Helena Janeczek y Gerda Taro
La escritora germano-polaca recuerda a la mítica fotorreportera teutona, en la novela "La chica de la Leica" (Tusquets Editores): una emotiva reconstrucción de los últimos años en la existencia de la informadora fallecida en la Guerra Civil Española.
Helena Janeczek posee más de un punto de conexión afectiva con Gerta Pohorylle (más conocida como Gerda Taro), y su lucha por salvaguardar al mundo de la dominación de las dictaduras totalitarias.
La familia de la autora de Las golondrinas de Montecasino padeció personalmente la brutalidad de las hordas nazis, cuando la madre de la narradora fue internada en el campo de exterminio de Auschwitz; y esa misma necesidad de parar los pies al expansionismo de la ideología liderada por Adolf Hitler fue lo que obligó a Taro a escapar de Alemania, y acudir a España para ilustrar la batalla de las tropas republicanas contra el alzamiento de Francisco Franco y sus correligionarios falangistas.
Ese similar arco de pensamiento se convirtió en el imán activo que inspiró la pluma de Helena Janeczek, para redactar La chica de la Leica (Tusquets Editores): un singular e imaginativo acercamiento a la figura de Taro, desde el parapeto de la admiración no disimulada hacia una mujer que hizo historia con sus fotografías y su pasión; la cual falleció por causas aún no desveladas del todo en la Batalla de Brunete, ocurrida cuando acreditaba únicamente 26 años de edad.
“A pesar de tu muerte y tus despojos/ el oro viejo que tu pelo era/ la fresca flor de tu sonrisa al viento/ y tu gracia al saltar/ burlándote a las balas/ para grabar escenas de la lucha/ nos das aliento, Gerta, todavía“. Este poema de Luis Pérez Infante prologa las páginas elaboradas con mimo por Janeczek; y antecede, como un primer acercamiento a pincel alzado, al calórico modelaje ejercido por la literata muniquesa: un peculiar y esforzado entramado de palabras y flashbacks, que desvela la inmensa personalidad de una artista tan imprescindible como determinante.
HELENA JANECZEK PORTA SU PROPIA CÁMARA
“La revolución es un día cualquiera, en el que uno sale para detener el golpe que pretende sofocarla, pero sin renunciar a una tregua que se convierte en celebración“. Con ese espíritu es con el que Gerda Taro acudió a Barcelona en el albor del enfrentamiento contra los golpistas, dispuesta a hacer que su Leica echara fuego de testimonios impactantes en las trincheras y los campos de batalla.
Al lado de su compañero Endre Friedmann, la primera fotorreportera caída en la Guerra Civil Española ideó la figura de Robert Capa; y juntos dotaron de imágenes impactantes a un conflicto mediado entre compatriotas cegados por la sangre hermana, solventado salvajemente entre familiares de una tierra que Taro veía como un símbolo para detener el auge de los totalitarismos en el Viejo Continente.
“En aquel arranque de agosto de 1936 son muchos los que llegaron a Barcelona, para unirse al primer pueblo de Europa que no ha vacilado en armarse contra el fascismo“, narra Janeczek.
A medias entre la descripción de las fotografías tomadas por la protagonista y los sentimientos que hay detrás de esas imágenes, la novelista germana despliega una prosa precisa y directa; en la que es posible localizar un elemento de cromatismo sensible, que dota de gran calado humano cada uno de los episodios existenciales por los que pasa la reportera gráfica.
Los testimonios de conocidos de GT -como Ruth Cerf, Willy Chardack y Georg Kuritzkes- aportan rigor documental a La chica de la Leica; aunque, al final, son los logros propiciados por el espectacular legado de la fotógrafa los pulen el armazón épico de la historia.
“Nadie olvidará tu incondicional esfuerzo para conseguir un mundo mejor“. El epitafio que rige en la tumba de Gerda Taro, colindante con el halcón colocado en la lápida por Alberto Giacometti, deja clara constancia de la titánica importancia de esta joven de apenas 27 años, que inunda con su pasión por la libertad cada página del texto de Helena Janeczek.