Carnalidad desnuda
Las ninfas de curvas sobresalientes han abierto su particular academia de seducción en el Museo del Prado. Las pieles marmóreas de mujeres etéreas, tan inalcanzables como contundentes, tan traviesas como mortalmente fieles a la concavidad de tiempos de esplendor ajenos a la modernidad, han aposentado sus figuras para cobrar al visitante en vellones de inspiración y ducados de fantasía. Ellas, y otros muchos más, son los cuerpos de Pedro Pablo Rubens (Siegen, 1577-Amberes, 1640), el genial artista barroco al que la pinacoteca madrileña rinde, hasta el próximo 23 de enero, una magna exposición.
La trampa se alía con los programadores de esta muestra, titulada simplemente Rubens; ya que la mayoría de las obras colgadas tan sólo han cambiado de pared, y se han agrupado con motivo de esta celebración que descubrirá a los que lo desconocían un hecho: el edificio de Villanueva posee la mayor colección de piezas de este creador, uno de los preferidos –por encima del mismo Greco- del monarca y mecenas Felipe IV.
Albergados en amplias salas, los lienzos del pintor de Flandes lucen uno tras otro, consiguiendo transmitir una extraña sensación de asfixia visual y cromática. La idea de que el espectador se acerque por sí mismo, sin manipulaciones, a la magia de los pinceles ha llevado a los responsables a ahorrar cualquier información superflua; construyendo un espacio en el que imperan desnudas las escenas de Las tres gracias, La adoración de los Magos, Diana o El nacimiento de la Vía Láctea.
Un catálogo elaborado en formato DVD y con la técnica del documental, a base de comentarios de expertos sobre la importancia de la producción de Rubens y su influencia en coetáneos y compañeros de profesión de generaciones posteriores, dirigido por Miguel Ángel Trujillo completa esta apuesta del Museo del Prado por sacar partido a unos fondos permanentes que se encuentran entre los mejores del planeta.
Sin duda, los amantes del Arte agradecerán que la institución madrileña saque partido al legado imprescindible de maestros como Rubens; sobre todo cuando se abre la posibilidad de contemplar su universo junto a uno de sus alumnos más aventajados: Pierre-Auguste Renoir.