El director de “El concierto” propone una huelga de sexo
El 2009 fue un año de excelente cosecha artística para el realizador rumano –afincado en Francia- Radu Mihaileanu (Bucarest, 1958). A lo largo de esos trescientos sesenta y cinco días, en un momento dado asomó en las salas de proyección su físico de celuloide el filme El concierto -materializado por este hombre de cincuenta y tres años y melena rizada a lo afro-; y el público se sintió tan sumamente complacido con sus fotogramas sinfónicos, su desparpajo costumbrista, su humor de frescura analítica y sus intérpretes surgidos con costurones y fregonas de una comedia clásica post caída del Muro de Berlín, que acudió en masa a los cines. Dos premios César, en 2010, y una nominación como Mejor Película de Habla No inglesa en los Globos de Oro de 2011 celebraron el éxito de la musical propuesta; y –tras comprobar los efectos en su cuenta bancaria- su responsable se frotó las manos ante la oportunidad que se le había presentado para apuntalar su ya algo fogueada carrera detrás de las cámaras.
Sin embargo, después de un taquillazo como el mencionado, Mihaileanu era consciente de que estaba obligado a no decepcionar a su pléyade de seguidores, y a no “meter la gamba” con su siguiente trabajo. De esta manera, el cineasta tenía que jugársela con un argumento que no cometiera el error de reproducir constantes argumentales redundantes con su anterior obra; y esa pretensión de contar una realidad totalmente diferente es la que dio alas a la concepción de La Source Des Femmes (La fuente de las mujeres): una crónica grabada en clave feminista que el creador europeo va a presentar en breve, con el boato y la ceremonia debidos, en la 64 edición del Festival de Cannes (que se celebra del 11 al 22 de mayo en la urbe de la Costa Azul).
La acción del largometraje transcurre en un lugar voluntariamente indeterminado, situado en la amplia zona que va desde el norte de África a Oriente Medio. Allí, entre dunas desérticas y sol que hiere la subsistencia y perfora la sensibilidad cutánea, un grupo de señoras está que se sube por las paredes de sus humildes habitáculos. La razón del descontento es la ubicación de la fuente de la aldea, que se encuentra bastante alejada de los rústicos inmuebles de la comunidad de vecinos. Tal enfado hace que las herederas de Eva, encabezadas por la guerrera Leila, tomen una drástica decisión: no habrá relaciones sexuales consentidas con sus parejas, hasta que los hombres trasladen el surtidor a una posición más cómoda para el poblado.
Un guion escrito a medias entre Mihaileanu y su colaborador habitual en esas lides, Alain-Michel Blanc, sirve de armazón dramático al filmador de El tren de la vida para narrar las desavenencias sufridas por sus protagonistas; y que bien podría tratarse de un episodio más en el esquema universal e infinito de la lucha de sexos fabricada a base de millones de páginas impresas y fotogramas. Sin ir más lejos en las comparaciones, en esa corriente inspiradora cobra especial calado la acción descrita -hace bastantes siglos atrás- por el genial Aristófanes, en su texto Lisístrata; aunque, en ese caso, con connotaciones mucho más bélicas que las de las situaciones escenificadas en La Source Des Femmes.
Un trío de actrices de rasgos salvajes y fiereza étnica ocupan los papeles más destacados de la producción del director rumano. Esta tripleta de esforzadas intérpretes la componen la morena Hafsia Herzi (Cuscús), Leila Bekhti (Un profeta) y Sabrina Quazani (De dioses y hombres). Ellas son las que llevan la voz cantante en las cerca de dos horas que dura el largo. Con sus espontáneos gestos y sus expresivas actuaciones -en clave situacional más humorística que trágica- el cuerpo femenino del equipo artístico es el encargado de llevar el peso de la película.
Como resulta obvio, no se sabrá hasta el estreno de La Source Des Femmes si las reividicaciones de Leila y sus compañeras son atendidas por sus pacientes caballeros andantes; no obstante, para juguetar con posibles desenlaces, los interesados pueden abir boca visionando cierta cinta de nacionalidad española, y de acabado algo excéntrico, titulada Lisístrata (pergeñada en 2002 por Francesc Bellmunt, la historia era una adaptación del homónimo cómic elaborado por Ralf Köning, y reproducía en una Grecia clásica algo descerebrada y muy sui generis un planteamiento muy similar al esbozado por Mihaileanu).