El MoMa neoyorquino recuerda el arte que plantó cara al apartheid
El racismo les llevó a ser clandestinos en su propio país. Pero lo que las autoridades no pudieron impedir -con la política de apartheid dictada desde finales de los años cuarenta- fue que los aerosoles, los acrílicos, los lapiceros, las pinturas y los buriles hablaran con el timbre de la rabia, la incomprensión y la lucha contra la segregación. Esos gritos en los campos del silencio se erigieron con el tiempo en los pilares del arte sudafricano de la contemporaneidad; un grupo de creadores a los que ahora rinde reconocimiento y tributo el Museum of Modern Art de Nueva York, más conocido como el MoMa.
Impressions from South Africa, from 1965 until Now es el título de la extensa muestra que ocupa –hasta el próximo 29 de agosto– la segunda planta de la institución, situada en la 11 con la calle 53 de la urbe de la Estatua de la Libertad. En ella, la comisaria Judith B. Hecker pretende dar una idea clara de la riqueza visual de los pintores, escultores y grafistas que –perseguidos por sus propuestas incendiarias contra las injusticias cometidas en base al distinto color de la piel- levantaron su discurso mediante imágenes plagadas de cromatismo, y de mensajes subyacentes a las escenas alegóricas que representaban.
Desde las viñetas y portadas diseñadas por Bitterkomix –repletas de referencias a la situación de la tierra de Mandela y Biko, a la vez de herederas de la tradición ilustradora de los cuadros de Roy Lichtenstein- al hiperrealismo urbano y deudor del pop art de Kudzanai Chiurai, la exposición transita por las distintas etapas existenciales y creativas de un movimiento que crecía a través del instinto, de la necesidad de sobrevivir configurando una gran variedad de estilos y formatos, normalmente portátiles debido a su ilegalidad.
De entre los nombres elegidos por Hecker, llama la atención el de la mujer Senzei Mthwazaki Marasela. Nacida en 1977, esta forjadora de ideas visuales, en las que el germen de la expresión sin trabas prendió desde su pasado infantil en una escuela católica, experimentó lo que significaba ser una fémina de tez oscura en un lugar en el que la segregación y la marginación racial eran las normas a seguir. Marasela vino al mundo 365 después de que la juventud sudafricana tomara contacto con el estrangulamiento social que vivía gran parte de la población. A partir de ese 16 de julio de 1976, los defensores del apartheid fueron más conscientes de que este régimen genocida tenía visos de sucumbir antes de que finalizara el siglo XX. Y una de las responsables de la liberación de sus hermanos fue Marasela, con su trabajo realizado a base de referencias directas al pasado; más de la intrahistoria familiar que de las gestas tribales de las que hacían gala otros representantes de la imaginería sudafricana. Piezas como el mural His Mother, His Father (encargado en la ciudad de Berlín) o la descorazonadora Stompie Seipei, Died 1989, Age 14 (1988) son ejemplos contundentes del diálogo comprometido de esta hija de Eva, que mantuvo lazos de influencia pictórica con maestros de la talla de Noria Mabasa y Mmakgabo Helen Sebidi.
Desconocidos en su mayoría por el gran público, lo que el visitante hallará al traspasar las puertas del segundo piso del MoMa es cerca de una centena de pósters, libros y murales que versan sobre el cambio de pensamiento, sobre el sueño materializado de abrir las escuelas, los teatros, los cines, las playas… a personas de todas las razas, sin miradas de soslayo ni diferencias en el trato. A esto responden las impresiones terruñas de Sandile Goje, las piezas de profundidad humana de William Kentridge, los juegos de trascendencia multiétnica montados por Claudette Schreuders o los mensajes de eficacia casi publicitaria de la enérgica Sue Williamson. Incluso, los que acudan al museo podrán contemplar la primera adquisición del MoMa de una obra de arte sudafricano, que tuvo lugar en 1965 (de ahí la acotación temporal de la exhibición).
The Paul J. Sachs Prints and Illustrated Books Galleries, con la colaboración de la compañía Coca-Cola, apuesta desde la institución neoyorquina por la aceptación de todos los hombres, mujeres y niños; y lo hace con los signos trazados en papeles, telas y ladrillos; mediante la desbordante materia escénica de los denunciantes que enarbolaron sus tinturas y paletas para reclamar su espacio en Sudáfrica, su puesto en el mundo, su firma en la composición de la sensibilidad humana.
Más información, entradas y horarios en http://www.moma.org