Crítica de cine: Sombras tenebrosas
Mitómano y nostálgico, a la vez de gótico y amante confeso del género fantástico, Tim Burton rinde su particular tributo a una de las series que más le marcaron durante la infancia: un producto de vampiros maquillados y afiladas fauces melladas por el atrezo, que comenzó su andadura catódica allá por 1966. Animado por la inquietante atmósfera de ultratumba, con la que los responsables de la obra de la pequeña pantalla asustaron a miles de espectadores durante 594 episodios, el director de Big Fish se mete de lleno en el universo de cartón piedra ideado a finales de la época sesentera, armado simplemente con su extraño sentido del humor y un arcón insondable de escenografía clásica.
Burton traduce con pericia de flautista de Hamelin la trama orquestada en torno a la familia Collins, clan de satánicos influjos cuyo patriarca es un vampiro llamado Barnabas (Johnny Depp); y entre los que se hallan una dictatorial matriarca (Michelle Pfeiffer), un advenedizo heredero masculino (Johnny Lee Miller) y un par de críos definidos por la licantropía y la capacidad para concitar a los muertos. En ese paisaje humano, donde las brumas existenciales son casi tan espectrales como las de las maldiciones que aquejan a la pintoresca familia, es donde Tim despliega sus bártulos, para imponer su estilo desenfadado, deudor de muchos maestros de la claqueta en eso de provocar los gritos de las audiencias.
Como direfencia casual con respecto a su modelo audiovisual, la cinta del filmador estadoundense tiene lugar -a lo largo de su mayor arco secuencial- en el año 1972; aunque lo mejor de la película –por lo menos desde el punto de vista narrativo- está presente en los prolegómenos dieciochescos de la acción, cuando el protagonista era de carne y hueso, sin incisivos crecientes. Con una técnica discursiva y combinatoria entre los textos Perrault y de los hermanos Grimm, el autor de Ed Wood introduce al espectador en el hábitat de Collinwood; un ejercicio que lleva a cabo con pericia de encantador de argumentos, estimulando la parte sensible y emocional –al tiempo que la añoranza pretérita de una infancia de monstruos y hechiceros- de los que han pagado su entrada.
Un listón tan alto, como el ingeniado por Burton para dar las pinceladas iniciales de su filme, habría supuesto un baremo demasiado elevado en otros colegas para mantener el tipo durante el resto del metraje; pero el marido de Helena Bonham Carter consigue salir airoso de la empresa, con su capacidad para exhibir una evolución dramática convenientemente misteriosa y cómica, cínica y proactiva.
En esa hibridación de intenciones es en el terreno en el que crece el enganche de Sombras tenebrosas, como si se tratara de un experimento de laboratorio, cuya distinción viniera más por la dirección artística que por la excesiva utilización de los efectos especiales. Con esta asunción filosófica, el cineasta logra introducir su propuesta en un mundo en el que se siente sumamente a gusto, y donde reside la práctica totalidad de sus gestas curriculares: testimonios en movimiento de claroscuros fantásticos y de storyboards diseñadas contra el cansancio.
Esto se traduce en una apuesta clara y sincera por lustrar el largo a base de las interpretaciones, con un mimo milimétrico y esmerado hacia los papeles principales; lo que hace que los actores brillen con una luz potente desde la primera escena en la que intervienen. En estas tesituras, la francesa Eva Green es la que se lleva la mejor parte, con su magnífica encarnación de la bella y sensual bruja Angelique Bouchard. A su lado, incluso el normalmente locuaz Johnny Depp palidece por momentos, con su caracterización como Barnabas Collins; aunque, pese a las proximidades del abismo, el actor de Piratas de Caribe siempre se salva de la quema absoluta mediante alguna ocurrencia graciosa o un tic de ironía vampírica.
Tras lo expresado, está claro que Tim Burton no ha sometido su talento a la elaboración de un simple remake. Los parámetros creativos en los que se basó Dan Curtis, cuando grabó Dark Shadows, eran notablemente diferentes a los esgrimidos por el último ilustrador de Alicia en el país de las maravillas. No obstante, los tiempos que median entre ambas producciones también han cambiado. En el año en que el serial empezó su andadura, el público percibía a los hijos de Dracula como a tipos de demoniacas connotaciones, y no como a saltimbanquis del verbo. Así, las tramas que protagonizaron de 1966 a 1971 el canadiense Jonathan Frid y la excelente Joan Bennett concitaban al personal para pasar miedo; algo que la movie liderada por Johnny Depp ni siquiera esboza.