Oleg Ivenko nunca imaginó que un día podría comportarse como el genial Rudolf Nureyev, y mucho menos a través de una película dedicada al inigualable Lord of the Dance.
El joven solista de la M. Jalil Tatar Academic Opera and Ballet Theatre sintió el vértigo de la emoción bajo sus pies, cuando el británico Ralph Fiennes lo escogió para encabezar el elenco artístico de The White Crow: la tercera película que dirige el actor de El paciente inglés, concebida a partir de la agitada prosa desbordada en las páginas de Nureyev: The Life (el libro escrito por Julie Kavanagh, en el que se narran aspectos poco conocidos sobre la existencia del inmortal bailarín ruso).
Ivenko tuvo que practicar con determinación el inimitable estilo de RN; y atreverse a incluir pasos de su propia cosecha, que cuadraban a la perfección con el arte del movimiento que practicaba con desatada pasión el que fuera uno de los más brillantes directores del Ballet de la Ópera de París, cargo que ostentó entre 1983 y 1989.
Más preocupado en mostrar una visión cercana a los momentos vivenciales de Nureyev que en reunir a un grupo de estrellas del celuloide con un discutible parecido con los personajes, Fiennes ha intentado construir un filme donde el ballet es un protagonista destacado.
Tal motivo ha hecho que el responsable de La mujer invisible haya recurrido a profesionales de la danza, como Chulpan Khamatova y Sergey Polunin, para interpretar algunos de los papeles que conjuntan la trama.
OLEG IVENKO Y SU PASIÓN POR EL BALLET
El veterano David Hare (El lector) ha sido el guionista encargado de traducir a imágenes en movimiento el citado texto ideado por Julie Kavanagh. Y el resultado de la traslación está compuesto por las luces y las sombras que al parecer experimentó Nureyev, a lo largo de su corta y acelerada existencia (el bailarín falleció en 1993, con tan solo 54 años).
La acción retoma aspectos fundamentales en la vida del que fuera amigo de Mikhail Baryshnikov, y uno de los mejores Romeo que ha tenido cualquier ballet a escala mundial.
Su educación en la escuela Kírov de Leningrado, su deserción de la U.R.S.S. en 1961, su tormentosa relación con el bailarín danés Erik Bruhn, su apego maternal hacia la igualmente genial Margot Fonteyn, sus excesos en las fiestas de famosos anfitriones, su liturgia esotérica sobre la licantropía, o sus peleas en el backstage de los espectáculos que solía llenar… Todos estos acontecimientos y actitudes, más algunos más, conforman la personalidad irreductible del Rudolf Nureyev al que se quiere acercar Ralph Fiennes con su cámara, y al que Ivenko pone físico de atleta y magia escénica.
Excesivo e imaginativo, Nureyev probó los efectos del cine en cintas como Valentino (Ken Russell, 1977), en la que encarnó al actor Rodolfo Valentino, con el que gustaba compararse a nivel mediático. Una pose de evidente excentricidad, que quedaba silenciada ante su inapelable talento a la hora de acometer los ballets más aclamados de la historia.
La capacidad de Rudolf Khametovich Nureyev para fundir clasicismo y modernidad hizo de él una guía de inspiración para los bailarines de cualquier generación y nacionalidad; algo que sabía muy bien Oleg Ivenko, desde el mismo instante en que empezó a asomarse al abismo de controversias que sentía El señor de la danza, a través del guion de Hare.
De la manera en que Ivenko acometa el cuadro humano del maestro depende gran parte del éxito y la verosimilitud de The White Crow: trabajo en el que también está en juego poner en primer plano el compromiso con el baile, por encima de elementos distorsionadores del componente artístico.