George Harrison, según Martin Scorsese

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El oscarizado director narra la vida del compositor de "My Sweet Lord"
El oscarizado director narra la vida del compositor de “My Sweet Lord”

En The Beatles, John Lennon era sin lugar a dudas el más mediático del grupo; Paul McCartney se ganó a golpe de melena la calificación del más seguido por las fans; Ringo Star se convirtió con sus baquetas en el más simpático; y George Harrison se caracterizó por ser el componente más misterioso de la banda de Liverpool. Cuando Martin Scorsese conoció al muchacho de la mirada seria y el porte desgarbado, que ponía voz y bajos guitarreros a los responsables de Penny Lane, ya había pasado algún tiempo desde la disolución de la mítica formación de rock inglesa; y lo que encontró el cineasta de Taxi Driver fue a un hombre sincero, inteligente y sumamente sensible. Un músico que se construyó a sí mismo a base de impulsos de creatividad, nunca a través de sesiones en algún conservatorio con señorío, que consiguió sobrevivir a duras penas mediando entre los egos geniales de los mencionados John y Paul, sin por ello renunciar a sus credenciales como trovador del siglo XX.

Living in The Material World es el título del documental que el realizador de Malas calles está elaborando en la actualidad respecto a la vida de George Harrison (Liverpool, Inglaterra, 1943- Los Ángeles, USA, 2001); obra en la que Scorsese ofrece una visión completa y sorprendente de la existencia del compositor de Give Love (Give Me Peace On Earth), apoyando su propuesta audiovisual en imágenes –la mayor parte de ellas inéditas- correspondientes al archivo personal de Olivia Harrison: la viuda de la estrella de las sinfonías eclécticas.

Como hizo anteriormente con la figura de Bob Dylan, en No Direction Home (2005), el autor de Uno de los nuestros despliega sus dotes para el montaje –ayudado en todo momento por su compañero y colega desde hace años David Tedeschi– para narrar el arco vivencial de un individuo que comenzó su periplo profesional mientras aún vestía pantalón corto y jugaba a las canicas. Desde que Harrison conoció en la escuela a Paul McCarthney a las once primaveras, la alianza sonora entre el aún niño y las partituras de oído fue ininterrumpida y pasional. En esas jornadas de guateques arropados con esencias etílicas y vinilos bamobolenates, Elvis Presley marcaba con su pelvis el imperio de la modernidad juvenil; y a los chicos les encantaba emular sus gestas de escenario contoneando las caderas al ritmo de guitarras potentes y ensordecedoras. Con tal afinidad de gustos bailongos, Paul y George congeniaron rápidamente; aunque el despegue definitivo de sus respectivas cajas de resonancias se produjo en el momento en que conocieron al hiperactivo John Lennon. Juntos formaron el germen de The Beatles y, desde el puerto algo deprimido del Liverpool del paro y de las reuniones clandestinas en pubs domingueros, los jóvenes de los flequillos crecidos se auparon a la historia de los pentagramas improvisados.

Los días de vino y rosas con The Beatles finalizaron en 1970, con la disolución del grupo debido a las numerosas tensiones entre sus miembros; sin embargo, la carrera de Harrison no se vio eclipsada por ello, sino que alcanzó su máxima expresión de brillantez tras el penoso divorcio del equipo. La edición de su primer trabajo en solitario, un triple LP titulado All Things Must Pass, demostró que George no era el menos lúcido en The Beatles; y que sus ideas eran tan cautivadoras como las de Lennon y McCartney al frente de la banda finiquitada. Solamente habia que escuchar el inmejorable y estimulante My Sweet Lord –pese a las posteriores acusaciones de plagio- para que los seguidores se dieran cuenta de que el muchacho de la ciudad de los reds era mucho más que el chaval tímido y callado que siempre se quedaba al acecho de las inspiraciones de John y Paul.

Martin Scorsese escarba en la personalidad del letrista para sacar a la luz el talento de alguien que se caracterizó, en toda su senda artística, por probar numerosos palos de una baraja que él solía estimular con sus dosis de innegable ingenio. Ya fuera en calidad de productor cinematográfico (Harrison impulsó la fundación de la empresa Handmade Films, desde la que se financiaron películas como La vida de Brian y Mona Lisa), como en la faceta de cerebro pensante de nuevos ejercicios musicales (fue uno de los componentes de los chispeantes The Traveling Wilburys), George se erigió como un polifacético renacentista, que encontró en las notas de los instrumentos su forma de hablar más directa y confesional, y de la que nacieron dicursos coreados por miles de voces.

Living In The Material World (epígrafe que coincide con el del aclamado segundo álbum del ex beatle) forma parte del grupo de cintas que el cineasta de Shutter Island prepara para asaltar las salas del planeta en un futuro más bien cercano. Este ramillete de nuevos rodajes comprende el filme de aventuras Hugo Cabret (este largo es una adaptación de la homónima novela de Brian Selznick sobre un huérfano en el París de los años treinta, y que reúne un reparto de estrellas en el que lucen palmito Jude Law, Emily Mortimer, Sacha Baron Cohen, Asa Butterfield y Christopher Lee); la producción histórica y espiritual Silence (el texto original de Shusaky Endo podría llevar a Benicio del Toro, Daniel Day-Lewis y Gael García Bernal al Japón del siglo XVII) y la biografía cinematográfica del cantante de Strangers In The Night titulada Sinatra (proyecto que trae de cabeza desde hace bastantes temporadas al filmador de La edad de la inocencia).

Como se ve, ocasiones para escribir sobre el legado en versión de celuloide surgido del objetivo de las cámaras de Scorsese no faltarán, sobre todo si las obras citadas acaban por concretarse.

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