Anthony Hopkins vive un mediático secuestro en la tierra de los tulipanes
En 1983, Freddy Heineken padeció los 21 días más duros de su existencia. El magnate cervecero, dueño de uno de los imperios comerciales más influyentes del mundo, poco podía suponer que sería el auténtico protagonista de uno de los secuestros más sonados ocurridos en Holanda. Al parecer, su cuantiosa fortuna y un sistema de seguridad un tanto precario favorecieron el violento hecho; tras el que los asaltantes se embolsaron la nada despreciable cantidad de dieciséis millones de euros. La historia fue página de portada en los rotativos de mayor tirada de la patria de Van Gogh; sin embargo, fue De Telegraaf el periódico que supo sacar mayor partido a sus fuentes, a través del reportero Peter Rudolf de Vries.
Tal fue el empeño del mencionado informador que éste llegó incluso a seguir las huellas de uno de los delincuentes (Frans Meijer) hasta su exilio voluntario en Paraguay, todo con el fin de que aportara su versión de los dramáticos acontecimientos. Y con sus declaraciones, más las notas obtenidas después de años de investigación, surgió un guion firmado por el propio Vries y William Brookfield, y que ahora ha sido convertido en película por la acción del sueco Daniel Alfredson.
Enriquecimiento fácil
En los setenta y principios de los ochenta, Alfred Henry “Freddy” Heineken (Ámsterdam, 1923- Noordwijk, 2002) era uno de los hombres más populares en la nación de Rembrandt, Rubens y Vermeer. Su fortuna causaba envidia entre sus competidores, mientras la marca Heineken lideraba los gustos de millones de aficionados al agua destilada de cebada. Momento exitoso que se trasladaba también a su vida sentimental, en la que había conseguido sonoras exclusivas a raíz de su matrimonio con una ciudadana norteamericana.
Pero mucho de ese glamur privilegiado se esfumó cuando el magnate desapareció junto a su chófer (Ab Doderer), en 1983. La banda formada por Cor van Hout, Willem Holleeder, Jan Boelaard, Frans Meijer y Martin Erkamps planeó a conciencia hacerse con el empresario, para pedir un rescate acorde con el inmenso capital que éste acreditaba en los medios de comunicación. Al final, 21 días después del acto, los delincuentes liberaron a Freddy, a cambio de una suma aproximada a los 16 millones de euros.
Algo lenta en la toma de decisiones, la policía se puso a perseguir a Holleeder y a sus compinches en cuanto éstos se hicieron con el botín, hasta que logró dar con ellos para encelarlos con penas cercanas a los 11 años de prisión. No obstante, lo rocambolesco de los movimientos legales fueron tan extraños que permitieron a los maleantes escapar a lugares en los que no existía la extradición. Y sólo tras los trámites burocráticos pertinentes, los agentes holandeses consiguieron detener y juzgar al enriquecido quinteto.
Daniel Alfredson se acerca a esas interminables horas, en las que Mr. Heineken permaneció escondido con sus captores; tiempo de tela de araña donde se estableció una conexión de dependencia basada en el desequilibrio de la fuerza, y en el que afloraron los resortes más humanos y vulnerables del hombre de los millones y las latas verdes. A la par que también quedaron al descubierto, tapados por una sutil penumbra, los condicionantes de los miembros de la banda de Holleeder.
Rodada en escenarios holandeses, Kidnapping Freddy Heineken supone el salto del realizador de las dos últimas entregas de la saga Millennium al panorama más internacional, para el cual ha empleado la grabación en inglés y ha reunido estrellas de amplio taquillaje en el circuito hollywoodiense. Un proyecto dentro del que el camaleónico Anthony Hopkins se mete en la piel del magnate agredido, mientras que Sam Worthington (Furia de titanes) y Jim Sturgess (La gran oferta) le dan la réplica (como Willem Holleeder y Cor van Hout, respectivamente).
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