Olivier Bourdeaut apuesta por el hedonismo
Olivier Bourdeaut sorprende a la crítica y al público con su primera novela: una historia de ilusionismo vivencial, que lleva por título Esperando a Mister Bojangles (Salamandra Ediciones).
El autor francés explora la relación mágica entre un niño (narrador de los acontecimientos) y sus soñadores padres; los cuales construyen un universo de cristal, que amenaza con romperse en mil pedazos por cada golpe del destino.
Bourdeaut consiguió la necesaria inspiración para el texto en las atmósferas vibrantes de Altea la Vella, en Alicante; y en las cornisas bohemias del París del bon vivant.
Somerset Maugham y Francis Scott Fitzgerald pusieron membrete de caducidad a los individuos aferrados a la diversión sin medida, como si las actitudes ajenas al dolor existencial fueran torrentes acuosos, tendentes a la evaporación progresiva de su caudal.
En tales literaturas de excentricidades envolventes, la realidad y su espada afilada que cercena los comportamientos irresponsables parecen como figuras eternas, destinadas a imponer la gravedad de la tristeza a los seres humanos.
Así lo experimenta el protagonista de la ópera prima del brillante Olivier Bourdeaut. Un libro que surge de las vaporosas estrofas de una canción jazzística de Nina Simone, y que lleva por título Esperando a Mister Bojangles.
Un estilo sencillo y ameno, plagado de evocaciones sensibles, enmarca la colorista trama; en la que hay castillos construidos con el papel celofán de las escenas de caramelo, e invenciones sobrenaturales más propias de un cuento de hadas que de una rutina asociada a las normalidades cotidianas.
OLIVIER BOURDEAUT Y LOS DECORADOS SEDUCTORES
Los vagabundeos de Mr. Bojangles, danzarín y encantador, mueven los pies y las siluetas de los padres del pequeño protagonista de Esperando a Mister Bojangles. Mientras el niño ve bailar a sus progenitores, una pátina de nostalgia aflora a la mente del crío: un sedimento de lágrimas imaginarias, que mezclan su sintonía con la garganta hipnotizadora de Nina Simone.
En ese cosmos de risas y deseos, los personajes planean su Camelot de hedonismo voluntario. Un reino donde el padre inventa un nombre diferente cada día para referirse a su amada; y en el que la madre interpreta sus múltiples papeles con fruición, como máscaras que caen en cuanto empiezan a agrietar su elemento sorpresivo.
Así, los capítulos transcurren en ambientes artificiales, que se oponen diametralmente a la realidad. El París de las luces desconcertantes y las fiestas de etiqueta y la España de caballerías pretéritas conjugan su presencia en ese río de juegos de magia verbal, para acabar sepultados por la fealdad de los despertares dolorosos.
Olivier Bourdeaut elabora, con los citados ingredientes, una prosa plagada de articulaciones afectivas, que siembra en el lector el germen de las añoranzas irrepetibles. Memorias frágiles e inmutables que estimulan los recuerdos de algodón nuboso, sin peso específico para permanecer en tierra firme por mucho tiempo.
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