Calder y Prouvé, cuando las leyes de la física son vulnerables
La gravedad terrestre no tiene invitación para asistir a la muestra que alberga, hasta el próximo 2 de noviembre de 2013, la Galería Gagosian de París. Al norte de la Ciudad de la Luz y a kilómetros de las telarañas clarividentes del Louvre, el espacio que se levanta en el número 800 de la Avenida L’Europe parece como ajeno a las teorías de Einstein y Newton, cual fortaleza desafiante de la realidad y las convenciones marcadas con el logotipo de lo imaginable. En esa arteria de urbanismo metálico, dos seres de otro planeta (el norteamericano Alexander Calder y el francés Jean Prouvé) despliegan sus piezas de aire y forja. Monumentos alumbrados por una suerte de metamorfosis kafkiana, que los ha convertido en lo que son: arquitecturas flotantes y eternamente voladoras.
La conjunción de los trabajos del ingeniero, escultor, impresor y pintor estadounidense y del diseñador, constructor, herrero y artista industrial de origen francés otorgan a la exhibición -bautizada simplemente como Calder/ Prouvé– una especie de magia circundante, como si los polvos químicos de estos hechiceros de las formas hubieran abierto para los visitantes un insondable agujero negro, sujeto en la inmensidad de innumerables puntos creativos inspirados libremente en las formulaciones de Marcel Duchamp, Mompó, Joan Miró o Le Corbusier.
El movimiento y la funcionalidad son las claves
“El sentido de toda mi producción profesional ha sido siempre el sistema del universo”, declaró una vez Alexander Calder (Pensilvania, USA, 1898- Nueva York, 1976), al respecto de las conexiones que encendían las neuronas aleccionadoras de su cerebro. Una confesión a sablazo de tinta y grabadora que Jean Prouvé (París, 1901- Nancy, Francia, 1984) matizó por su cuenta, con la afirmación: “Mi proceso parte desde una idea concreta que es rigurosamente realizable”. Tales posicionamientos ante el papel, la madera, el acero o el hierro fundido tenían que encontrarse en algún momento de sus respectivas existencias, y éste sucedió a principios de la década de los cincuenta; en una época en la que el Constructivismo y la corriente conceptual clamaban en pos de la abstracción, heredada de la confusión generacional tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
De esta manera, el propulsor de los artefactos móviles en escultura (Calder) y el padre de las fachadas ligeras y el mobiliario factible (Prouvé) aliaron sus revolucionarias tesis de innovación para pergeñar, por ejemplo, la titánica y lúdica composición nominada La Spirale (situada en la sede parisina del edificio de la UNESCO). El acero pulido de este juguete de talle vaporoso dio cuerda y conexión a la actividad de estos dos maestros del paisajismo del siglo XX, quienes comenzaron una amistad que, más allá de las coincidencias de sus propuestas, alimentó una sensación de compenetración perpetua.
Precisamente, esa lubricación anímica queda patente a lo largo de las instalaciones servidas como menú señorial en la Galería Gagosian, fogones de enriquecimiento visual que gozan de la leña aportada por la Galerie Patrick Seguin.
A través del sendero de vivos colores y curvas sinuosas firmados por el pulso de AC y JP, los espectadores pueden contemplar con emoción los mundos fantásticos de un excepcional dueto, cuyo discurso en común nutrió la fabulación plástica con musas de fisonomía indefinida, a través de conocidos trabajos como Rojo triunfante (Calder, 1963), La Silla Métropole nº 305 (Prouvé, 1953), El Pabellón Desmontable (Prouvé, 1944) o Stabile (Calder, 1975). Un mural diseñado con trozos de genialidad desbocada, casi salvaje; donde las limitaciones únicamente existían en la lámina desnuda, nunca aceptadas en el interior de los estudios en los que reinaban la ingravidez del norteamericano con alma de llamador de ángeles y la versatilidad del europeo con cuerpo de Vulcano.
Más información en http://www.gagosian.com/exhibitions/calder–prouve–june-08-2013