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El Gallo de Oro, la satírica ópera compuesta por Nikolái Rimski-Kórsakov en 1907, conquista la Sala Principal del Teatro Real de Madrid, desde el 25 de mayo al 9 de junio.
La obra –divida en tres actos, más un prólogo y un epílogo– es una de las piezas más abiertamente críticas del maestro ruso, quien murió poco antes de su estreno en el Teatro Solodovniko de Moscú, ocurrido el 24 de octubre de 1907.
La dirección orquestal del peculiar montaje que asalta la Villa y Corte corre a cargo de Ivor Bolton (director musical del Teatro Real y de la Orquesta Sinfónica de Basilea), mientras que el papel del caricaturizado zar Dodón ha recaído en Dmitry Ulyanov y Alexey Tikhomirov.
La historia de Rusia durante el pasado siglo XX fue como una montaña mecánica de dolor, revoluciones y sufrimiento.
Todo ese calvario, trufado con desafecciones y búsquedas de mayor justicia social, llevó al pueblo eslavo a levantarse en armas contra el clasismo zarista, espoleado por las tesis igualitarias del reclamo de la dignidad perdida.
La mecha la encendieron los disturbios de 1905, cuando los súbditos del zar Nicolás II se cansaron de morir desnutridos por las calles, y de perecer cercenados por una contienda (la mantenida entre Rusia y Japón) absurda, y gestionada por un cúmulo de estrategias suicidas.
Rimski-Kórsakov fue uno de los intelectuales que se posicionaron con los que clamaban contra la política imperialista del gobernador de sangre azul. Un acto que le costó el puesto como director del Conservatorio de San Petersburgo, y que le inspiró para la elaboración de una de las óperas más hipnotizadoras de la pasada centuria: El gallo de oro.
Los años transcurridos han ayudado a esta traslación del homónimo cuento de Pushkin a vestirse con los ropajes camaleónicos de las actualidades semejantes. Por eso, no sería extraño que más de un espectador piense en Vladimir Putin o Donald Trump al observar el comportamiento del ficticio zar Dodón.
Apreciaciones que igualmente revierten en una influencia artística con las genialidades fantásticas de La flauta mágica, de Mozart, o las dramaturgias oscuras y viscerales de William Shakespeare; sin pasar por alto el cuento titulado El traje del emperador, de Hans Christian Andersen.
EL GALLO DE ORO NO PIERDE FRESCURA
Una gran cama preside el decorado pensado por Barbara de Limburg para contar la ácida historia del zar abrumado por su inoperancia. En ella, el orondo gobernante, al que ponen físico y voz Dmitry Ulyanov y Alexey Tikhorimov, declama la pasión devoradora que siente hacia la bella Shemajá.
Mientras, la insensata guerra que el gobernante ha declarado con el país vecino causa la muerte de sus dos hijos, más la de muchos de los habitantes de sus dominios debido a enfrentamientos sin el menor atisbo de lógica.
Inteligente e imperecedera, El gallo de oro llega a la urbe del Manzanares según el proyecto elaborado en colaboración con el Théâtre de la Monnaire, de Bruselas, y la Opéra National de Lorraine, de Nancy. Las dos instituciones, junto al Teatro Real, han conseguido equilibrar sexualidad envolvente y fantasía de cuento irreal, aparte de impactar con fondos azules que remiten a los sueños imposibles de noches aciagas y sudorosas.
A través de las partituras de Rimski-Kórsakov, las aspiraciones de los diversos personajes pasan del sosiego al llanto con una simple nota, al tiempo que el gallo de oro (Sara Blanch) da noticias al respetable de la caducidad del reloj de arena, que marca las invisibles fronteras entre los vivos y los espectros.
Sensaciones que Ivor Bolton se encarga de enfatizar, con sensibilidad profunda a la hora de interpretar los coros sobrenaturales construidos por el inagotable R-K.
Vídeo de El gallo de oro, por el Teatro Real de Madrid
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