Basquiat acude al Museo Guggenheim con un centenar de sus obras.
La exposición recoge incluso la relación del pintor con el jazz.
Llevar Nueva York en los genes significa crecer con los sueños peleados contra los cielos rasgados por el cemento y las cristaleras.
Los naturales de la metrópoli que nunca duerme suelen experimentar dicotomías diversas, normalmente asentadas sobre filosofías extraviadas de la razón. Sensaciones que provocan ansiedad e inestabilidad emocional, vértigo vital y pesadillas encadenadas al espíritu.
Jean-Michel Basquiat (1960-1984) sabía muy bien qué se experimentaba cuando los cables de la tensión hunden sus raíces en el ánima, y las meditaciones aceleradas asaltan el ring de los combates a muerte con la historia y el arte.
Probablemente, el que fuera amigo de Andy Warhol y Keith Haring nunca pretendiera almacenar sus visiones de asfalto y ratoneras dentro de las dimensiones ordenadas de las salas museísticas. Pero el mercado no tuvo más remedio que premiar el talento rebelde y callejero de este combatiente de lo políticamente correcto: un grafitero inmenso, amamantado por la nocturnidad y el compromiso.
El hijo de inmigrantes alumbrado en Brooklyn lleva portando el estandarte de genio contemporáneo de la plástica desde antes de su prematura muerte, a los veintisiete años. Categoría a la que accedió por la simbología enriquecedora de sus dibujos y collages, y por la fuerza ilustrativa de sus trabajos gozosos en el mestizaje de estilos.
Un currículo alimentado con el éxito que alcanza Bilbao a través de cerca de 100 de sus obras, que conjuntan la exposición Basquiat. Ahora es el momento: la cual se celebra en el Museo Guggenheim del mencionado enclave norteño, hasta el próximo 1 de noviembre.
BASQUIAT Y SUS MITOS
Orquestada en colaboración con la Art Gallery de Ontario (Canadá), la muestra recorre el rompecabezas de aerosoles y colores de tenebrismo impostado con el que el joven Jean-Michel asombró a los popes de la estela neoyorquina durante los ochenta.
En esa década, el arte rendía pleitesía a las aportaciones cargadas con espontaneidad y a los discursos capaces de huir del tradicionalismo. Los dos lustros en los que imperaron las lacas y las hombreras, las galerías caían rendidas a la dictadura del Pop Art, con los sofocos libertarios de Andy Warhol y su Factory. Sin embargo, Basquiat no pretendía sublimar el hedonismo sin más, sino concienciar e innovar con sus materiales reciclados y sus personajes surgidos de abismales aquelarres interiores.
Buscador incesante de la prehistoria casi cavernaria de los pigmentos, JMB comenzó su carrera maquillando la urbe de los rascacielos, con murales de sentido conceptual y alegórico, al lado de su colega Al Díaz. En ese tiempo, el aún desconocido pintor solía firmar sus escenas como SAMO. Y tales pintadas -inspiradas en muchas ocasiones en los cómics que leyó a lo largo de su infancia y adolescencia- consiguieron convertirse en la puerta por la que el soñador rebelde entró en el circuito artístico.
1980 fue una fecha clave en la proyección del falso grafitero, ya que en esa jornada el hijo de Gérard y Matilde inauguró su primera exposición, en la 41st Street and Seven Avenue, en Time Square. Una cita a la que asistieron numerosos críticos y compañeros de profesión, que alabaron las propuestas del entonces veinteañero.
Comprometido desde sus inicios con la reivindicación racial y con la lucha de los derechos civiles, Basquiat acomodó su producción en un resbaladizo terreno compuesto por dureza y ternura, sensibilidad y enérgicas agresiones al sistema social de USA. Un paisaje de continuas y potentes paradojas, en el que cabían tanto las consignas guerrilleras como las evocaciones poéticas de las músicas envolventes. En este apartado, gozó de especial protagonismo el jazz de inolvidables intérpretes como Charlie Parker y Miles Davis: gestas de notas aparentemente improvisadas, que el pintor intentó trasladar a sus lienzos.
El breve tiempo en la Tierra de Jean-Michel no le impidió vivir sus días con la pasión caníbal de los que se nutren únicamente de imágenes robadas a la oscuridad, y eso queda reflejado en la exhibición del Museo Guggenheim.
Aunque, pese al centenar de piezas reunidas, el autorretrato real del maestro de las fugas urbanas siga quedando a contraluz. Una característica que el simbolista nacido en Brooklyn siempre procuró preservar.
Más información, entradas y horarios en
http://www.basquiat.guggenheim-bilbao.es/exposicion/