Escapada de La Villa
Los años sesenta fueron una década realmente prodigiosa para la televisión. La psicodelia invadió las pantallas albergadas en los hogares, y la experimentación tomó el poder. Uno de esos seriales inolvidables, que hizo de la innovación casi surrealista su seña de identidad, fue El Prisionero, producción que mostró sus indudables cualidades a través de diecisiete episodios grabados entre 1967 y 1968.
Protagonizada por el camaleónico y excelente actor Patrick McGoohan, la historia original seguía las hazañas y los problemas mentales de un espía en reciclaje, un profesional del secretismo que anhelaba exiliarse de una organización que no le dejaba colgar los bártulos. Drogado con un potente gas, Número Seis (en los guiones sesenteros, los personajes carecían de nombre y apellidos) era encerrado en un paraíso de los de alienación latente: un destino denominado La Villa. Desde este escondite casi de preconizada virtualidad, el papel de McGoohan se veía sometido a las pruebas de un maquiavélico equipo de torturadores, encabezado por Número Dos (genial la interpretación de Leo McKern como uno de los múltiples físicos que lucía este poderoso señor).
Más de cuarenta años después, Number Six vuelve a la carga; aunque en este lavado de cara sea Jim Caviezel el que se ocupe de la parte que inmortalizó el convincente protagonista de La isla del Oso. La estrella de La pasión de Cristo convierte el otrora ordinal de designación del personaje por la denominación de Michael. Sin embargo, pese a los cambios comprensibles en el reparto y algún que otro complemento, la trama se desarrolla por similar senda que la de su precedente televisivo. La Villa regresa como espacio onírico, y Número Dos continúa haciendo de las suyas; ahora con los rasgos de Ian McKellen.
Los que deseen comprobar si es mejor el producto de culto de la época hippy o su remake están de enhorabuena; ya que pueden adquirir ambos seriales en sus respectivas ediciones en DVD (los seis episodios de Caviezel, de temprana aparición en España y en formato digipack).
Tras el visionado, los amantes de la calidad a seiscientas veinticinco líneas echarán de menos que la tele que nos ha tocado vivir en la actualidad haya perdido mucha frescura e ingenio respecto a la que disfrutaron nuestros padres.