Tarsila do Amaral lleva parte de la luz de Brasil al MoMA de NY
La célebre pintora de Sao Paulo es objeto de la primera retrospectiva en USA sobre su trabajo, a través de la muestra "Tarsila do Amaral: Inventing Modern Art".
Tarsila do Amaral coloreó el Modernismo brasileño con su paleta plagada de imágenes sugerentes y sensitivas.
Esta mujer, criada entre cafetales olorosos, fue una de las figuras más relevantes en la plástica del país donde se eleva el Cristo de Corcovado, siempre estimulada por un sentido simbólico de la naturaleza pictórica, con el que propugnó su particular cubismo de bodegones soñados y retratos sustraídos de las realidades deformadas.
No hace mucho, Do Amaral dejó parte de su embrujo con los pinceles en el territorio estadounidense, con una sorprendente exposición colectiva desplegada en el MoMA, que asoció su trabajo con el de maestros de los pigmentos como Diego Rivera, Roberto Matta o José Clemente Orozco.
Pero aún faltaba que la nación de las barras y estrellas dedicara una retrospectiva individualizada a esta talentosa creadora de escenas inolvidables.
Y, aunque ha tardado demasiado en llegar, al fin el MoMA neoyorquino ha reparado el craso e inexplicable olvido con la dama de los óleos; y lo ha hecho mediante la exhibición titulada Tarsila do Amaral: Inventing Modern Art, que estará en el interior de la institución museística norteamericana hasta el próximo 3 de junio de 2018.
Más de 100 objetos relacionados con la vida y obra de la que fuera esposa del poeta Oswald de Andrade (la mayoría de las piezas seleccionadas se corresponden con la fructífera época de los años 20) concretan el brillante recorrido propuesto por la pinacoteca vecina del Empire State.
Un laberinto de colores deslumbrantes y maniquíes explosivos, en el que no faltan muchos de los cuadros más conocidos de la artista nacida en Sao Paulo.
TARSILA DO AMARAL Y SU MODERNISMO DESATADO
Contemplar una composición de Tarsila do Amaral supone adentrarse en un paraíso de consecuencias imprevistas.
Más allá de lo que percibe la retina en un primer acceso, el espacio se ahueca conforme el cerebro procesa los elementos del lienzo; y las reflexiones se agolpan en el pensamiento, como si se tratara de un diálogo en el que cualquier idea o explicación tiene su lógica y encuentra su morada.
El canibalismo militante que existe en los óleos de la creadora brasileña adquiere el protagonismo heroico de lo particular en cada imagen, y siembra el MoMA con vegetaciones humanas de singular fisonomía, permeables a las bifurcaciones entre mundos contrapuestos y atrayentes (identificados con las influencias parisinas y el ansia por aceptar el carácter primigenio de su cuna).
“Quiero ser la pintora de mi país“, admitió Tarsila en una ocasión; y ese espíritu de apego a las raíces está muy presente en su Cubismo calórico, y dominado por la climatología de la nación carioca.
Al bucear por los rastros que deja la plástica de la componente del Grupo de los Cinco (formación que compartió con Anita Malfatti, Menotti del Picchia, Mário de Andrade y Oswald de Andrade), es posible localizar nudos de enseñanzas asumidas hacia la producción de Fernand Léger; a la vez que se cuelan accesos juguetones, que enlazan el trasfondo artístico de Tarsila con el hipnotismo enérgico de Roberto Matta.
La exhibición montada por el MoMA despeja cualquier posible duda sobre la genialidad de la autora de Abaporu, y sitúa su legado entre los cromosomas más determinantes a la hora de diseñar la secuencia de ADN del arte latinoamericano.
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