Vincent Cassel es ante todo un intérprete carismático, y azotado por un empuje enérgico que transmite a todos y cada uno de los personajes que caen entre sus manos; con independencia de la catadura moral y ética de los tipos a los que presta su físico de rasgos agresivos.
Dentro del escaparate de caracterizaciones que conforman la carrera del ex de Monica Bellucci, Eugène-François Vidocq se acomoda como un guante en las costuras existenciales de esos seres con carne de guion y alma polivalente, a los que el parisino ha recreado en innumerables ocasiones.
Así lo ha debido ver el cineasta Jean-François Richet (Blood Father), con el que Cassel había colaborado anteriormente en la miniserie de televisión Mesrine y en el filme Una semana en Córcega.
Richet escogió él mismo a VC para que se erigiera como el Vidocq del siglo XXI, un papel que antes que él habían llevado a la pantalla grande estrellas de la talla de Gérard Depardieu (Vidocq: El mito) y George Sanders (Escándalo en París), entre otros actores.
Sin embargo, el punto de vista asumido por los responsables de esta nueva adaptación de las andanzas del que fuera el primer director de la Sûreté Nacionale de la tierra de La Marsellesa dista un poco de las visiones de Pitof y Douglas Sirk. El guion elaborado por Éric Besnard (Babylon) y por el propio Richet intenta acercarse a la agitada vida de Vidocq con un poso de realismo escénico, más que con un espíritu de novela gráfica, o de película de aventuras con el sello de Hollywood.
VINCENT CASSEL REGALA SOMBRAS A VIDOCQ
La trama de L’Empereur de Paris toma velocidad de crucero al llegar al año 1811, cuando el entonces joven Eugène-François Vidocq se hizo cargo de la Sûreté Nationale (el órgano de la policía en la Ciudad de la Luz). En ese instante, la vida del antiguo hijo de panadero y delincuente en ciernes alcanza trazos de leyenda activa.
Ambientada en la peligrosa época del asentamiento de las tesis revolucionarias, las crónicas periodísticas de esa década del siglo XIX situaban a Vidocq como el verdadero emperador de la metrópoli regada por el Sena, mientras que Napoleón Bonaparte dominaba el mundo con el emblema de la enseña tricolor.
Sin embargo, llegar a la cúspide de una manera tan fulminante no fue aval suficiente para que la carrera como perseguidor del crimen de Vidocq estuviera siempre aposentada en el éxito; ya que las intrigas constantes provocaron su caída en más de una ocasión.
Ya fuera de la sûreté, el mediático personaje fundó en 1833 la primera agencia de detectives de la historia, e inspiró con sus rocambolescos casos muchas de las páginas manuscritas por autores del estilo de Victor Hugo o Edgar Allan Poe.
Vincent Cassel ha trabajado duro para conseguir una identificación efectiva y creíble con la imagen que se conserva del peculiar Vidocq: un hombre escurridizo y presto a los análisis más variados; el cual se convirtió en un pionero en la investigación policial.
Al lado del intérprete galo, la ucraniana Olga Kurylenko (El maestro del agua) y el alemán August Diehl (Malditos bastardos) comparten las gestas de este inmortal mito de la historia del país del Eliseo.
Todo un símbolo de la cultura con acento distintivo, que se halla a la altura de otros individuos que deambularon entre la fábula y la realidad.