La sombra de los buenos secundarios siempre es alargada
Antonio Gamero ha fallecido; y, mientras los informativos de la mastodóntica televisión nacional dan cuenta de la noticia, una pregunta circunda la mente de quien escribe este texto: ¿Cómo es posible que los noticieros de las cadenas generalistas sólo asocien el nombre de este insigne madrileño por su colaboración en la película -y posterior serie- Manolito Gafotas?
Si uno se da una vuelta por el videoclub de la memoria y repasa los títulos en los que ha aparecido el rostro de Gamero, pronto surgirán obras tan valoradas como Jarrapellejos, El lobo feroz, Un hombre llamado flor de otoño, El oro de Moscú… Si se atiende a la filmografía de este hombre de portentoso mostacho, voz tocada con el timbre de lo chulesco y figura oronda, en su interior se guardan los recortes de lo contestatario, el erotismo setentero y el experimentalismo de los fotogramas que anhelaban descubrir la versatilidad de la comedia. Sirva para homenajear a este actor de los de sutil presencia, destacar su interés por el teatro clásico (una de sus últimas intervenciones fue en la obra de Valle Inclán Martes de Carnaval) y sus pinitos como director (fue en 1969, y a través del corto Crady).Tal vez, sea difícil evitar que los etiquetadores de la inmensidad humana sólo escojan lo que todo el mundo conoce; pero, Antonio Gamero fue mucho más que Manolito Gafotas (es más acertado a su naturaleza, incluso, apostillar su nombre como uno de los reclusos insumisos de la berlanguiana Todos a la cárcel). Desde este humilde blog, perdido en la incógnita de si hay alguien al otro lado compartiendo emociones en una pantalla ajena, quiero enviar un recuerdo a este señor con bigote, que ya está en las alturas junto a los que regalaron entretenimiento sin pedir nada a cambio; y cuya intención fue crear una arquitectura escénica desde la sonrisa paciente de un humorista de los de siempre.