Christopher Plummer siempre se mantuvo en activo, sin permitir que el paso de las décadas hiciera mella en su pasión por el arte dramático.
Mientras muchos de sus compañeros generacionales decidían aparcar la faceta de actor, para dedicarse a la producción o la dirección, Plummer nunca desistió en su empeño por exhibir sus transformaciones físicas delante de las cámaras, en papeles que se ajustaban a su cuidada técnica para caracterizar a tipos heterogéneos, dotados de naturalezas diversas.
Las más de siete décadas de profesión que acreditó el intérprete nacido en Ontario (Canadá) reflejaron con singularidad el envejecimiento de la movie star. De esta forma, tras los galanes de moral ambigua y elegancia exultante de sus primeros pasos en el cine; el norteamericano accedió a meterse en la curtida piel de individuos de frialdad cortante, motivados en la mayoría de las ocasiones por un apego excesivo al dinero y al poder. Una metamorfosis programada y necesaria, que ayudó a Plummer a seguir en el candelero, hasta el instante de su trágico fallecimiento.
Cuando la muerte sorprendió a ChrP el pasado 5 de febrero, en su residencia en Weston, Connecticut (USA), el oscarizado actor de Beginners (Mike Mills, 2010) se encontraba en pleno desarrollo de Heores of the Golden Masks: una película de animación dirigida por Sean Patrick O’Reilly, basada en la homónima novela de John Wilson. Todo un ejemplo de la constancia con que que el canadiense elaboró su currículo en el séptimo arte.
Según sus propias declaraciones y los comentarios de personas cercanas al intérprete norteamericano, Plummer siempre fue un hombre al que no le gustaba mimar en exceso los logros pasados. Tal norma activa le llevó, incluso, a asegurar en alguna entrevista que su caracterización del capitán Von Trapp, en Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), no era de los trabajos que recordaba con más emoción. Afirmación que encuentra fácil acomodo en el ideario del artista, al que únicamente le motivaba los rodajes tenía en esos momentos en marcha; y al que le gustaba mitigar los ecos estelares cargados de pretéritos icónicos.
CHRISTOPHER PLUMMER NUNCA TIRÓ LA TOALLA
Un buen ejemplo de la naturaleza incansable de Christopher Plummer se puede hallar en el hecho de que el intérprete canadiense no paró hasta que al final le otorgaron el merecido Oscar de Hollywood. Fue en calidad de Mejor Actor de Reparto, por Beginners; y lo recogió cuando ya había cumplido ochenta y dos aniversarios, con lo que se convirtió en el más veterano en obtener el preciado galardón.
Dos nominaciones más, aunque frustradas, marcaron la difícil relación que la movie star de Asesinato por decreto con las votaciones de los académicos de la Meca del Cine. Y eso que, a tenor de los títulos que nutren la filmografía de ChrP, la estrella de Ontario debería haber llenado una librería entera de Oscars.
Entre esas actuaciones que bien podrían haber llevado a Plummer a lo más alto en la ceremonia de las estatuillas doradas simplemente basta con citar la del psicópata emperador Comodo, en La caída del imperio romano (Anthony Mann, 1965); la del educado capitán Von Trapp, en Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965); la de un elocuente Rudyard Kipling, en El hombre que pudo reinar (John Huston, 1975); la de un Sherlock Holmes más compasivo de lo habitual, en Asesinato por decreto (Bob Clark, 1979); la de un agotado káiser Gulliermo, en El último baile del emperador (David Leveaux, 2016); o la de un patriarca con ganas de planear un misterio a lo Agatha Christie, en Puñales por la espalda (Rian Johnson, 2019).
Una lista en la que sería imperdonable no incluir al despiadado Jean Paul Getty, de Todo el dinero del mundo (Ridley Scott, 2017); la visión utópica y agrícola del escritor León Tolstói, de La última estación (Michael Hoffman, 2009); el retrato del misterioso y manipulador Arthur Case, de Plan oculto (Spike Lee, 2006); el veraz acercamiento a Aristóteles, de Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004); la excepcional crónica de los horrores nazis, descrita en Recuerdos secretos (Atom Egoyan, 2015); o la electrizante caracterización del vengativo Chang, de Star Trek VI: Aquel país desconocido (Nicholas Meyer, 1991).
Semejante pasión por el arte dramático, tuvo también una cumplida proyección en la pequeña pantalla, con colaboraciones más que notables en series tan populares como El pájaro espino, Escarlata y negro (su trabajo como el coronel nazi Herbet Kappler mereció un sinfín de críticas elogiosas), Jesús de Nazareth y Departure: Vuelo 716.
Junto a los títulos más laureados de su CV, la figura del inolvidable y familiar capitán Von Trapp brilló igualmente con similar potencia en producciones que no obtuvieron excesiva repercusión mediática o de presupuestos más modestos, como Barrynore (Erik Canuel, 2011), Elsa & Fred (Michael Radford, 2014), La tempestad (Des McAnuff, 2010) y César y Cleopatra (Des McAnuff, 2009).
Un arco amplio de formatos y personajes, que comenzó en el teatro; en montajes donde la entrega era absoluta. Tal fue la unión de Plummer con las actuaciones frente al público que, pese a su frenética actividad en las industrias televisiva y cinematográfica, siempre procuró regresar a los escenarios, para encontrarse cara a cara con los espectadores.
Este compromiso con el arte dramático le otorgó un aura especial al intérprete canadiense, cimentada a base de caracterizaciones potentes: perfectas en sus matices, y en continua búsqueda de las emociones precisas.