La Tate Britain expone la faz extranjera del corazón de Londres
El Támesis contempla como testigo silencioso los cambios en la urbe del Big Ben. Así ha sido durante siglos de convivencia mediada por la naturaleza y por la acción de los hombres y mujeres; y seguirá constituyendo una realidad inmutable, hasta que el polvo del asfalto y el hormigón agoten su compromiso con los herederos de Adán y Eva. La metrópoli del otrora imperio más poderoso por extensión en el planeta Tierra (solamente comparable a las posesiones españolas en tiempos de Carlos I y Felipe II) acomoda su imagen poliédrica según generaciones y centurias. Aunque, la sutileza de sus contornos, de sus luces inspiradoras y de su atmósfera sutil y envolvente hacen que la capital de Gran Bretaña esté continuamente poniéndose máscaras de carnaval, como si en su metamorfosis intentara colmar de igual manera las aspiraciones de los viajeros de paso y de los inquilinos permanentes.
A esa capacidad para ser todo o nada, costumbrismo o pasarela itinerante, historia de piedras sangrantes o guion de monumentos de prestancia turística, Ítaca de soñadores impenitentes o desierto de desesperación y actitudes mendicantes, es a la que acude la Tate Britain para la concepción de la más que atractiva exhibición bautizada como Another London. International Photographers Capture City Life, 1930- 1980, que estará disponible al público en la institución, desde el próximo 27 de julio hasta el 16 de septiembre.
Un total de 180 obras dejan constancia de la excitante fisonomía de una city en la que confluyen riqueza y caridad, barrios residenciales y zonas de albergue marginal, iglesias de recio anglicanismo y catedrales de ideología católica que habrían vestido de urticaria los huesos de Enrique VIII, cárceles de abolengo custodiadas por cuervos y tarimas de ideología revolucionaria de absentismo capitalista. Cualquier estilo y forma de pensar tiene cabida en un enclave que pasa por ser el más poblado de la vieja Europa, y cuyas arterias (tanto las anchas como las estrechas) transitan sin descanso autobuses de rojo desafiante, rayano con las preferencias cromáticas de una sección de la Factory.
La antigua Londinium romana se erige como la auténtica protagonista y estrella de una muestra en la que los fogonazos tienen la sabiduría y el prestigioso encuadre de personalidades del arte de la cámara como Bill Brandt, Henri Cartier-Bresson, Robert Frank, Dora Maar o Irving Penn. Las retinas de estos peregrinos de miradas profundas, y musas carentes de localismos y estereotipos, conforman un conjunto en el que es posible atisbar conexiones de jolgorio patrio (Parliament Square: Princess Anne’s Wedding Waiting Her Pass By, tomada en 1973 por Martine Franck), concordia de signo humanístico (como representa Al Vandenberg en Untitled, de 1975), nostalgia de crepusculares despedidas en la conciencia paisajística (King’s Cross, de Wolfgang Suschitzky, 1941) o sencillez y ternura de signo ocular más que llamativo (Girl Holding Kitten, de Bruce Davidson, 1960).
Amoldado a semejantes perspectivas creativas, el recorrido por las salas del centro, construido en la cuna de muchas de las narraciones de Charles Dickens y del excelso teatro de William Shakespeare, habla con diálogo de acentos diversos de un lugar cómplice; de hojas de almanaque inmortalizadas en un chispazo de formulación química; de recuerdos teñidos por las tinturas de reflejos somnolientos; de blanco y negro que reclama a gritos su devoción por una vida nunca apagada, eternamente consensuada a través de una combinación de objetivo, encuadre y zoom.
En 2012, Londres se sumerge en su gloriosa silueta de ninfa agasajada con las Olimpiadas, con sus rascacielos apelmazados en el distrito financiero y su cosmopolitismo innegable con sabor a East End, Victoria Station, Trafalgar Square o Piccadilly Circus. Pero, ¿acaso es más real esta visión propia del siglo XXI que la que Bresson desnudó en el albor de los años treinta, o la que pudo esgrimir Davidson en plena época hippy?
Más información, horarios y entradas en http://www.tate.org.uk