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Anne Hathaway finaliza el rodaje de Colossal: la cuarta película del director cántabro Nacho Vigalondo, en la que la protagonista de Los Miserables tiene que luchar contra un pariente cercano de Godzilla. La actriz de El becario comparte títulos de crédito con el británico Dan Stevens.
Dentro del género de monstruos con carne de celuloide, no se admiten declaraciones a la ligera, ni la más mínima veleidad ante los micrófonos. El español Nacho Vigalondo sufrió esta latente realidad mercadotécnica hace cerca de un año, cuando comentó en el Festival de Cannes que su entonces proyecto -titulado Colossal- iba sobre una especie de Godzilla con presupuesto limitado.
Tal afirmación no gustó nada a la productora Hondo (que posee en exclusividad la marca del gigante escamoso), la cual amenazó con demandar a Voltage Pictures (la compañía estadounidense que apoyaba el largometraje de NV), en caso de que la futura movie sugiriera abiertamente lo que el cineasta de Cabezón de la Sal había promocionado en la cita festivalera.
Ante el anuncio de la compañía nipona, Vigalondo salió nuevamente a la palestra mediática, para explicar que su libreto retrataba un kaiju coreano, y no al estelar Godzilla en plan barato. Semejante punto fue necesario para establecer la paz entre las dos partes, ya que -según la terminología al uso- los kaiju no se reducen simplemente al monumental G, sino que han parido a lo largo del tiempo diversas variantes en el Séptimo Arte, tales como la del anfibio destructor de Pacific Rim.
Con esta apreciación, el rodaje del filme pudo continuar sin problemas en tierras canadienses, hasta dar el claquetazo final de “listo para la sala de montaje”. Un hecho que, aunque todavía no ha sido totalmente confirmado a la prensa, tiene pinta de ser un dato más o menos obvio (sobre todo, porque los actores del elenco ya están comprometidos con otras grabaciones).
ANNE HATHAWAY Y SU PARTICULAR KING KONG
Las líneas conocidas del guion no especifican si hay alguna clase de amor entre la protagonista de Colossal -llamada Gloria– y la criatura surgida de las volcánicas extensiones de Seúl; pero, a vuelo de neurona y con la rapidez de los reflejos mitómanos, la sagacidad de los aficionados probablemente atisbe un suspicaz guiño a la trama de King Kong.
En la cinta de Vigalondo, la heroína no es una rubia de calendario, como en la creación de Meridian; sino una joven sin rumbo que ha perdido el trabajo y al novio, y que debe rehacer su existencia casi con lo puesto. Sin embargo, algo hace que el universo de la gachí de un vuelco, cuando esta descubre que posee una extraña relación mental con un oscuro ser, por la que se transporta emocionalmente a miles de kilómetros de su Nueva York natal. Esta habilidad, para comunicarse directamente con un humanoide residente en Corea del Sur, marca el desarrollo del argumento; en el que hay más de espectáculo apocalíptico que de romántico simbolismo isleño, similar al desplegado en King Kong.
Temerosa de los efectos que puede causar la hilazón mental que acredita, la protagonista de Colossal se pone al servicio de las fuerzas del orden, para ayudar a sus congéneres del otro lado del planeta. Tarea en la que recibe el inestimable apoyo de su pareja en la pantalla, encarnada por el inglés Dan Stevens.
Tim Blake Nelson (O Brother, Where Art Thou?), Austin Stowell (El puente de los espías) y Jason Sudeikis (Cómo acabar con tu jefe) completan, entre otros, un cuadro escénico que expone las intenciones internacionales de esta empresa, financiada por Sayaka Producciones y la ya mencionada Voltage Pictures.
Por todo lo narrado, queda claro que el monstruo marino diseñado por Nacho Vigalondo está más cerca de un kaiju que de un daikaiju (como fue definido Godzilla, en sus orígenes). Pero, independientemente de las distinciones genéticas dentro de la heráldica escamosa, lo que también sale a relucir es que estas movies –herederas del imaginativo laboratorio construido por pioneros como Ray Harryhausen– aún son susceptibles de lograr sorprendentes resultados taquilleros; en parecida sintonía a la manera en que lo hacían las inolvidables películas de serie B, en las décadas de los cincuenta y los sesenta.
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