Jeff Daniels, el nuevo Atticus Finch
El actor de "Deuda de sangre" hace suyo, en el Shubert Theatre de Nueva York, el personaje que inmortalizó Gregory Peck en el filme "Matar a un ruiseñor".
Jeff Daniels es un intérprete que, sin darse aires estelares, suele despertar una verosimilitud más que notable en cada uno de los papeles que conforman su extenso currículo, y que siempre tiende a moldear con su técnica de “hombre corriente”.
El protagonista de Dos tontos muy tontos ha salido triunfante en la mayoría de las obras en las que ha prestado sus servicios profesionales; muchas veces agasajado por la sutileza de la aceptación silenciosa y convincente, con la que sabe seducir -casi proponérselo- a los espectadores y a los críticos.
Esa naturaleza dramática, que le ha ayudado a abrirse hueco con las herramientas de la normalidad, es precisamente la que ha valorado el director Bartlett Sher (Oslo), a la hora de seleccionar a Daniels como el tipo ideal para encarnar al abogado Atticus Finch; en el ambicioso montaje de Matar a un ruiseñor, que levantará el telón en el Shubert Theatre de NY a partir del próximo mes de noviembre.
El dramaturgo, actor y guionista Aaron Sorkin (Algunos hombres buenos) es el responsable de esta nueva versión de la homónima novela de Harper Lee: uno de los libros más valorados de la literatura estadounidense del pasado siglo XX.
Un texto ligado íntimamente al sentimiento de vulnerabilidad que sufría la sociedad de la nación de las barras y estrellas, en los años posteriores a la Gran Depresión; y que se expresaba a base de consignas racistas, y de actitudes perseguidoras hacia todo lo que se consideraba fuera de lugar.
JEFF DANIELS REINA EN EL ESTRADO
Aunque Matar a un ruiseñor salió a la luz en el lejano 1960, los problemas que desarrolla en su temática no forman parte del pasado; ya que muchas de las situaciones de marginación racial que narra el texto continúan desgraciadamente presentes en USA, sustentadas implícitamente por algunos de los mensajes políticos del actual inquilino de la Casa Blanca (Donald Trump).
Frente a la sinrazón de su época, Harper Lee consiguió construir un inteligente espejo de palabras; en el que reflejó los prejuicios y las vergüenzas de un país que en esos tiempos discriminaba a las personas por el color de su piel; y que también negaba su misericordia y comprensión hacia los ciudadanos que padecían deficiencias psíquicas y mentales.
Matar a un ruiseñor se convirtió con los citados ingredientes en el necesario altavoz de todos los que no podían hacerse oír en 1960, y que se sentían ahogados por la América de la falsa promisión y del liberalismo económico salvaje. Unas señas de dramaturgia potentes y emocionales, que Aaron Sorkin ha intentado preservar en el libreto resultante; el cual ha sido elaborado con sumo cuidado, para no traicionar el espíritu irreductible del original literario.
Como en el libro de HL, la trama centra su atención en el mediático juicio que el abogado Atticus Finch tiene que lidiar, con el objetivo de salvar a su cliente: un hombre negro acusado de violar a una joven blanca, en un pequeño poblado de Alabama.
Sorkin y el director Bartlett Sher (quien aún tiene en cartel su premiada adaptación de My Fair Lady) han tenido muy presente la inolvidable película de Robert Mulligan, de 1962; y que dio fama internacional a la novela de Harper Lee. Un potente e insoslayable referente, que los responsables de la traslación teatral no han pretendido borrar, sino rememorar a través de los aspectos que el filme no pudo exhibir en toda su grandeza.
Dentro de ese juego de aprovechar los recuerdos de la legendaria movie, quien tiene el mayor reto es Jeff Daniels; ya que está obligado a procurar que su caracterización no palidezca, al ser puesta al lado de la soberbia encarnación que efectuó Gregory Peck, en la película de Mulligan.
Entre las comparaciones más sencillas, los amantes de los datos pueden comprobar que Daniels tiene 63 años, mientras que Peck contaba con cincuenta y nueve primaveras cuando interpretó al idealista Finch; aparte, el nacimiento de Jeff en Georgia (Peck era natural de California) le sitúa algo más cerca geográficamente que a su antecesor, respecto al sitio en que se desarrolla el argumento de la obra (Alabama).
Sin embargo, las mayores diferencias entre las dos adaptaciones se localizan en el papel de la pequeña Jean Louise “Scout” Finch (la narradora de la historia, y alter ego reconocido de la propia Lee). En la cinta de Mulligan, esta parte fue ejecutada por la niña de diez años Mary Badham; pero, en las representaciones escénicas, este rol ha recaído en Celia Keenan-Bolger: una mujer de cuarenta tacos.
Para concretar más distinciones entre el largometraje y su hermano teatral, habrá que esperar al estreno de To Kill A Mockinbird: una de las citas imprescindibles en el circuito de Broadway, para esta temporada de otoño-invierno.
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