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Kristen Stewart prolonga la mirada huidiza y la dejadez abismal, mientras pasea por las amplias extensiones de lo que -según la información disponible- es el aristocrático inmueble de Sandringham House, en Norfolk. La intérprete de Underwater afila su osamenta frágil y peregrina, al tiempo que el rubor de la congelación asalta sus mejillas, y la melena rubia que porta asiente ante las actitudes conspiratorias del viento norteño.
Así es como se presenta la antigua heroína juvenil de Crespúsculo, en el retrato que la norteamericana efectúa sobre la mediática figura de Diana Frances Spencer, la malograda Princesa de Gales que no dudó en escapar de las rigideces de la corte de Isabel II, para fallecer un año después de su divorcio en un accidente de coche, sucedido en París, el 31 de agosto de 1997.
Sin embargo, y a pesar del increíble parecido físico que ha logrado componer Stewart para este vaporoso tapiz fílmico, el chileno Pablo Larraín (Jackie) no traslada en Spencer el curso habitual de una biografía grabada con los rigores de la documentación como elemento principal, sino que el creador sudamericano deja volar la imaginación hacia márgenes psicológicos profundos y emocionales.
Bajo este prisma artístico es como Kristen Stewart se introduce en la carcasa malherida de la escurridiza Lady Di, siempre con la gestualidad insinuante de alguien que clama su desesperanza, sometida a un contexto plagado de frialdad, distanciamiento y protocolo.
Dentro de las titánicas localizaciones por las que transcurre la cinta (Schlosshotel Kronberg, en Frankfurt am Main, y el Nordkirchen Castle, en Postdam), KS conversa frente a la cámara consigo misma, con una espectral Ana Bolena y con la doncella de su confianza, para mostrar el derrumbe moral de una mujer superada por el papel que le había tocado desempeñar en la historia de su país natal. Una princesa que no quería portar la responsabilidad humana que conllevaba un cargo tan sacrificado, y que solo deseaba entregarse a una existencia más anónima y libre.
KRISTEN STEWART ALCANZA LA MADUREZ INTERPRETATIVA
No sería descabellado afirmar que Lady Di se puede convertir en la caracterización más valorada de Kristen Stewart a nivel profesional: una actriz que ha luchado para sobreponerse a la imagen de ídolo juvenil; y a la que no acompañó la suerte en su apuesta por volar hacia distintas regiones cinematográficas, cuando intentó transformarse en la también malograda estrella Jean Seberg, en el film Seberg: Más alla del cine (Benedict Andrews, 2019).
Pablo Larraín ha retado a la angelina a dejar de ser ella misma, para someter su psique a la deformada realidad que experimentaba Lady Di en su rutina diaria, antes de obtener el divorcio de su esposo Carlos de Inglaterra.
El ingenioso guion, elaborado por Steven Knight (Locke), sitúa la acción en la Navidad de 1991, las últimas vacaciones invernales que Diana Spencer pasó junto a Isabel II, y el resto de los familiares más cercanos de la monarca británica. Las terribles y angustiosas cenas, cacerías y jornadas vividas en Sandringham House, en un Norfolk gélido y mortuorio, alimentan las distintas secuencias de la película; en la que los pensamientos adquieren la contundencia de las acciones deseadas, pero nunca materializadas.
En esa atmósfera cortante, en la que cualquier error era cobrado con desaires y zozobra sentimental, Lady Di sucumbe progresivamente, aunque el hecho de encontrarse en el mismo lugar en que transcurrió su infancia da un poco de fuerza a esta dama perdida en un laberinto sin salida.
Al lado de Kristen Stewart, quien preside cada escena con pulso enfermizo y depresivo, el elenco se completa con las no menos importantes colaboraciones de Jack Farthing (el actor londinense luce el pétreo rictus y los costosos ropajes de Carlos de Inglaterra), Timothy Spall (Mr. Turner) y Sally Hawkins (La forma del agua), entre otros.
Nota: Spencer tiene previsto su estreno en las salas españolas a partir del próximo 19 de noviembre.
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