“El cuervo” bate nuevamente sus alas cinematográficas
La conexión espectral se pasea libremente por las calles de Belgrado, gracias a un ficticio Edgar Allan Poe. La sombra del famoso escritor estadounidense, amante del ocultismo y gran referente de la novela gótica contemporánea, vuelve a vestir sus ropajes oscuros y su mirada lánguida y profunda en la película The Raven (El cuervo), que rueda en la urbe serbia el director australiano James McTeigue (V de vendetta).
La sinuosa y sorpresiva mente del creador de La máscara de la muerte roja da pie para una cinta en la que se mezclan aspectos biográficos de veracidad comprobada con otros de clara invención, propiciados por los guionistas Ben Livingston y Hannah Shakespeare. E inmerso en semejante laberinto imaginativo, dando su réplica en la piel del tenebroso narrador, se halla el actor Jonh Cusack. El protagonista de Los timadores y 2012 presta su figura desgarbada, como el tronco de un árbol abatido por la conciencia sensible, para reproducir la complicada existencia en los últimos años de vida del cuentista del El pozo y el péndulo, cuando la vigilia y el sueño se suporponían a causa -muchas veces- de los experimentos etílicos y drogodependientes a los que se abandonaba espiritualmente este inventor de algunos de los mejores relatos de terror y misterio de la literatura universal. McTeigue sumerge a Poe en una infructuosa búsqueda en pos de un asesino en serie, sin rasgos faciales determinados: una sombra resucitada de las tumbas librescas que mata a sus víctimas siguiendo las tétricas indicaciones impresas en los volúmenes publicados por el intelectual bostoniano. Junto al versátil y normalmente creíble Cusack, Alice Eve (caracterizada como la esposa y prima del responsable de Ligeia, Virginia Clemme-Poe), Oliver Jackson-Cohen (P.C. Cantrell), Luke Evans (al playboy de Tamara Drewe le ha tocado en suerte el papel del inspector Emmett Fields) y Kevin “Piratas del Caribe” McNally completan un cuadro escénico de palpable eficacia y calidad dramática.
Desde la aparición del poema narrativo El cuervo, editado en el periódico Evening Mirror un 29 de enero de 1845, muchos han sido los lectores que se han sentido cautivados por la historia ideada por Edgar Allan Poe; y eso que inicialmente tuvo muchos problemas para que los impresores conocidos aceptaran el flamante texto. Quizá, la capacidad de atracción mayor de la mencionada obra esté situada en la energía de su escondida métrica, y en el trágico reflejo de la locura que estos versos disfrazados de prosa invitan a visitar. La trama de un joven, que va muriendo poco a poco por culpa de un amor desgraciado e imposible hacia una dama llamada Leonor, al que se le aparece un cuervo hablador ha seducido –y seduce- a artistas de todas las épocas y condiciones. Surrealistas, simbolistas y otras corrientes tomaron la composición como una de sus preferidas a la hora de abordar ensoñaciones temáticas para las revelaciones visuales más diversas.
Entre las disciplinas salpicadas -o hundidas del todo- por culpa de esta fascinación hacia el universo de Poe a través de El cuervo, el cine ha sido uno de los campos profesionales más rendidos a la figura de este extraño pensador fallecido en 1849, sin apenas haber cumplido las cuarentas primaveras.
Dentro del nutrido grupo de adaptaciones, más o menos celebradas, de las frases del también redactor de El gato negro, una de las más conocidas –y de las primeras en traducir en imágenes los delirios de este admirador confeso de Charles Dickens- fue sin duda The Raven, realizada por Lew Landers en blanco y negro, con Boris Karloff y Bela Lugosi liderando el elenco actoral. La versión de Landers era de una libertad absoluta con respecto al original; ya que en este filme de 1935 la acción mostraba la obsesión pasional de un cirujano (Lugosi) hacia una muchacha a la que casualmente había salvado la vida en un accidente.
Tras la producción de Landers, Henri-Georges Clouzot recuperó El cuervo, e inmortalizó su particular lectura –en formato de celuloide- del poema de Poe. La película se tituló como el modelo impreso; aunque la historia cambió un poco, como en el caso anterior.
El éxito del largometraje de Clouzot animó a otro cineasta especializado en el cosmos de Edgar Allan Poe a probar suerte con una nueva adaptación de la admirada y clásica composición a base de rimas. Ese fan sin reservas era el antiguo productor televisivo Roger Corman (famoso por los excelentes trabajos basados en relatos del escritor estadounidense, que llevó a cabo en los sesenta con poco presupuesto pero innegable talento). Al igual que en los demás precedentes, el largometraje fue bautizado como The Raven,y el argumento versó sobre un malvado mago y sus diabólicos hechizos. El ejercicio cinematográfico estuvo interpretado con soltura y bastantes dejes cómicos por el inconfundible Vincent Price, Peter Lorre y Boris Karloff.
Como se ha visto a lo largo de las décadas, El cuervo es una creación que mueve la sensibilidad de los que se dejan tentar por las imágenes sugestivas e inmanentes que propone; hipérboles de la transgresión de los estados mentales alterados. Precisamente, la misma emoción intensa y trascendental que traspiró la mano de James O’Barr, cuando -después de alojarse entre los versos destilados por Poe- dio pie a la aparición del cómic The Crow. Poco quedaba en el trabajo impreso del fabricante de viñetas de la asfixia pergeñada por el literato gótico; pero la esencia permanecía en cada uno de los dibujos que dieron lugar a lo que posteriormente se convirtió en el largo El curevo (The Crow), dirigido por Alex Proyas en 1994, y que supuso la confirmación como estrella del lamentablemente desaparecido Brandon Lee.
James McTeigue es el responsable del último The Raven; sin embargo, aún hay sitio para muchas más inspiraciones: la métrica del genio de Edgar Allan Poe lo permite constantemente.