Michael Horowitz y su cercano b/n
El Museo Albertina de Viena reabre sus puertas, tras el tiempo que permaneció cerrado por causa de la pandemia del coronavirus, para seguir fascinando a los visitantes con la exposición monográfica dedicada al fotógrafo Michael Horowitz.
Michael Horowitz lleva más de cincuenta años retratando la cultura vienesa a través de los rostros que la disfrutan y promueven, estrellas del firmamento mediático que la cámara del artista centroeuropeo capta con abundantes poros de realidad y emoción cercana.
Desde los catorce años, este amante de la vitalidad inherente a la ciudad del Palacio Imperial de Hofburg ha inmortalizado a personajes de distintos ámbitos, todos ellos pertenecientes a una bohemia de vino y rosas; los cuales dejaron en la urbe de Sissi y Francisco José I momentos de sensibilidad en blanco y negro irrepetibles, como pertenecientes a un vacío temporal cargado de simbología nostálgica.
El museo Albertina (el imponente edificio ideado por Hans Hollein, en 2003) acoge hasta el próximo 6 de septiembre los inspirados y líricos fogonazos de Horowitz: un recorrido por más de dos décadas imágenes, en el que es posible distinguir -entre su apasionante bosque de rasgos y cuerpos- al forzudo Arnold Schwarzenegger, al taciturno Oskar Werner, y a la bella Senta Berger.
Los rostros que componen la muestra, captados con singular maestría por el creador vienés, parecen dialogar directamente con los espectadores, y les trasladan a una época (comprendida entre los sesenta y los ochenta) llena de efervescencia soñadora, y de emblemas revolucionarios. Unos años en los que aún existían islas desiertas que explorar; ya fuera desde el punto de vista geográfico, como desde el de las aventuras de pulso en las venas y pólvora en la retina.
MICHAEL HOROWITZ Y SU HABILIDAD PARA CAPTAR EL INTERIOR DE LOS MODELOS
Un simple gesto, un leve movimiento de las manos, una sonrisa agradable y franca, una mirada huidiza, una caída de hombros y micro, un flequillo que atisba depresiones inconfesables… Los recursos utilizados por Horowitz son múltiples y variados, siempre dominados por la idiosincrasia del personaje al que estos intentan representar.
Con estos sutiles toques, el compatriota de Oskar Kokoschka compone una sinfonía de gente famosa, tamizada por las vulnerabilidades rutinarias del backstage: paraíso o infierno, donde es posible escuchar los llantos humanos de los que están detrás de las máscaras estelares que los ocultan.
Ante semejante tesis de trazo visible, los visitantes se sienten consternados al observar la risa afectuosa y rebosante de un joven Arnold Schwarsenegger, sentado con el torso desnudo en el legendario y capitalino café Hewelka; la amargura existencial que emite la soledad apremiante de Oskar Werner; la frescura juvenil que expande Senta Berger; o la asfixia sudorosa y adrenalítica de Mick Jagger, en un concierto celebrado en 1967.
Entre estas impactantes y sorprendentes escenas (muchas de ellas exhibidas por primera vez), quizá haya dos que permiten entender a la perfección el imán activo y psicológico que suele desplegar el fotógrafo centroeuropeo. Uno de estos cuadros revelados analógicamente es sin duda el dedicado a Simon Wiesenthal: el superviviente de los campos de exterminio nazis, que luchó para localizar y llevar a juicio a los máximos culpables de la muerte de millones de judíos en las cámaras de gas. La pose inquietante de Wiesenthal, soportada por una profunda sobriedad gestual, penetra en los ojos de los espectadores con sus abismos de sufrimiento a flor de piel.
La otra pieza digna de mención es la que Horowitz realiza sobre los rasgos portentosos y expresivos de la poeta Friederike Mayröcker: una imagen que desborda humanidad y plasticidad, con su blanco y negro nutrido de figuradas pinceladas de laboratorio.
Nota: La exposición también contiene documentación sobre el modo de trabajar de Michael Horowitz, y sobre su evolución profesional.
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