Crespones negros en El Prado
Las salas de una de las mejores pinacotecas del mundo –con permiso del Louvre de París, el MOMA de Nueva York, la National Gallery de Londres y otras ilustres instituciones- seguro que se sienten un poco huérfanas de paternalismo sensible ante la muerte de Alfonso Pérez Sánchez (Cartagena, 1935-Madrid, 2010). Director del Museo del Prado entre los años 1983 y 1990, este emotivo y comprensivo catedrático universitario vistió de gala a la institución madrileña en más de una ocasión, haciendo que sus espectaculares tesoros robaran protagonismo en las portadas a las tramas de corruptelas políticas y famoseo de mercadillo. Y lo hizo a través de genios tan imponentes e inmortales como Goya y Velázquez. Hombre de acuosa mirada, sencillez en el porte cual figurante de una escena de su amado Barroco e inteligencia de las que no tienen que aparentar para deslumbrar a los profanos y a los entendidos, Sánchez es uno de esos espíritus ilustrados que todos los que adoramos la Cultura, con mayúsculas, echaremos en falta. Por lo menos, siempre quedarán sus más que recomendables estudios y monografías. Aparte de la atmósfera de su sabiduría, eternamente ligada frente a la monumental prestancia de Las hilanderas y Las Meninas.