Crítica de cine: La mejor oferta
Guste más o menos su cine, lo que no se le puede negar a Giuseppe Tornatore -al igual que a otros colegas gremiales de su misma pasta artística- es que por lo menos suele traer aires diferentes a las salas de proyección, esclavizadas durante la mayor parte del año por la dictadura hollywoodiense de los productos de fábrica (tan impersonales como apabullantes, tan repletos de efectos especiales y presupuestos como faltos de fantasía). El responsable de Cinema Paradiso no es de los que rueda en 3D, ni siquiera está sujeto a los gustos palomiteros de los fans de garrafón refrescante y gominolas en los carrillos: el transalpino se muestra más seguro cuando cuenta las historias apoyado en la guía de su experiencia sensible, senda que no comprende moverse con los cánones del taquillaje programado como única batuta rectora.
Las aristas descritas son las que han confeccionado los éxitos y fracasos en la carrera de este maestro de la cámara; y son las mismas coordenadas que se reúnen en La mejor oferta: una película sincera y apabullante, que busca transmitir ideas, sin importarle lo más mínimo el sobresalto permanente y simplón de la audiencia. Una cinta que yergue su discurso en pos de rascar la superficie humana de los espectadores, con el afilado estilete de un relato sobre el desengaño y la frustración, sobre el amor y la traición. En definitiva, un largometraje que hunde su escalpelo en el universal argumento de las ilusiones perdidas, muy en la línea de Balzac; pero en esta ocasión arropado con los espíritus atormentados por la amargura y la vejez, más que subido a las alas de los jóvenes deseosos de aprendizaje perpetuo.
Por contextos vivenciales, esta obra de Tornatore bien podría equipararse a la insuperable pieza de Thomas Man (y a la versión cinematográfica de Luchino Visconti) titulada Muerte en Venecia. En esa crónica relativa al platonismo de la belleza y al naufragio del universo renacentista, el héroe (el culto Gustav von Aschenbach) deambulaba por la urbe de los canales al capricho de un joven de perfección ambigua e inmanente. Y, en similar encrucijada de obsesiones rimadas al azar se halla el protagonista de La mejor oferta: un experto tratante de arte al que la soledad le ha hecho un hueco insondable en su conciencia, vacío que cree poder rellenar a través de la relación con una mujer misteriosa sin rostro visible, una ninfa corpórea que dota de inspiración sus anhelos de felicidad añorada.
Algunos medios de comunicación se han referido a este filme de GT como una especie de rara avis en la producción del director, más que nada por estar situado en las fronteras del thriller. Sin embargo, esa distinción es solamente perceptible desde el exterior; ya que el realizador lo único que hace es transitar por los mismos pasillos temáticos que le han interesado a lo largo de su carrera, identificados como el cansancio existencial, las esperanzas en un futuro que se torna imposible, los amores rotos incluso antes de empezar, o las tristezas uniformadas de los personajes principales. Caldo de guion contundente, que también se encuentra presente en cintas anteriores del italiano, como El pianista en el océano y Cinema Paradiso.
Fiel a su esquema habitual, subyugado por los rasgos vulnerables de los seres que pueblan el libreto, Tornatore construye una movie sensible e hipnótica, capaz de provocar la misma sensación de amargura evolutiva que conmociona al papel encarnado por el sorprendente y estimulante Geoffrey Rush. Como en su interpretación en la asfixiante Shine, el actor australiano desborda verosimilitud y virtuosismo; siendo él quien lleva la historia en volandas, por medio de un mecanismo de caracterización de relojería suiza. A su lado, da la impresión de que las actuaciones de Jim Sturgess, Sylvia Hoeks e incluso del eficaz y más que solvente Donald Sutherland son mimbres cuya genialidad pende de los hilos que maneja Rush (quien vertebra su trabajo al modo del autómata del siglo XVIII que el experto en arte quiere reconstruir).
Don Giuseppe consigue con todos esos elementos que nada resulte anecdótico ni superfluo en La mejor oferta: una película cuyas escenas quedan ensambladas de manera portentosa, por la impagable banda sonora de Ennio Morricone. De esta manera, técnica e interpretación se juntan armoniosamente en este largo, destinado a perturbar la conciencia del público desde inicio hasta el fine.