Mata Mua, la imagen de un sueño

Esta pintura de Paul Gauguin se ha convertido en el lienzo más mediático de la colección de Carmen Cervera, y del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Trasladada hace poco a la Villa y Corte por motivos expositivos y con un nuevo acuerdo con el Estado español y Patrimonio Nacional, la obra postimpresionista desvela su ruta secreta en el sitio habitual que ocupaba hasta 2020. Un viaje figurado que, dentro del cuadro, acaba en el interior de la mente de su genial creador.

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Mata Mua
Mata Mua ha estado en el escaparate artístico de la actualidad de manera periódica

Mata Mua seduce desde sus imaginativos trazos de pigmentos imantados. Una virtud sensitiva que va más allá de las pinceladas, para situar el diálogo en los contextos profundos de la conexión humana.

Paul Gauguin compuso la tela en 1892, y en ella desplegó sus ansias de eternidad, de pacíficos ensueños, de primitivismo ajeno a las deformaciones colonialistas, y de naturalezas sujetas a las sorprendentes metamorfosis de aglutinaciones oleosas. Todo un paraíso extendido por una tierra inexistente embutida en las dimensiones finitas de un lienzo, que sirvió al maestro postimpresionista para liberar su arte de las cadenas de lo verosímil, y de los realismos de grillete y argolla.

Mata Mua conversa con los espectadores a través de lenguajes universales y figurados; expresiones compartidas mediante fantasías sensibles y paisajísticas, donde los colores se sitúan en un plano de ficciones hipnóticas, y donde las modelos se comportan como personajes mitológicos pertenecientes a heráldicas milenarias y huidizas.

Desde su atalaya de azules cotidianos, rojos sanguinolentos, blancos puros e inmaculados y naranjas retadores, la pintura contempla sin perturbarse la fascinación que ejerce en propios y extraños; los cuales no pueden evitar rendir tributo a sus líneas idealizadas, y a su misteriosa belleza conceptual. Unas características que cautivaron a Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, quien adquirió el cuadro en 1984, junto a Jaime Ortiz-Patiño, para comprarlo en su totalidad en 1989.

Mata Mua
Paul Gauguin consideraba “Mata Mua” como una de sus creaciones favoritas

Paul Gauguin ideó Mata Mua como una pintura destinada a ser disfrutada por multitud de personas, con las que compartir los mensajes que emiten las acciones de todos los elementos humanos y vegetales que aparecen en el lienzo. Algo que incide en la necesidad de que el Museo Thyssen exhiba uno de sus tesoros plásticos más reconocidos y demandados, después del exilio al que se sometió a la obra durante más de dos años (el acuerdo de préstamo/alquiler con el Estado español y Patrimonio Nacional se prolongará 15 años más, por una cantidad aproximada de seis millones y medio de euros. Una operación que incluye a Mata Mua y a 328 obras más de la colección privada de Carmen Cervera).

MATA MUA Y LA HISTORIA DE UN VIAJE A LO DESCONOCIDO

Parte de la magia de Mata Mua estriba en la intención de descubrimiento que humedece su cromatismo deslumbrante. Titulada por error idiomático como Principio (Gauguin tenía el propósito de nominarla Érase una vez), la pintura surgió de la frustración de Paul Gauguin, cuando este descubrió que Tahití no era el vergel de indigenismo puro que había anhelado plasmar, y que buscó denodadamente con su peregrinación desde la Francia del Impresionismo y la modernidad vanguardista de finales del siglo XIX.

Entre los deseos de los postimpresionistas estaba alcanzar la esencia pictórica, más allá de las contaminaciones posibles que ocasionaban las técnicas subliminales y dogmáticas. Una obsesión que les llevó a admirar el arte procedente de los pueblos de África, y de lugares tan lejanos como la Polinesia francesa. Este fue uno de los motivos por el que Paul Gauguin abandonó su país natal de siegas épicas y acuosos atardeceres, como un peregrino en busca de una musa embrionaria y grupal; capaz de insuflar pasión creadora a su paleta supuestamente adocenada, sin caer en los trucos de las civilizaciones dominadoras del pensamiento y del gusto aburguesado de la época.

Mata Mua
Mata Mua materializa parte de las obsesiones de pureza plástica que demandó Paul Gauguin

La realidad no fue el espejo en el que se refugió el polémico amigo de Vincent van Gogh cuando alcanzó su inspiración en Tahití, sino que necesitó viajar a lugares más internos de su propia psique, para materializar la serena secuencia campestre que retrata el cuadro que ahora se aloja en el interior del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Como si de un aquelarre cotidiano se tratara, Mata Mua muestra la completa armonía existente entre las plantas y las mujeres que las rodean. Una escena de juego amenizado con una música silente, mientras se alimenta el exotismo de cultos tribales y desconocidos, como el dedicado a Hina (la diosa de la Luna). Tal composición se encuadra a la perfección en el conjunto pictórico de las obras tahitianas del creador decimonónico, pese a no incorporar el ingrediente espectral que sí está presente en otras de las piezas gauguianas.

El resultado de semejantes pesquisas confluye en programar un sutil viaje al fondo de la mente del pintor decimonónico, y al baúl de las emociones idealizadas por el caballete del magistral vanguardista. Un traslado que todavía conserva la cautivadora fuerza de los paraísos inexistentes, localizados en un mundo donde aún era posible hallar islas en las que naufragar.

Nota: Mata Mua puede contemplarse en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid.

Más información, entradas y horarios en

https://www.museothyssen.org/en

 

 

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