Tarantino y el crimen de Sharon Tate
El responsable de "Malditos bastardos" se acerca a los sangrientos asesinatos perpetrados por la banda liderada por Charles Manson, en "Érase una vez en... Hollywood".
Tarantino nunca ha ocultado su condición de fan metido a director de largometrajes, al que le gusta ennoblecer a muchas de las películas y de los directores a los que la llamada crítica especializada se dedicó a masacrar en su momento. La denostada serie B adquiere en las manos del creador nacido en Knoxville (Tennessee, USA) un prurito de dignidad y eficacia estética y argumental, con que el responsable de Pulp Fiction se dedica a poner en un sitio de honor al denominado cine de palomitas y de sesión doble.
Ante semejante cruzada en pos del entretenimiento, Quentin no escatima recursos para llamar la atención, sin importar someter sus historias a guiones de acción hiperbólica, con personajes voluntariemente caricaturescos, y tocados constantemente por la varita de lo imprevisible. Solo bajo ese paraguas artístico es posible testar la importancia y los logros artísticos contenidos en las obras firmadas por el amigo de Robert Rodriguez.
Conforme a ese esquema creativo, la exageración, el humor grotesco y el surrealismo existencial vuelven a ser tres de las coordenadas básicas que componen la trama de Érase una vez en… Hollywood; justo como también estaban presentes en Malditos bastardos, Pulp Fiction, Reservoir Dogs o Kill Bill. Unas líneas de contrastada efectividad, que moldean en esta ocasión el colorista espectáculo (marcadamente pop y camp) ideado por Tarantino, y que se mueve en torno a la Meca del Cine en 1969: escenario que, lejos de instalarse en los glamurosos mimbres del crepuscular star system, se acomoda sin complejos en las producciones de bajo presupuesto, y en las series de televisión elaboradas con tres dólares y chorros de ingenio.
Ahí es donde QT hunde su estilo desenfadado y vertiginoso, para conducir de manera un tanto amanerada y sorprendente su visión distorsionada de los crueles asesinatos efectuados por Charles Manson y algunos miembros de su comuna hippie.
Una perspectiva que se concreta en el peculiar seguimiento que el director estadounidense realiza respecto a los crímenes orquestados por el líder de The Family; y que toma como hilos conductores del relato a un par de tipos con el tanque de la gasolina existencial un poco bajo: un actor que se enfrenta al abismo profesional (Rick Dalton, al que encarna de manera salvaje Leonardo DiCaprio) y a su doble y colega (Cliff Booth, a quien presta su físico un increíble Brad Pitt).
TARANTINO NO SE CONFORMA CON LA REALIDAD
Cualquiera que conozca los hechos ocurridos el 9 de agosto de 1969, sucedidos en una de las zonas residenciales más lujosas de la Meca del Cine, probablemente se sentirá algo perplejo, frente a lo que QT ofrece a lo largo de las cerca de tres horas que dura el metraje de Érase una vez en… Hollywood.
Esto no quiere decir que el cineasta de Los odiosos ocho no muestre aspectos y lugares tomados de la realidad, como el rancho Spahn o la relación de amor/odio que Charles Manson sentía hacía el músico y productor Terry Melcher; sino que Quentin centra el foco de atención en la locura hedonista que destilaba la ciudad angelina a finales de los años sesenta, y que dio como resultado que la otrora urbe de los sueños se transformara en una gran casa del terror.
Tarantino destripa el Hollywood de la vacuidad y del derroche, y lo pone ante los ojos de los espectadores con las dosis necesarias de psicodelia audiovisual, siempre tamizadas por un toque cómico y neurótico, no exento de la mediada depresión medioambiental.
La agilidad en los diálogos y lo absurdo de muchas de las situaciones planteadas ayudan a que Érase una vez en… Hollywood se vea como un ejercicio de cine dentro del cine, cuyas líneas argumentales evolucionan hacia una conclusión en apariencia conocida. Sin embargo, aquí Tarantino vuelve a jugar con ventaja, y resuelve el desarrollo con un añadido ajeno a lo que ocurrió en el fatídico 9 de agosto de 1969 (algo parecido a lo que ya hizo en Malditos bastardos, cuando grabó la muerte de Hitler en un aparatoso incendio provocado en un cine de París, y no en un búnker berlinés).
Estas peculiaridades, con las que QT suele lacrar su sello autoral, hacen de Once Upon a Time in… Hollywood una obra divertida y con pegada suficiente, donde Leonardo DiCaprio y Brad Pitt contribuyen -con sus respectivas caracterizaciones- a potenciar el mensaje del filme, aunque que en ciertas partes del guion exista una extraña sensación de desequilibrio y confusión. Desfase que impide saber si el director de Kill Bill está más empeñado en exhibir los vicios y virtudes de la Meca del Cine, o en reflejar los bestiales actos de Manson y de su grupo de criminales enloquecidos.
Tráiler oficial de Érase una vez en… Hollywood, por Sony Pictures