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Los medios de comunicación, a veces tan dados a catalogar a las personas con etiquetas bastante manidas y de sentido global y uniformador, suelen referirse a Michel Houellebecq (Francia, 1958) como el enfant terrible de las letras del idioma que unió a Víctor Hugo y Emile Zola. Y, tal vez, tengan parte de razón; ya que la prosa de este agitador de conciencias tecnológicas es de las que levantan ampollas en las mentes políticamente correctas del liberalismo económico.
En varias ocasiones, Houellebecq estuvo a punto de ganar uno de los premios más prestigiosos de su tierra, el Goncourt; y en todas ellas fue superado por otros colegas no menos resaltables. Pero este año ha sido el suyo, para hacerse las fotos de rigor con el mencionado galardón entre sus manos. Lo ha alcanzado con su novela más reciente, titulada El mapa y el territorio; aunque bien podría haberse alzado con tal distinción por las vitriólicas y desconcertantes historias de Las partículas elementales y La Plataforma.
Hay algo de baudelairiano en el trabajo del autor nacido en una isla de ultramar, vestigio del otrora imperio gabacho; y se vislumbra bastante poco –lamento opinar así- del barroquismo gótico de Lovecraft o de la serenidad consciente e hipnótica de Thomas Mann y Albert Camus.
Creador de textos casi generacionales (prácticamente todos los que hemos nacido a partir de la década de los setenta, vemos en sus descripciones descarnadas de las relaciones humanas un fiel retrato de lo que, más o menos, nos ha tocado vivir), Houellebecq tiene mucho de Brett Easton Ellis y hasta de Philip Roth, en cuanto a personajes atormentados por la realidad; marcados por un nihilismo que les lleva a convertir sus esperanzas en recortes de existencias malgastadas, normalmente por el sexo y otras variantes de expresión de una individualidad ahogada y -la mayoría de las veces- perversamente dual.
El mapa y el territorio aún está pendiente de publicación en España y el resto de países latinoamericanos coincidentes en verbo y diccionario; pero el propio escritor ya ha avanzado que es una de sus obras más fáciles de leer, en la que sin duda estará de nuevo el ramillete de obsesiones que Mr. Michel ha venido desgranando durante más de dos décadas. Flores muertas de incierto comportamiento con las que el narrador espera desnudar la tragicomedia constante del hombre del siglo XXI.
¡Enhorabuena por el Goncourt, Michel Houellebecq!
