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Mucho antes de Gran Hermano, del show de Ozzy Osbourne and his family, y del resto de la caramilla televisiva del vivo y en directo con similar talante -mediado a través del milenario concepto del voyerismo-, los Loud ya habían comprobado las consecuencias de permitir grabar su rutina diaria, sin más cortes que los del decoro (en concreto, los relativos, por ejemplo, a las jornadas en el cuarto de baño de los miembros del clan). Tales sensaciones las experimentó el citado núcleo consanguíneo a principios de los setenta, en un espacio titulado An American Family, producido en 1973 por PBS. El programa fue un auténtico bombazo en su época en su emisión original, con críticas constantes, debates a múltiples bandas y un aumento significativo de las confesiones eclesiásticas por parte de los pecaminosos seguidores. Un torbellino del que sus protagonistas no salieron muy bien parados.
Shari Springer Berman y Robert Pulcini (pareja de cineastas responsable de cintas de sociología de primer grado como Diario de una niñera) han recuperado el citado formato, destilado en el alambique de los años de los pantalones campana y las patillas hasta la dentera, para montar un telefilme bautizado con el elocuente binomio de Cinema Verite.
Los paisajes californianos de Santa Bárbara, en USA, sirven de marco situacional a los directores para narrar la experiencia completa de los Loud con los mass media, desde que dieron su visto bueno a ser perseguidos por un equipo de rodaje las 24 horas del día (hecho ocurrido en una prologal conversación mantenida entre la matriarca y el productor del programa), hasta el instante en que, literalmente, mandan a freír espárragos a los millonarios acosadores de los micrófonos y las cámaras.
Berman y Pulcini despliegan todos los recursos de los que disponen para que la verosimilitud del producto sea de total confianza, con el uso constante de dispositivos al hombro e imágenes distorsionadas. Así, con las piezas desperdigadas de un puzle tan humano como mediático, la pareja de creadores construye un drama alimentado por unos personajes al límite, con sus alegrías y penas, sus frustraciones y miserias, sus desilusiones y su particular espiral hacia la autodestrucción y el abismo.
Nominada a numerosos Globos de Oro y Premios Emmy, Cinema Verite llama igualmente la atención, aparte de por su efectivo y actual argumento sobre la prehistoria en la cultura de los reality shows, por su más que atractivo reparto, que encabezan los famosos Diane Lane y Tim Robbins.
La otrora chica de The Cotton Club y La ley de la calle encarna, con una determinación sorprendente, a la heroica Pat: la madre del clan. En este papel, que la neoyorquina se encaja como si fuera un guante de seda, la estrella de Infiel exhibe su amplio arsenal de gestos y química activa (tanto física como intrínseca) para sacar petróleo de su disfraz (trabajo por el que fue nominada en 2012 para un Globo de Oro y un Emmy). En el lado opuesto del cuadrilátero, Robbins da vida al mentiroso Bill (el papá de la prole): un hombre normalmente ausente en importantes momentos de la existencia de sus hijos, que engaña a su esposa con gachís de variado pelaje y condición diversa.
Tanto Lane como el oscarizado realizador de Pena de muerte son los timones de esta producción de la HBO, en la que también colaboran intensamente Thomas Dekker (el chaval de Las crónicas de Sarah Connor afronta el rol de vástago homosexual), James Gandolfini (The Mexican), Johnny Simmons (La conspiración), Kaitlyn Dever (J. Edgar), Kathleen Quinlan (Horizonte final), Lolita Davidovich (El escándalo Blaze) y Nick Eversman (Missing), entre otros.
La nostalgia es uno de los factores en los que recala el guionista David Seltzer (autor, por ejemplo, del remake de La profecía) con la intención no disimulada de concitar, en cada uno de los fotogramas de Cinema Verite, una sensación de regresión temporal que, en esencia, remite a la idea de la geometría circular de pasado, presente y futuro. Característica empática que los directores enfatizan con la inclusión de una banda sonora en la que se escuchan temas como Chances Are, de Robert Allen y Al Stillman, con la voz de la inolvidable Julie London.
Los Loud reales acabaron reuniéndose (tras el divorcio de los progenitores y la muerte por SIDA de uno de sus hijos) en Los Ángeles, después del infierno ocasionado tras su participación en el reality. Ese simple apéndice concluyente y anhelado, que se suma a los títulos de crédito de la TV movie, transmite una necesaria carga de reflexión. Aunque los que, tal vez, se asomen al largometraje movidos por su Cinema Verite (únicamente para comprobar si hay algo en él del estilo cinematográfico asociado históricamente al cine realidad), puede que se hundan en una cierta decepción. No obstante, estos espíritus desalentados por las falsas apariencias siempre tendrán a mano a John Cassavetes.
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