Amis congela un verano de lujuria
La decadencia moral y de sentimientos ha dado como fruto a una generación perdida en los excesos, en el hedonismo mental de los que se muestran desilusionados con la existencia. Por esa cuerda bastante floja, entre la depresión permanente y los signos de luminotecnia artificial, camina con sensación de desasosiego la eléctrica literatura de Martin Amis (Oxford, Gran Bretaña, 1949); senda por la que también transita su último trabajo publicado en España: La viuda embarazada (Anagrama).
Los ecos del Decameron de Bocaccio resuenan con cierta fuerza en la obra presentada esta semana en Barcelona por el hijo del también escritor Kingsley Amis; aunque en el caso del anglosajón no existan las mismas suaves percepciones de la ingenuidad, de la sátira escondida con sutilidad tras la máscara de las apariencias engañosas, como sí recrea el inmortal legado en papel del mencionado maestro italiano. El texto del natural de la urbe académica por excelencia en el país de Isabel II es más una especie de bisturí quirúrgico, con el que el narrador abre una herida pútrida en sus personajes; para inyectarles sin anestesia el desenfreno que conlleva los posteriores y consecuentes castigos existenciales.
La viuda embarazada toma su título bautismal de una cita de Alexander Herzen, para contar -con algo de zozobra a lo Houellebecq teñida de un humor sin cortapisas- un veraneo maldito de un grupo de jóvenes, encerrados en un castillo en Italia. Liderados por el protagonista –alter ego del propio autor, que responde al nombre de Keith Nering-, los veinteañeros se dedican en esos días de vino y rosas –enclavados en el idealismo hippie de 1970 y de clara inspiración autobiográfica- a dar rienda suelta a sus pasiones más inmediatas, sin calibrar lo que eso les causaría mediada la madurez. Ellos son los verdaderos herederos de la fenecida virginidad del amor, unos seres que con la acumulación de temporadas y estaciones se transformarán en los autómatas del presente siglo XXI, centuria donde las relaciones se encuentran más mediadas por el simple sexo que por los estímulos de profundidad más humanizada.
La crítica al tiempo que le ha tocado vivir, y en el que la confusión emocional de los hombres y mujeres se traduce normalmente en insatisfacción y en signos de asfixia sensible, hace que los libros del esposo de la igualmente literata Isabel Fonseca se reciban como golpes pugilísticos, bien dirigidos a los intestinos de la generación cuya juventud transcurrió en el lapso de los alegres sesenta y su posterior continuación de la fiesta permanente en los setenta. Esas décadas, en las que el Amor se mezclaba con los sueños químicos de la psicodelia, cargaron con las balas del nihilismo a los miembros de un ideario universalista, tan ligero como el posicionamiento de diversión que pregonaba. Tal euforia por recibir la sexualidad latente, sin apenas digerir lo que significaba abordar la entrega de lo más íntimo de un ser vivo a otro, es el elemento que hila la desequilibrada y lacerante producción del natural de Oxford. Desde su primer título publicado en 1973 (El libro de Rachel, por el que recibió el Premio Somerset Maugham), las impresiones seriadas de Martin Amis no suelen dejar indiferente a nadie por su fuerza descriptiva y situacional; a la vez de por el sentido que el antiguo colaborador de The Observer da a cada una de sus frases, destinadas a desmitificar el espejismo de bondad publicitado por la contemporaneidad tecnológica.
A tal mensaje de negación ética voluntaria responden, con semejante contundencia a la desplegada por La viuda embarazada, muestras de su talento como las excelentes e irascibles Niños muertos o Dinero. Eso por la parte de la ficción, ya que en sus relatos sobre la realidad el actual profesor de la Universidad de Manchester tampoco esconde la cabeza, como lo reflejan –entre otros escritos- Koba el temible y El segundo avión; 11 de septiembre: 2001-2007.
El cosmos evocado por Amis es de los que remueve las tripas de la conciencia y las neuronas de las mentes de sus congéneres; algo que tampoco ha pasado desapercibido para el séptimo arte, industria que ha llamado repetidas veces al domicilio inglés de este agitador del comportamiento colectivo. La futurista Saturno 3 (Stanley Donen, 1980) es sin lugar a dudas la cinta más lograda hasta el momento adaptada de un texto del responsable de El infierno imbécil. El argumento del filme versaba sobre un robot con instinto violador y asesino, que hacía suyas las obsesiones de su creador con respecto a la mujer del capitán de una nave espacial. Kirk Douglas (como el comandante), la bella y recientemente fallecida Farrah Fawcett (en la piel del objeto de la pasión robótica) y Harvey Keitel (encarnando al perturbado que introduce el pensamiento de la máquina) realizaron unas caracterizaciones que se recuerdan por la vibrante desenvoltura activa.
Tras el más que apreciable largometraje de Donen, las palabras de Amis también dieron pie a las producciones Seducir a Raquel (floja versión en celuloide del original literario, que dirigió en 1989 Damian Harris), Dead Babies (William Marsh adaptó en 2000 el homónimo volumen de papel, con Paul Bettany encabezando el reparto) y Money (miniserie de dos episodios realizada por Jeremy Lovering, en 2010). Esto si se exceptúa el hecho de que Martin Amis apareció en un papelillo en Viento en las velas (la bucanera película de Alexandre Mackenderick, protagonizada por Anthony Quinn y James Coburn en 1965); aunque el escritor solamente contaba dieciséis años de edad.
El vitriolo narrativo del británico, uno de los más mediáticos de esas latitudes, esparcido en cada página de La viuda embarazada ha levantado desde su aparición no pocas polémicas. A nadie le gusta que un espejo, aunque sea simplemente literario, le saque las vergüenzas generacionales y los recuerdos borrados entre pastillas adormecedoras e hipotecas millonarias. Pero Amis es así: le gusta hacer que el público reaccione con sus párrafos encadenados; algo que -con toda seguridad- volverá a lograr en su próxima y anunciada obra: Lionel Asbo.