Johnny Flynn no es amante de las melodías energizadas a base de punk guitarrero ni de los accesos particularmente mediáticos, con los que siembran la alfombra de la inmortalidad los iconos en ciernes.
El músico y actor sudafricano suele planear con soltura por un folk disfrazado de costumbrismo urbano, más que por las extensiones excesivas del glam, y del rock tamizado por máscaras de purpurina.
Flynn nunca congeniaría a nivel sinfónico con David Bowie (ambos juegan en ligas diferentes), pero esto no ha sido un obstáculo para que el protagonista de la nueva versión de Emma se haya alzado con el papel del legendario Ziggy Stardust, en un biopic que dirige el peculiar Gabriel Range (I Am Slave).
Stardust (título del filme) pretende ser mucho más que una simple puesta en escena de la autobiografía del autor de la increíble Space Oddity, ya que el guion se muestra altamente interesado en reflejar cómo era David antes de convertirse en Bowie. Obsesión que comienza con el punto de vista escogido por el escritor cinematográfico Christopher Bell (Los últimos zares) y el propio Range, al situar la acción durante un viaje que la estrella de China Girl realizó a Estados Unidos, en 1971.
En ese año, David Bowie recaló en la nación de las barras y estrellas, con la misión de dar a conocer su indudable talento en los escenarios.
Precisamente, y según cuentan las malas lenguas, en un bar estadounidense, el músico británico se topo por casualidad con Ziggy Stardust (su alter ego multitudinario), por boca de una chica pletórica de imaginación; y ya nada volvió a ser lo mismo para Bowie, ni para los que le aclamaron a lo largo de más de medio siglo de carrera sonora.
JOHNNY FLYNN SIGUE LA ESTELA DE MALEK Y EGERTON
El séptimo arte parece haber encontrado un filón en la recreación de las azarosas existencias de las celebridades más diversas de las ondas.
Rami Malek (Freddie Mercuri, en Bohemian Rhapsody), Taron Egerton (quien se vistió como Sir Elton John, en Rocketman) y Renée Zellweger (en la piel de Judy Garland, en Judy) han sido los últimos actores involucrados en la ambiciosa y mimética caracterización de los respectivos ídolos a los que dieron vida en la gran pantalla; caldo de cultivo que ha favorecido a Stardust, para que el proyecto viera potenciado su rodaje con las necesarias vitaminas financieras y artísticas.
En el caso de este “singular” biopic de Bowie, los responsables del filme se empeñaron en conseguir que fuera un cantante quien se embutiera en el cuerpo de este renovado y setentero DB. De esta manera, aunque sin descuidar el aspecto dramático, el director se aseguró de que la faceta musical estuviese plenamente colmada. Fórmula que le podía permitir crear una movie más cercana a las brillantes exposiciones de Velvet Goldmine (Todd Haynnes, 1998), que a un espectáculo al más puro estilo de Hollywood.
Stardust comienza su curso en el inapelable año de 1971, cuando Bowie era un muchacho de pelambrera a trasquilones, que empezaba a pegar duro en los garitos y escenarios de las islas británicas, con sus composiciones aguerridas y desafiantes.
En medio de la euforia desatada en su tierra, el entonces veinteañero se embarcó en un viaje por USA, con el publicista Ron Oberman (Marc Maron); y de ahí surgieron un sinfín de certezas y decisiones, que contribuyeron a moldear la faz del eterno “The Thin White Duke“.