Godard bota su crucero social
La Nouvelle Vague fue un movimiento irrepetible, y embrionario de gran parte del cine que se ha venido haciendo desde finales de los cincuenta a la actualidad. Los diferentes retratistas de imágenes en movimiento, que se atrincheraron en los años del idealismo izquierdista en la redacción de Cahiers du cinéma, alentaron con sus propuestas una forma de entender el componente cinematográfico hermanado con la vida diaria, sin el sincopado amaneramiento narrativo de un clasicismo que había enturbiado -en la mayoría de las ocasiones- el poder hipnótico del universo a base de encuadres.
Desde las posturas más internacionalistas y entendibles por el público de François Triffaut y Claude Chabrol a las teorías más experimentales de Alain Resnais y Éric Rohmer, la genialidad de este grupo de creadores en formato de celuloide dio alas a la industria -basada en la repetición de fotogramas a determinada velocidad por segundo- para que tomara peso como Séptimo Arte en sí misma. Entre ese ramillete de elegidos, el nombre Jean-Luc Godard (París, 1930) destacó proyectando una luz cegadora en esa época de bohemia en blanco y negro, con una retina profesional siempre alimentada por su búsqueda incesante de un lenguaje puramente audiovisual, sin muchas intermediaciones que lo privaran de una total liberación de los anclajes del pasado.
Frente al constante tono -normalmente algo aburguesado y aliñado con diálogos interminables- de muchas de las películas provenientes de la tierra de Julio Verne, el autor de las sobresalientes Al final de la escapada (1960) y Pierrot el loco (1965) estrena este mes Film Socialisme. Poco le importa al contestatario director que el parqué político esté más devaluado que los premios Oscar, ni que el asunto de la trascendencia ideológica de los partidos se juegue siempre en el neutral terreno de un centrismo ambiguo y subterráneo; ya que él trata de las cuestiones que quitan el sueño a la sociedad de estos tiempos de tecnología y desánimo, a través de la aparente individualidad de sus personajes.
Una familia, caracterizada en la parte de los padres por los actores Catherine Tanvier y Christian Sinniger, da pie al cineasta nacido en Francia y suizo de adopción para acometer planteamientos filosóficos, como el de la soledad pese a pertenecer a la publicitada globalidad de Internet o el de la incapacidad para comprenderse aun hablando el mismo idioma. Godard, como en él suele ser habitual, trasciende pronto de la historia central de la cinta, para anunciar al espectador que no debe quedarse en la mera identificación de una acción concreta; ya que lo acontece en la pantalla está destinado a abrir las ventanas de la percepción, y a motivar asuntos tangenciales e igualmente importantes en el contexto general.
Rodada en el estilo casi amateur con el que le gusta trabajar al octogenario realizador europeo, el responsable de la poco valorada en su momento King Lear (versión más que particular de la homónima obra de William Shakespeare, que Godard grabó con un impresionante Burgess Meredith en la piel de don Learo, en 1987) reflexiona largo y tendido en cada secuencia sobre el escaso caché de la intelectualidad -sin ánimos de lucro inmediato- en esta primera década del siglo XXI, y sobre la negación constante de las circunstancias que convierten a hombres y mujeres en seres supuestamente racionales. JLG sigue apostando -como en la mayoría de los títulos que componen su itinerario curricular- por localizar la esencia de lo visual, por encima de las convenciones argumentales. En todas las escenas de Film Socialisme continúan escuchándose los latidos de la otrora asfixiante militancia existencialista -germen del espíritu post mayo del 68- del creador de Yo te saludo, María (1983); porque en su mente, lo que se cuenta no es tan importante como la manera de plasmarlo. El objetivo técnico de Jean-Luc Godard goza en sus producciones de un poder absoluto: dictadura que, en no pocas ocasiones, le ha pasado una factura -en forma de películas fallidas- cuya responsabilidad él nunca ha escurrido.
Lo más seguro es que los que deseen empaparse con el conocimiento del autor de Todo va bien no se sientan colmados con la simple degustación de Film Socialisme. Si este es el caso, la recomendación pasa por adquirir en cualquier tienda Al final de la escapada (1960), apagar las luces una vez puesto el disco en el aparato de reproducción y sentarse ante el televisor, para soñar con la espléndida vitalidad y fuerza que desprendían Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en un impecable blanco y negro…