Paolo Sorrentino se rinde ante “su sirena”

Paolo Sorrentino se rinde ante “su sirena”

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Paolo Sorrentino
Paolo Sorrentino filma un poema cinematográfico de gran sensibilidad audiovisual, con “Parthenope”.

Paolo Sorrentino es un cineasta obsesionado por transmitir emociones a golpe de imágenes, sin importarle demasiado las ambiciones comerciales vacuas o la espectacularidad artificiosa que suele acompañar a muchas producciones en formato de celuloide de naturaleza planetaria.

Las películas de Sorrentino hay que degustarlas con el tiempo acompasado de las nostalgias al borde de los abismos existenciales, siempre emulsionadas por sensaciones pretéritas e inaprensibles en sus aspectos más lesivos. Como su compatriota Giuseppe Tornatore, el creador de La gran belleza no entiende de urgencias cosmopolitas ni de aldeas globales; ya que sus universos gozan de la singularidad que les otorgan sus personajes profundos y experienciales, cual viajeros eternos que transitan sin rumbo por geografías entristecidas y plenas de desafecciones colectivas.

Parthenope colma de lleno las obsesiones artísticas de Paolo Sorrentino: una obra de amargura desbordante, cuya trama sigue la hipnosis enfebrecida de una mujer de impresionante belleza y juventud, a la que le resulta imposible mostrar un mínimo de pasión amorosa hacia los numerosos hombres que tienden a admirarla, como si fuera una diosa terrenal y etérea.

El guion elaborado por el propio director recala en un paraíso/ infierno identificado con la decadencia constante de una urbe de Nápoles ansiosa por una salvación que nunca llega; y donde sus habitantes se transforman en sutiles marionetas de rutinas ahogadas por llantos que claman en medio de un sinfín de desastres anunciados.

Paolo Sorrentino
Paolo Sorrentino confía la película a la joven actriz Celeste Dalla Porta.

En semejanza a la homónima sirena que intentó embrujar a Ulises en La odisea, el rol de Parthenope ejerce una influencia notable en el cosmos de ruindad que la rodea, elevada a los altares de las personas que están por encima del bien y del mal, y atrapada en las costuras de un ser de perfección asfixiante.

La joven actriz lombarda Celeste Dalla Porta es la encargada de dotar de físico y gestualidad a la esquiva Parthenope, cuando su juventud exultante causa estragos en la Italia de los años cincuenta. Un curso vital que culmina con la protagonista en su etapa de madurez, interpretada por la calmada y coherente Stefania Sandrelli. Un lapso psicoanalítico que le permite a Sorrentino ilustrar los cambios significativos de un entorno napolitano alumbrado por el surrealismo de su intrahistoria más rocosa y lacerante.

PAOLO SORRENTINO SIGUE EN BUSCA Y CAPTURA DE LOS RESORTES QUE MARCAN LA PERFECCIÓN HUIDIZA DE LA NATURALEZA RENACENTISTA

El paso de las décadas impregna de nostalgia cada una de las secuencias voluntariamente aterciopeladas de Parthenope, como si fuera un extenso poema audiovisual disuelto entre la efervescencia tonal de la música de Gino Paoli y Riccardo Cocciante.

Así es como Paolo Sorrentino humedece las emociones desbocadas que nutren la película, fórmula con la que mantiene el impacto sensual de las inspiraciones prestadas del cine de Federico Fellini y de un barroquismo neorrealista y oscuro.

Desde el nacimiento del personaje principal, sumido en el misticismo mitológico de un mar de eternidad alegórica, el film explora las entrañas de una joven de deslumbrante belleza, comparable ligeramente a la de la Venus de Sandro Boticcelli; tan fría como magnética, tan inteligente como incapaz de abrir las puertas al amor de pareja.

Paolo Sorrentino
Parthenope destaca por su capacidad para reflexionar sobre el concepto de belleza.

Sorrentino no escatima recursos artísticos para mostrar las diferentes capas sociales y sentimentales que alimentan los días de la mujer con nombre de sirena de Ulises.

Entre los momentos más memorables se encuentra la relación casual que la protagonista mantiene con el escritor John Cheever, a quien encarna con pasión somnolienta el actor británico Gary Oldman. La película muestra al autor de El nadador en pleno delirio etílico, perdido en una isla de Capri abonada al hedonismo y la voluptuosidad del disfrute sin medida. Este papel recuerda vagamente al que Toni Servillo caracterizó en La gran belleza, ambos sumidos en un laberinto de derrumbe progresivo e imparable.

Estas realidades contrapuestas dan una imagen atrayente a una cinta que expone los vicios y virtudes de una sociedad que sobrevive en medio de la desilusión continua. Todos los tipos que deambulan por el metraje de la movie se contentan con mantener un mínimo de esperanza, pese a ser conscientes de que al final acabarán engullidos por la tristeza que domina el mundo.

Y, como espectadora primordial, Parthenope asiste a sus experiencias sin comprometerse personalmente, congelada por el fantasma de su hermano, el cual comete suicidio por no poder entender la devoción que siente hacia la misteriosa y pétrea heredera del nombre de la sirena homérica.

Nota: Parthenope se puede ver en las salas de exhibición españolas desde el pasado 25 de diciembre.

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