Insidious llega a su cuarto título, con una cohorte de seguidores estimulados por su infalible fórmula para provocar el terror colectivo en el patio de butacas.
Un pensado engranaje de naturaleza tenebrosa, que centra su espectacularidad en maquillajes espectrales, énfasis exponencial de los sonidos estridentes y mucha oscuridad de por medio.
El espacio entre la realidad y la pesadilla vuelve a ser el decorado escogido por el bostoniano Adam Robitel (The Taking) para recrear los viajes psíquicos de la médium Elise Rainier (Lyn Shaye); aunque para este episodio de la tetralogía, el guion se presta al retroceso argumental, después de la escasamente efectiva tercera entrega de la saga.
De esta manera, la historia concreta su singladura en torno a los antiguos pavores de la veterana conversadora con los fantasmas, llamada Elise Rainer. Unas sesiones que en La última llave acercan a la sensible señora al territorio de un antagonista capaz de erizar los pelos incluso al exorcista ideado por William Peter Blatty.
El también actor Leigh Whannell (el cual encarna a uno de los dos ayudantes de Rainier en el filme) es el encargado de elaborar el libreto de este relato, en el que las conexiones entre el mundo de los vivos y el de las ánimas en permanente estado de criminalidad se encuentran tan cerca como lo puede estar el salón de la cocina, en un piso de 200 metros cuadrados (cuidado con los asaltos madrugadores al frigorífico).
INSIDIOUS APUESTA POR EL TERROR CLÁSICO
Boris Karloff, en la excelente cinta El héroe anda suelto (Peter Bogdanovich, 1968), recordaba ante la cámara que los auténticos monstruos eran los que generaban la muerte y el miedo en la vida real, y no los seres creados por la imaginación de cineastas y narradores con ganas de provocar el pavor esotérico. Tal afirmación, en boca de uno de los actores más míticos del género, dejaban clara la raíz virtual de los horrores que triunfan en la pantalla, y que están estrechamente hermanados con lo desconocido y los comportamientos perturbados.
Consejos que parece seguir Robitel.
En su intento por regresar a los ambientes góticos diseñados por James Wan en 2010, Insidious acierta a la hora de actualizar la visiones literarias de Lovecraft y Poe con unos ingredientes de efectismo sensitivo, muy evidentes cuando la imagen y el sonido entran en sincronía.
Unas estudiadas emociones de naturaleza fantasmal, que los responsables de La última llave escenifican a base de decorados expresionistas, y máscaras inspiradas en el teatro japonés de marionetas.
Los colores apagados y las luces impactantes protagonizan el paisajismo voluntariamente enfermizo de este cuarto capítulo, el cual arranca un tiempo después de los hechos acaecidos en el primer título del serial.
Según el argumento del filme, la médium Elise Rainier se encuentra en una situación un tanto delicada, tras su enfrentamiento con el demonio psicópata que atemorizó a los Lambert. Pero eso no la desamina hasta el punto de no agarrar la maleta, para trasladarse con sus colaboradores (interpretados por Leigh Whanell y Angus Sampson) a una tétrica casa en Nuevo México, donde una adolescente corre el riesgo de ser abducida por las fuerzas de la oscuridad (y no se trata de Darth Vader).
Josh Stewart (Interestellar) y Spencer Locke (Resident Evil: Extinction) acompañan a la veterana Lin Shaye en esta arriesgada odisea al otro lado de la conciencia humana: ruta que guarda bastante similitudes a la que efectuó la singular Tangina (Zelda Rubinstein), en Poltergeist.
Nota.- Insidious: La última llave llegará a las salas de exhibición españolas el próximo 5 de enero.
Tráiler oficial de Insidious: La última llave, por Sony Pictures Entertainment