Kusturica, del amor y la guerra
Emir Kusturica graba en su país natal “On The Milky Road“: una fábula balcánica, que narra las etapas vivenciales un hombre convertido en monje tras las muerte de su esposa.
Las calles de la ciudad de Trebinje (situada cerca del Adrático, en Bosnia-Herzegovina) parecen fantasmas de sueños existenciales, a través de la ancestral cámara del director de El tiempo de los gitanos.
Acompañado de un nutrido elenco técnico y artístico, Emir Kusturica rueda desde el pasado mes de julio –aposentado en el mencionado escenario de histórica presencia- la que será su decimoquinta obra en formato de celuloide.
Una película con carne de fábula sobre el paso del tiempo y entrañas de confesión humana, que lleva por título On The Milky Road (anteriormente bautizada con el lema de Love And War).
KUSTURICA, EN ESTADO DE REFLEXIÓN
Cuando aún está pendiente de estreno Words With Gods (filme coral, en el que el creador serbio firma el segmento Our Life), el dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes (en 1985 con Papá está en viaje de negocios, y en 1995 por Underground) ya ultima la grabación de su nuevo largometraje, el cual es –según el propio realizador- una especie de traslación más completa del episodio nominado Our Life.
Aparentemente, tres son los relatos que diseñan el cuerpo argumental de On The Milky Way; aunque en realidad se trata de un tríptico de continuidad unipersonal, construido en torno a la vida de un individuo llamado Kosta (personaje interpretado por Emir Kusturica).
Este hombre, al que en su momento de madurez le asiste la soledad del ermitaño, transita con determinación por las distintas etapas de su crecimiento y evolución. La primera, como soldado. La segunda, en calidad de enamorado convencido. Y la tercera, metamorfoseado en un monje con mucho pretérito que evocar.
Momentos de un currículo intenso, en el que la leche participa como líquido generador de acciones emotivas; a la par de revelarse como hilo conductor de inmensa fluidez cromática.
Tal es el guion escrito a medias entre Kusturica y su hija Dunja; libreto familiar donde el protagonista descoyunta sus sentimientos, alimentados por la pasión mostrada hacia su esposa fallecida (encarnada por la joven Sloboda Micalovic) y una fémina de proporciones edénicas, irreal y vestida de impoluto blanco marital, que personifica las inspiraciones del héroe (papel al que dota de físico la modelo y actriz italiana Monica Bellucci).
Después de pasear por las arterias milenarias de Trebinje, el director y su equipo ya han recalado en el enclave serbio de Mokra Gora, para filmar las escenas relativas al monasterio y al periodo de reflexión que despliega sobre la pantalla el peculiar Kosta.
Fieles a los cuentos de tradición balcánica, las extensiones geográficas estrangulan -tras el objetivo de la cámara de don Emir- su identificación concreta y fotográfica, para conformar un paisaje de brumas silenciosas y étnicas.
Ahí es donde el trabajo del autor de Prométeme (2007) adquiere la nitidez del escalpelo afilado, como si abriera las costillas de una anatomía reconocible y terrenal. Esta vez aclarada con el lechoso curso de un camino nostálgico y perdido.
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