¡Hasta luego, maestro!

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Edward G. Robinson intentó boicotear "Bienvenido, Mr. Marshall" en el Festival de Cannes
Edward G. Robinson intentó boicotear "Bienvenido, Mr. Marshall" en el Festival de Cannes

El cineasta Luis García Berlanga (Valencia, 1921- Madrid, 2010) ha fallecido esta madrugada en una clínica de la Villa y Corte. Tenía ochenta y nueve años, y miles de admiradores a lo largo y ancho del mundo que se comunica en la lengua de Cervantes.

El director valenciano viene a ser a la realización lo que su compañero de fatigas Rafael Azcona a los guiones. Y eso que la primera inclinación juvenil de Berlanga, más que nada por imposición familiar, le llevó a intentar licenciarse en Derecho. Pocos se habrían imaginado al responsable de Plácido, Premio Príncipe de Asturias en 1986, ejerciendo en un tribunal con toga y modales de seriedad impostada. Aunque tal vez, si la suerte y la vocación no se hubieran aliado para guiarle por el paraíso de las bobinas de celuloide y los escenarios con ruidos de claqueta, este creador de imágenes podría haber pasado su tiempo entre legajos y leyes de especulativa aplicación. Aunque, afortunadamente, no fue así; y los aficionados a esa cosa inmanente que muchos han venido en calificar como séptimo arte hemos podido disfrutar de un realizador universal; uno de los que mejor supieron unir en la amalgama vivencial, fotograma a fotograma, el surrealismo y la carga costumbrista de las lentejas estofadas y la paella sin marisco.

"Plácido" compitió en 1961 a los Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera
"Plácido" compitió en 1961 a los Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera

El cine de Berlanga es de esos que capturan la mirada por lo extraño de su desarrollo. La sorpresa reñida con la coherencia; la incorrección sin dardos hirientes hacia ningún lugar; la esencia de cuento a pesar de narrar situaciones trágicas o identificables con los años del hambre, de una posguerra española en la que las tripas se retorcían con los racionamientos y la falta de liquidez monetaria… todos estos elementos, y muchos más, se concitan en humorístico aquelarre en cada uno de los títulos de la extensa carrera de este ex combatiente forzado de la División Azul. Esa Piel de Toro franquista, anacrónica con su tiempo y tan espontánea como ingenua, fue el caldo de cultivo para el cineasta desde su primera película, llamada irónicamente Esa pareja feliz (1951).

"París Tombuctú" fue la última película de Berlanga
"París Tombuctú" fue la última película de Berlanga

El trabajo de Berlanga consiguió que los americanos nunca volvieran a ser los mismos tras Bienvenido, Mr. Marshall (1953), que las cenas de Navidad abandonaran los jolgorios sin pensamientos más allá de la propia mesa y convite después de Plácido (1960); incluso, que la simpatía se hiciera cómplice de alguien cuya profesión consistía en dar matarile a los presos, una vez visionada El verdugo (1963). El bueno de don Luis criticaba sin casi levantar ampollas, retrataba situaciones penosas con la sonrisa siempre latente de lo onírico, pese a poseer en cada escena una enorme identificación terrenal.

Las corruptelas políticas tuvo reflejo en "Todos a la cárcel"
Las corruptelas políticas tuvo reflejo en "Todos a la cárcel"

Seductor de las mentes y de las retinas hasta en su última película (la extraña y altamente erótica París Tombuctú, fechada en 1999); este irrepetible autor valenciano era capaz de meter en sus producciones lo más increíble, sin que por eso fuera objeto de polémica o escándalo. Por ejemplo, a sus órdenes, los también tristemente fallecidos Manuel Alexandre y Rafael Alonso mostraron sus nalgas -sin calzones de por medio- ante la luna, en Todos a la cárcel; o el francés Michel Piccoli protagonizó un desnudo frontal que en otras manos habría resultado hasta pornográfico, en París Tombuctú…No importa lo que el responsable de Calabuch retratara con su cámara; ya que su genio lo teñía de majestuosa prestancia, de “españolismo” calzado con la sabiduría de alguien que se sentía como pez en el agua fuera de la normalidad pactada y mediatizada.

Con la muerte de Berlanga se pierde también una época –la hasta ahora más floreciente- de la cinematografía ibérica; la misma que inmortalizaron secuencias en las que la risa y el llanto estaban unidos casi sin sentir, con una veladura mucho más sutil que la de un simple encadenado.

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