Charles Bukowski, en busca de fortuna
Charles Bukowski regresa a la actualidad con la edición en español de su poemario “Ruiseñor, deséame suerte” (Visor Libros).
Cuando las palabras se convierten en balas explosivas y el aguardiente toma forma de confesión sarcástica, la sombra beat del hijo de un carpintero alemán emigrado a Estados Unidos despliega su aliento de hiel, todo para hacer crujir la lápida que inútilmente intenta apresar su espíritu de ave rapaz.
Como los buenos tragos de vozka vip, la obra de Charles Bukowski (bautizado Heinrich Karl Bukowski) tiene un poder imantado que sólo se encuentra en la escritura a tumba abierta, en los párrafos arrancados a la experiencia. Un quehacer de cuaderno torcido, en continuo duelo con la moral; las costumbres; la corrección; los disfraces de superflua intelectualidad; los capotes de hipocresía militante; y los pilares arropados por banderas e himnos.
Cuenta la biografía de este individuo de rostro picado de bohemia y pulso de terremotos voluntarios, que hasta que no apagó las cuarenta y nueve velas de su tarta de cumpleaños no pudo dedicarse por entero a su pasión explícita, resumida en una extraña obsesión por encadenar letras y frases.
Pero, a pesar de la tardanza en dejar su oficio en correos, el tiempo que permaneció en activo como writer oficial le dio cuartelillo suficiente para crear un puñado de obras magistrales, la mayoría de ellas materializadas a través de las celosías de la existencia; siempre encerradas en habitaciones de pecado confabulado, vistas desde el voyeurismo de los que tan sólo portan la tinta y el papel.
Uno de esos manuscritos de incienso y sal fue Ruiseñor, deséame suerte: poemario de ruidos callejeros y esencias angelinas que el nacido germano publicó originalmente en 1972, y que ahora reedita en español Visor libros (con la más que notable traducción de Eduardo Iriarte)
CHARLES BUKOWSKI COMO INSPIRACIÓN
Las páginas de esta colección de versos -bastardos de una nostalgia de humo de tabaco, bebida rancia y hedonismo de barras humedecidas con manzanas edénicas- están contagiadas de penas enfermizas, como si las vacunas para amortiguar los dolores del ánima estuvieran expuestas en los escaparates de los sex shops y los billares nocturnos.
La poesía de Charles Bukowski contenida en Mockingbird Wish Me Luck transforma su canto, desde la primera estrofa, en unos prismáticos de lentes trucadas con las cuales el lector contempla el mundo del rapsoda, el de un ser humano desligado de la racionalidad.
En definitiva, un nómada de cuartos traseros, que necesita el suero de la fantasía para seguir respirando el aire de los vivos, y para surcar galaxias con el simple ticket del relativismo absoluto.
No en vano, la aparición del texto lírico en la mítica firma Black Sparrow Press, del visionario John Martin, coincidió con una década en la que que escritor estaba sumido en una interminable fiesta de vacíos, además de hallarse sumido en una peculiar cruzada para abrir caminos con los que focalizar el subconsciente del hormigón cotidiano.
Tiempo de vino y rosas en el que el autor de Post Office extendió su savia de rebelión, aposentado tras los micrófonos de la emisora KPFK de Los Ángeles.
Durante esa época baudelaireana y de gradación altamente peligrosa, ChB horneó gran parte de su producción mediada con la máquina de escribir, siempre atrincherado en la moldura de un tipo que bien podría haber sido el referente de malqueridos con carne de guion, tales como Hank Moody, de Californication, y Jep Gambardella, de La gran belleza.
Todo eso y mucho más está presente en la malla donde descansa sus toneladas de tristeza urbana el cuerpo de Ruiseñor, deséame suerte.
Ripios de inteligente perversión social que han traspasado la frontera de las generaciones y de las catalogaciones precisas.
Renglones de vitriolo en vena que han dado incluso para dotar de nombre a Mockingbird Wish Me Luck, una interesante y emergente banda de punk rock alumbrada en Kitchener (Ontario, Canadá).
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