Erwin Blumenfeld invita a los londinenses a soñar con el eterno femenino
Sentado frente al caballete, con la luz envolvente de la Costa Azul francesa bordeando las curvas suntuosas de una joven modelo, Pierre-Auguste Renoir solía decir que la magia de las féminas de Tiziano residía en el deseo que éstas contagiaban al espectador por acariciar sus poros epidérmicos, nutridos hechiceramente con aceite y tintura; saciar la ansiedad en sus generosas formas de pincel y bastidor; entregarse sin medida ante las armas venenosas de sus proporciones inmortales. El anciano impresionista sabía muy bien dónde se ocultaba el secreto de la plástica y la belleza, emoción que situaba más allá de los movimientos, las corrientes, los egos y las técnicas aprendidas en las nocturnidades de la intelectualidad. Similares exploraciones de pecado voluntario anidaron prontamente en la cabeza del fotógrafo Erwin Blumenfeld (Berlín, 1897- Roma, 1969); quien creó un mundo de fantasía hipnotizadora a través de las anatomías esbeltas de sus musas inalcanzables, siempre ajenas a las reglas de la gravedad.
Surrealista y dadá por militancia grupal, el fotógrafo germano (estadounidense de adopción) es desde el pasado mayo el protagonista destacado en la programación de la Somerset House londinense: complejo titánico de cultura excitante, que exhibe su aplomo de mármol y agua asomado a la sinuosa melodía del Támesis. Lugar de imperios recuperados que dedica una importante muestra al citado artista teutón, hasta el próximo 1 de septiembre.
Mucho más que un maestro de portadas femeninas
Los cerca de 100 trabajos que cuelgan de las paredes del centro metropolitano dejan constancia de la obra enérgica y ennoblecedora de un hombre que evolucionó, como pocos, en el arte de los fogonazos y el nitrato de plata. Un individuo con mirada de rayos X que merodeó por los rincones ocultos de las escenas más íntimas, y bebió el licor de los voyeurs en las insondables profundidades lingüísticas vertebradas por el sincero verbo de una cámara.
Tomado como un viaje hacia la humanidad tentadora de las herederas de Venus y Afrodita, Blumenfeld Studio: New York, 1941-1960 es el título con el que la Somerset House ha bautizado el recorrido propuesto, que adquiere su fuerza frente a las imágenes (en blanco y negro y en color) de este irrepetible retratista, sumergido en una época donde la disciplina fotográfica comenzaba a sacudirse el apego a la realidad; para entrar de lleno -y con derecho propio- por la puerta grande del misterio sugerido. Dentro de esa dinamización de los múltiples idiomas en los que dialoga una foto, gente como Robert Doisneau, Henri Cartier-Bresson, Man Ray o Dora Maar fueron parte de los pioneros que contribuyeron a apuntalar las expresividades veladas tras un objetivo. Un grupo cada vez más extenso en el que el entonces también joven y bohemio Blumenfeld encontró el necesario cobijo para sus ambiciones profesionales.
Amigo de Georg Grosz y Paul Citröen, el berlinés abandonó Alemania después de finalizar la Primera Guerra Mundial, con el fin de asentarse por un tiempo en Holanda. Allí, en la tierra de Rubens, fundó con los colegas mencionados, y bajo el pseudónimo de Jan Bloomfield, la Central dadá de Ámsterdam. Escuela de reglas vaporosas, en la que lo único que contaba era la más absoluta libertad en la elaboración de las composiciones más diversas.
Al estilo daliniano (aunque algo menos simbólico), Erwin B. empezó a cultivar el género de los fotomontajes, a la vez que aprovechaba para atacar las consignas nazis que vaticinaban el nacimiento de la Segunda Guerra Mundial. Tales credenciales no gustaron a Hitler y a sus correligionarios, quienes no dudaron en enviar al artista a un campo de concentración en 1940.
Una vez liberado, el creador huyó con toda su familia a Estados Unidos, nación que le otorgó uno de los periodos más exitosos en su extensa carrera. Décadas de fogonazos y gloria, que sirvieron igualmente para configurar la leyenda en torno al mítico estudio que el compatriota de Thomas Man poseía en el 222 de Central Park South (en la ciudad de Nueva York).
Vogue, Cosmopolitan, Harper’s Baazar… la revistas más señeras de la alta costura se rindieron ante los encuadres y perfeccionismo que desarrolló EB a lo largo de su currículo; un mural extenso y nunca agotable en sus mensajes, que fue perpetua casa de arena y niebla para las innumerables modelos del centroeuropeo, a las que vistió de luces y sombras en los cincuenta. Señoras de talle de papel y alambre que volaron inmateriales e inaccesibles en el interior de ese habitáculo de ladrillo ornamental, justo como Renoir y Tiziano debieron imaginar y pintar a las hijas de Eva…
Más información, entradas y horarios en
http://www.somersethouse.org.uk/visual-arts/blumenfeld-studio y http://www.erwinblumenfeld.com