué diablos pasa aquí? (Peter Yates, 1974, con Barbra Streisand); y la étnica Caravanas (James Fargo, 1978).

El final de la época sesentera y la década de los setenta fueron los años más gloriosos a nivel interpretativo para Michael; algo que empezó lamentablemente a remitir en los electrónicos ochenta. En ese declive injustificado, el otrora sex symbol tuvo que apaciguar su talento con producciones de escaso interés artístico, como el thriller erótico Extraña seducción (David Schmoeller, 1982).

La oscura y fallida película Miedo Punto Com (William Malone, 2002) fue la última ocasión en la que los fans tuvieron la oportunidad de contemplar la mirada triste del canadiense; un actor que gozó de su tiempo de fama y de flashes inmortales, de suspiros de féminas y codeos con la flor y nata del universo en celuloide. Y todo lo consiguió a través de la profundidad de unos gestos de dolorosa naturalidad.

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