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Un restaurante en el que solamente quedan los fantasmas de los antiguos clientes, con la penumbra como único foco de profana luminosidad. De repente unos disparos rasgan la cortina del silencio, y un hombre cae muerto. De pie, una mujer con el rostro contraído y la mirada desvanecida por el dolor, tal vez por el odio, se mueve con cierta indeterminación por la estancia, para borrar sus huellas. El humo que sale de su pistola indica que ella es la autora de la detonación, pero las apariencias pueden engañar casi más que las sombras regadas con el alcohol resacoso de las tabernas… De esta forma comenzaba hace sesenta y seis años Alma en suplicio, la película -dirigida en 1945 por el realizador de origen húngaro Michael Curtiz- que HBO ha transformado en 2011 en una más que atractiva mini-serie de televisión.
Mildred Pierce es el título de la producción que dirige para la pequeña pantalla –basada, como la mencionada obra de los cuarenta del responsable de Robin de los bosques, en la homónima novela escrita por James M. Cain– el versátil y sólido Todd Haynes. El filmador nacido en California confirma así su pasión nunca oculta por el celuloide con aroma a cine de género; algo que demostró con creces y más que notables resultados en 2002 con la romántica cinta Lejos del cielo, filme en el que el creador californiano desbordó su gusto por el melodrama al estilo del inimitable Douglas Sirk. La historia de Mildred, una fémina que debe sacar adelante a su familia a través de su fuerza y capacidad para tirar del carro de la supervivencia, llamó poderosamente la atención de Haynes; quien no pudo rechazar la oportunidad de dejar su impronta en la adaptación de este clásico, que circula con seductor trazo por entre las aguas dramáticas y policiacas.
La magnífica ambientación le sirve al director de I’m Not There para trasladar al formato de televisión el argumento descrito en el libro del narrador de El cartero siempre llama dos veces. Apoyado en el texto original, y durante cinco capítulos, el cineasta angelino dibuja el arco existencial de la protagonista: una dama, al borde de la resistencia, que debe afrontar los numerosos retos que le impone una realidad marcada por la constante tragedia personal. Dueña de un próspero restaurante y casada con un hombre al que solamente parece importarle su dinero, la Sra. Pierce es una madre coraje de armas tomar. Sin embargo, la horma de su zapato es la pequeña Veda: una díscola muchachita que está empeñada en perturbar la paz de su mamá con su comportamiento de femme fatale. Al final, el asesinato del marido de Mildred marca el devenir de estos personajes, abocados desde el pitido inicial a un desenlace sorpresivo.
La británica Kate Winslet (Reading, Berkshire, Inglaterra, 1975) es quien se pone los vestidos de Mildred Pierce; a la vez de la faz desgraciada y turbadora de la supuesta criminal. La oscarizada actriz ayuda con su presencia y trabajo a dotar de empaque a esta serie, en la que también destacan las colaboraciones de la joven Evan Rachel Wood (la Sophie-Anne Leclerq de True Blood encarna a Veda), el inglés de nacimiento y australiano de adopción Guy Pearce (como el degenerado Monty Beragon) , el irlandés Brian F. O’Byrne (a quien los espectadores pueden asociarle con el rostro del sacerdote de Million Dollar Baby) y la premiada Melissa “The Fighter” Leo.
Muchos son los puntos a favor de esta grabación de Haynes; aunque la misión de hacer olvidar durante media decena de horas a la estupenda Alma en suplicio, de Michael Curtiz, es una tarea más que complicada. Este largometraje de 1945, que supuso el segundo Oscar para Joan Crawford, es de los más valorados en la prolífica carrera del responsable de Casablanca y Navidades blancas. Junto a la excelente labor tras las cámaras del húngaro, la caracterización de la genial Joan Crawford, como la golpeada por la realidad Mildred Pierce, y la no menos virtuosa réplica que compuso la bella Ann Blyth (en la piel de la amoral Veda) hicieron de este título un referente de culto para todos los amantes del séptimo arte.
Poco queda ya del tiempo de estrellas y misterio que vivieron Curtiz, Crawford y Blyth. La elegancia de antaño se perdió fotograma a fotograma conforme los estudios dilapidaron su capacidad para exportar sueños inalcanzables, e imágenes solapadas con el raso de las telas y las nubes intoxicadoras de cigarrillos rebosantes de perfumes embriagadores. Como la nostalgia siempre queda, Todd Haynes no se resiste a olvidar; y con gente como él nunca moriran del todo los labios carnosos de stars como Ann Blyth, ni las miradas profundas de mitos como Joan Crawford; pese a que estén representados en la era digital por las facciones de los iconos de la industria más actual.
