José Luis de Madariaga

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“La de actor es una profesión totalmente exhibicionista”

José Luis de Madariaga colabora en La hermandad, una cinta dirigida por Julio Martí Zahonero que transita entre el terror y el drama.

Videobook de José Luis de Madariaga

Escondida tras La Gran Vía, la calle Leganitos da sombra de alquitrán a la mediática arteria madrileña, otrora luz y candil de las carteleras cinematográficas, y hoy triste consuelo de marcas comerciales y salas de juegos.

No muy lejos de allí, y con el sol impenitente de una primavera en flor -que se antoja como imán de convulsiones sociales-, el actor José Luis de Madariaga espera la hora del preestreno de La hermandad (Julio Martí Zahonero, 2011); filme en el que el intérprete de multitud de series de televisión, películas, cortos y obras de teatro comparte títulos de crédito con la conocida Lydia Bosch, y en el que da vida a un callado monje dedicado a la farmacología y las plantas, el cual reside junto a su congregación en un templo tarraconense. En realidad, un tipo normal, sin filos barojianos y mucho más amoldado a la intrahistoria unamuniana, justo como los que suelen llenar el currículo de este actor de gestualidad estudiada, alegre, profundo y de sueños cervantinos. “Muchas veces he hecho de ese hombre que nadie sabe quién es”, asegura con una sonrisa este versátil trabajador de las emociones, mientras acomoda su discurso entre los tapices manufacturados de un céntrico hotel capitalino.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

Tu papel en La hermandad es el de un religioso un tanto ambiguo y bastante metijón…

 

–          Sí, es algo cotilla… Se trata de que no se sepa muy bien si es bueno o malo. Es un personaje que no está muy definido. Yo creo que Alessandro está ahí, entre Pinto y Valdemoro. También era lo que pretendía el director (Julio Martí Zahonero): hacer un papel que el público pensara por momentos que le iba a hacer algo malo a Lydia, o  todo lo contrario… Según la secuencia…

 

¿Qué fue lo que te decidió a vestir el hábito?

 

–          Mira, lo primero que me atrajo fueron las pruebas para el papel. Era la primera vez que asistía a un casting tan extraño, tan bonito y tan eficiente. Julio me dijo que recreara una parte de mi personaje a mi manera. Mientras, él iba cronometrando mi intervención. Cuando terminé, me dijo que muy bien, y que volviera a hacerlo con el mismo ritmo, aunque cambiando la velocidad. Y lo hice. (Reflexiona un poco) Tenía que mantener la misma intención, pero jugar con el ritmo de las palabras. Y eso me maravilló. Al ser seleccionado, ya me fue atrapando más. No sólo Alessandro, sino también los otros que aparecen en el filme. Y creo que fue un trabajo de seducción de Julio. Me pareció uno de los mejores directores de actores que he conocido, y eso se traduce en la película. Lo que yo no he dado en pantalla es porque no he sabido sacarlo, no porque él no lo haya incentivado.

 

La Hermandad es una historia que modifica el género con cada giro de guion. Eso también debió llamarte la atención…

 

–          Cuando me dijeron que se trataba de una película de terror, pensé en una de las habituales de ese género. Pero el relato no evoluciona como las cintas de miedo normales. De repente, se transforma en un drama, y ese giro es muy bonito. (Se queda en silencio con una sonrisa) No obstante, estoy hablando en la teoría, ya que aún no he visto la película (todavía quedan unas horas para el preestreno). Es muy diferente hablar a través de la lectura del guion.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

Debió resultar un poco angustioso rodar en un escenario tan aparentemente espartano como un monasterio…

 

–          Efectivamente, fue muy complicado para los técnicos. Y creo que está muy bien resuelto.

 

Esta noche, en el preestreno, tendrás la ocasión de comprobar la calidad de tu trabajo. ¿No te asusta observar tu caracterización en una sala de proyección?

 

–          Es muy difícil verse bien en pantalla. Creo que es muy natural percibirse distinto respecto a lo que se quería aportar antes de rodar. Por eso siempre hay una especie de decepción. Cuando ruedas, no te ves. Entonces crees que tu gesto y expresión es lo que corresponde. Pero, luego, miras y dices: “levanté mucho la ceja, la levanté poco, tenía que haberme enfadado un poco más o menos…” Cuesta estar muy satisfecho.

 

¿Hubo alguna secuencia en La hermandad que te pareciera particularmente dificultosa?

 

–          (Sonríe abiertamente). Sí, tuve una escena que me resultó un calvario. Era una en la que Lydia estaba en la cama, y yo creo que sentado junto a ella. Cuando tocó mi plano, el director me pidió una cara absolutamente neutra, que no expresara ni la más mínima sonrisa, aunque lo que decía invitaba a la misma. Calculo que hicimos catorce tomas, porque Julio siempre decía: “Muy bien, José Luis. Pero no sonrías…” Y así todas. Hasta que alguien le dijo que si no se había dado cuenta de que era un rictus de sonrisa. La corrección fue que pusiera un pelín de enfado, y así eliminé el gesto. Eso no lo veía… Lo que capta la cámara es muy diferente a lo que se hace en la realidad. La primera vez que grabé cine me parecía que era otra persona al verme. La única forma de sentirse satisfecho en esto es que el público te diga que lo has hecho bien; si el público no te lo dice, ya puedes estar tú muy contento, que es un fracaso. Nuestra profesión es totalmente exhibicionista.

 

¿No es raro que una película de las características de la de Zahonero haya tardado tanto en estrenarse?

 

–          Dos años de retraso. El drama del cine español es ése. Yo tengo rodadas tres películas en Las Palmas sin estrenar. He trabajado en una producción con Serbia (Montevideo vidino se!, de Dragana Bjelogrlica) y, a los trece meses, se ha puesto en las carteleras sin problemas. Al estreno acudieron 3.600 personas, eso al pase de la noche con los actores… cinco mil y pico espectadores en el día de estreno, en Serbia. Esto en España es imposible…

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
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JOSÉ LUIS DE MADARIAGA OPINA SOBRE EL CINE ESPAÑOL

Y eso por qué piensas que ocurre. ¿Hay una guerra contra el cine español?

 

–          Creo que el público está divorciado del cine español. Conozco a infinidad de personas que se me acercan para contarme que no les gusta el cine español por antonomasia. En España, como en cualquier cinematografía, hay cine bueno, malo, regular… (Retoma con determinación el hilo de la respuesta) Sí, hay un divorcio. No sé la razón. Creo que pertenece a otras esferas distintas a la de los actores. ¿Qué ha pasado para que no se vaya a ver una película porque su nacionalidad sea española? A mí, me aterra que suceda esto. Con la película de Serbia que te comentaba, todos me preguntan que cuándo iba a llegar a España; pero nadie me cuestionaba lo mismo con La hermandad, sólo porque es de aquí.

 

Entre el conjunto de filmes que están a la espera de distribución se encuentra Los chicos del puerto, de Alberto Morais, una obra que sin embargo es bastante interesante desde el punto de vista artístico…

 

–          Ha estado en montón de festivales… Yo no voy a juzgar la película por los demás, sino por mí mismo. El problema es que siempre califican las películas los que no van a ir a verlas. Eso es lo que me duele y no acepto. Y ése es el problema del cine en España. Lo tenemos en el mismo gobierno, el Ministro de Hacienda dice que somos una porquería haciendo cine. Pero eso que dijo el Sr. Montoro lo dicen muchos más.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

Volvamos a La hermandad. La atmósfera del filme puede recordar por momentos a la de El nombre de la rosa. ¿Tuviste algún modelo sobre el que montar tu actuación?

 

–          Nunca busco referentes, porque me cuesta imitar, entendido esto en el buen sentido de la palabra. Soy muy mal imitador. Siempre intento sacar el papel desde mi propia personalidad, porque soy malo incluso para copiar de broma. Evidentemente, con los años aprendes de los demás. Pero siempre mis únicos referentes son el papel y el director. Y Julio, como director de actores, es maravilloso. Hablaba mucho con nosotros, y después de cenar ensayábamos en el hotel la escena del día siguiente. Así iba a rodar por la mañana con el personaje metido dentro y cargado. Mi experiencia con todo el equipo ha sido maravillosa, y por eso espero que la película devuelva por lo menos un diez por ciento de lo que viví. Se lo merece.

 

¿Qué es lo que peor llevaste de la vida monástica?

 

–          Aislarme, sobre todo en las escenas que no están rodadas en el monasterio, sino en los decorados. Aislarme de la realidad de que se trataba de un decorado requería una aclimatación. De hecho, si ves fotos mías, observarás que son en el plató, porque yo me iba allí en vez de quedarme en el camerino, únicamente para aislarme en él. Todos los días, antes de rodar, me veías vestido de monje y en el plató, para reconocerlo como una estancia.

 

¿Tuviste algún mal trago en tu etapa escolar, como los niños del guion, con profesores vestidos con hábitos?

 

–          No, porque no tuve ningún tipo de experiencia con religiosos, ni negativa ni positiva. Tuve la suerte, o la desgracia, de salir exiliado con mis padres cuando tenía cuatro años a Argentina, y volví a España con treinta y ocho. Nunca hice la primera comunión, no pisé nunca una iglesia… No obstante, sí me interesó mucho estudiar los temas de la historia de la religión. (Hace una mueca cómplice) Por eso soy menos religioso, si cabe.

 

Eso te haría más incomprensible alguien como Alessandro.

 

–          Nunca entendí, por ejemplo, a las monjas de clausura y a los monjes. Es lo contrario de lo que predican. Están llenos de contradicciones flagrantes e importantes. Mi castigo ha sido que, quizá, los de curas y los de mafiosos son los papeles que más he hecho en mi vida.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

Por lo menos, en La hermandad no te asesinan, como en la mayor parte de tus trabajos.

 

–          A mí me llegan a matar incluso en la primera escena. Una de las cosas que mis amigos de Tenerife siempre me preguntan es si me liquidan. De hecho, una de las cosas más graciosas fue cuando participé en un capítulo de Águila roja, donde les dije a mis conocidos que no me mataban, ya que me suicidaba. (Sonríe) Debería ser candidato a un Goya al que más matan en el cine español.

 

En otro filme donde no mueres violentamente es en Los chicos del puerto, donde tu personaje del abuelo es bastante impactante…

 

–          Sí, es un hombre que sólo quiere llevar una chaqueta… (Se toma un respiro con el hilo musical del hotel como fondo de rigor) Se acoge sólo a su tabaco. Es una cosa dura… Pero ésos son los personajes que más me gustan. Me atraen los tipos contenidos, porque siempre me ha gustado ver películas con esta clase de individuos. No me cuesta nada meterme para adentro, disfruto mucho. Aunque la mayoría de los que me han tocado hayan sido más superficiales.

 

Alessandro entra de lleno en esa categoría de hombre corriente, sin aristas visibles.

 

–          No, no tiene cosas que le definan. Y esos retos me gustan. La ansiedad por este estreno no la he tenido con ninguna otra película. Recuerdo que hice Óscar, una pasión surrealista, en la que encarnaba a un paranoico que tocaba la flauta. Con esos personajes tienes más a lo que agarrarte. Pero en La hermandad no podía tirar de eso.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

JOSÉ LUIS DE MADARIAGA SE LICENCIÓ EN ECONÓMICAS EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Planeemos un poco por el tiempo. Tú empezaste como economista y luego te convertiste en actor. ¿Cómo fue eso?

 

–          La cosa vino al revés. Yo iba para actor, no para economista. Tenía muy buena relación con mis padres, y ellos decían que no les importaba que actuara, pero consideraban que debía hacer una profesión de hombre de provecho. (Ríe al rememorar esa expresión) Me casé muy joven, y mi mujer tenía el mismo criterio. No sé por qué me metí en Económicas, pero iba a llorar todos los días al teatro por estar en el patio de butacas. Me fascinaban los actores. Era donde estaba mi vida. Estuve mucho tiempo en coros, veinticinco años. Cuando vine a España, me metí en una multinacional francesa… En Las Rozas, me apunté a un grupo que dirigía Juan Carlos Pérez de la Fuente, en sus comienzos, y montamos Los intereses creados. Por la multinacional francesa, me trasladé a Tenerife; y allí, por mediación de mi exmujer que conocía al director, empecé con una compañía. Y, mientras estaba con ellos, me hicieron un casting para escenificar El mágico prodigioso, con Helio Pedregal. Teníamos que venir a ensayar a Madrid tres meses, para luego ir de gira otros seis. En ese momento contaba cincuenta y seis años, y me dije que los sueños en la vida hay que vivirlos. Así que dejé la Economía y me fui de gira seis meses, algo que me obligó a tomar la decisión de seguir en la actuación. Las grandes cosas son las que haces, aunque sean de un minuto.

 

A lo largo de tu carrera en los escenarios, ¿cuál considerarías tu interpretación más dificultosa?

 

–          Sí, hubo una función de teatro en Canarias titulada La lapa. No es una obra de teatro, es un relato; pero adaptaron el texto y era precioso. Aunque presentaba también serias dificultades. Eran siete personajes diferentes, que tenía que interpretar hablando en canario, en lanzaroteño de principios del siglo XX. Cuando yo ponía el esfuerzo de hablar en lanzaroteño, se me iba el personaje. Hasta el punto de decirle a mi mujer que tenía que dejarlo… Ella me aconsejó que siguiera. Y le hice caso (Se toma unos segundos de silencio para saborear el recuerdo) Mi mayor mérito es que un periódico puso que parecía que había nacido en Lanzarote. Cuando vencí todos los problemas, fue realmente maravilloso. Luego, especialmente difíciles… A veces la dificultad viene por falta de sentimiento con el director. Soy muy conformista y no tengo manías, pero a veces no hay feeling. Y en televisión sí me pasó esto con un realizador, y se percibía en el personaje. Tenía un papel importante y aparecía sólo tres veces, y encima no salía en el plano. Se notó hasta en el montaje, y eso sí cuesta mucho. Afortunadamente, sólo me ha pasado dos veces en mi vida.

 

Entre los trabajos que has llevado a cabo como actor, hay un Quijote travestido… ¿Cómo rememoras esa experiencia?

 

–          Con mucho cariño y mucha frustración. Con mucho cariño, porque el director era excelente y me lo pasé muy bien. Y mi frustración viene de que, aunque suene típico, siempre que me preguntan sobre un papel que aún no he hecho y me gustaría interpretar, respondo El Quijote. Pero me refiero al verdadero, no el que hice y que fue muy particular. Hice aquello y no me salió lo otro. Es un papel que me fascina y yo me sentiría muy en él. Lo quiero desde que era pequeño, incluso el regalo más bonito que me hizo mi padre fue el libro de El Quijote. Lo importante de esa historia no es lo que pasa, sino cómo lo cuenta Cervantes, es el lenguaje que emplea; y ahí está mi fascinación. Acabo de cumplir setenta años hace menos de un mes, y todavía no ha llegado. Ya estoy amortizado… (Los ojos le hierven de hidalguía) Estoy seguro de que disfrutaría, y creo que lo haría muy bien, y no es falta de modestia. Cuando tienes algo tan metido dentro es muy difícil hacerlo mal. Creo que no haría el ridículo… Pero hice un quijotito, y me habría gustado hacer El Quijote.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

Navegando por Internet me llegaron noticias de un corto que protagonizaste titulado Lascivo, de Tana González: una historia a medias entre el erotismo y el humor. ¿Podrías contarnos algo sobre él?

 

–          Lascivo, sí… (Sonríe ante la pregunta) Todavía no lo he visto, pero sé de qué va. Yo hago de ciego y hay una prostituta a la que le pago por estar conmigo, pero luego no me da nada. Cuando me pone cachondo, me hace ver un color con su presencia, su contacto físico y su aroma… y nada más. A mí, me pone a mil; pero lo único que veo es el color. (Se ríe) Nunca he podido echar un buen polvo en el cine.

 

¿En todos tus años de carrera, todavía no has rodado ninguna escena de cama?

 

–          De amor, sí; pero nunca he tenido una secuencia erótica. Y debo decir que no tengo ningún tipo de problema en hacerlas. Es más, si me dicen que me desnude, me desnudo: tanto por delante, como por detrás y por el lateral. Y si me dicen que tenga relación con otro hombre, la tengo y no pasa nada. Me atrevo con todo. Lo que sucede es que nunca he sido galán, ni de joven.

JOSÉ LUIS DE MADARIAGA, UN ACTOR CON MUCHOS CORTOS

Dentro de tu currículo destaca la cantidad de cortometrajes en los que apareces…

 

–          Sí. Acabo de escribir tres, y llevo cuarenta y nueve cortos como protagonista en Canarias. Hasta el punto que hubo uno donde no actué en el que se advertía al principio que no colaboraba José Luis de Madariaga. Y en otro habían insertado tres frames de mi cara. (Retoma la actualidad en clave de corto) Respecto a los que estoy elaborando, en uno de ellos mi hijo escribió el guion, y me he lanzado a dirigirlo. Lo voy a estrenar en el FIMUCITÉ de Tenerife, ya que la banda sonora es de Raúl Capote.

 

¿Y en esas futuras obras, ya ha caído la escena de cama?

 

–          En uno no participo, pero en el otro me doy el gustazo de tener una relación con una mujer (Ríe abiertamente).

 

A propósito, y aún a riesgo de perder originalidad, ¿en qué andas metido en estos momentos, aparte de los cortometrajes que me comentas?

 

–          Estoy haciendo una obra de teatro en Canarias, que se llama Aeroplanos, de Carlos Gorostiza. Son dos personajes en escena, amigos de la infancia. Es una comedia graciosísima. Pero la he adaptado a Canarias porque es muy argentina. Es sobre un tano (italiano) y un gallego (un español), y tiene muchos giros idiomáticos que no entenderían los que no han vivido en Argentina. Así que, en la versión que he preparado, uno es un chicharrero (tinerfeño) y yo soy un godo (peninsular). Es una obra muy bonita y fácil de llevar. A ver si podemos traerla a Madrid, a una sala pequeña.

 

¿Y en cuanto al cine?

 

–          En cine, tengo terminados el largometraje y la serie de Serbia (Montevideo vidino se!, de Dragana Bjelogrlica), que he disfrutado mucho porque son muy responsables. Tienen dinero, equipamiento y técnicos muy buenos. Y el despliegue… He rodado en Trieste, Belgrado y en Tenerife, simulando el Montevideo de los años treinta. Está ambientada en la época del primer campeonato mundial de fútbol, que se celebró en Uruguay. Pero el argumento está construido con un montón de historias paralelas. Es muy de Serbia, y tiene mucho éxito. De hecho, ha salido en primera página en los periódicos de ese país. Y una de las protagonistas es de Madrid, más otros dos actores de Tenerife.

Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine
Foto Credits: Jesús Martín/ The Living Culture Magazine

 

Resulta extraño que aquí no haya aparecido nada en los medios de comunicación…

 

–          Pues, sí. Mandé un parte de prensa a un periódico de Canarias y no sacó nada. Es una cosa extraña. Tengo más repercusión periodística en Serbia que aquí, y en España he hecho muchas más cosas.

 

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