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Cuando suenan las doce campanadas en el magno reloj de la Royal Opera House de Londres, la muchacha llamada Lucette -la del vestido esplendoroso que hacía suspirar de amor al príncipe encantador- regresa cada noche a su realidad de chica deprimida y solitaria; a su cuarto de pobreza y decrepitud, condenada al olvido por su propia familia. Aunque en este verano de 2011, esa joven -inspirada en La Cenicienta de Charles Perrault- tiene el beneplácito de poder cantar su historia en uno de los escenarios más importantes del planeta, como es el que se levanta en la capital del imperio británico. Y el dato no es baladí; ya que la partitura escrita por Jules Émile Fréderic Massenet (Saint-Étienne, Francia, 1842- París, 1912), bajo el título de Cendrillon, ha tardado más de un siglo en traspasar las puertas de la regia institución, colindante con el Covent Garden.
Compuesta por el maestro de Manon, y alabada en su día por creadores de la talla de Ruggero Leoncavallo y Giacomo Puccini, la opereta de Massenet conoció su bautismo ante el público en 1899. En ese tiempo, los dramas eran los que solían llevarse el aplauso más efusivo de los admiradores del género; sin embargo, la humorística apuesta del compositor galo alcanzó cierta notoriedad en el circuito a nivel popular; aunque no fue lo mismo en los salones de la intelectualidad europea.
La divertida confusión de sexos (en la línea del teatro de Shakespeare) y la pantomima (del estilo de la esbozada por Mozart en algunas de sus obras) son dos de las características de esta producción orquestal, que intenta retener parte de la fama obtenida anteriormente en el bell canto con el relato infantil de Perrault; en concreto la conseguida por Rossini, con La Cenerentola, y Prokofiev, con el ballet Cinderella. El compositor de la tierra de Alejandro Dumas narra de manera libre el original literario. Y despliega la acción a lo largo de tres actos, en los que la evolución sainetesca está representada por momentos ciertamente brillantes, a la vez de sumamente entretenidos.
Esta particular visión de La Cenicienta se desarrolla en un tiempo indeterminado –que bien podría abarcar desde el siglo XVIII hasta la segunda mitad del XIX-; y en un lugar sin latitudes en un atlas (aunque los diálogos entonados en la lengua de Molière dan cierta idea al respecto de la localización terráquea). En una de las casas de ese reino ficticio vive Lucette, una joven dulce que sufre la ausencia de su madre; a la vez que procura aportar compañía y sostén a su progenitor. Pero la carne es débil, y el papá de la damisela vuelve a sentir la llama del amor en la persona de la malvada Madame de la Haltiére. Esta segunda esposa toma las riendas del hogar al lado de sus dos repelentes niñas: Noémie y Dorothée. Las nuevas inquilinas hacen la vida imposible a la pobre Lucette, que pasa a ser llamada como Cendrillon. Un día, llega a todos los sitios de postín una peculiar invitación a un baile de etiqueta: cita en la que el príncipe promete escoger a su prometida. En la mansión del señor Pandolfe las féminas se arreglan para presentarse al acto; bueno, todas menos Lucette. La protagonista debe quedarse escondida en la propiedad mientras sus parientes se lo pasan bomba abandonándose al bailoteo. Pero, cuando pensaba que ya estaba abocada a lamentar su mala suerte, un hada madrina se le aparece a Cendrillon; y le regala a golpe de varita un vestido de los de quitar el hipo, además de un vehículo de elegancia suprema. Así, la inocente girl acude al baile, y se gana el favoritismo del príncipe. Sin embargo, nada dura eternamente; y el hechizo solamente tiene de plazo hasta las doce de la noche. A esa hora, Lucette sale corriendo del palacio para que su verdadera identidad no fuera descubierta. Mientras, el heredero del trono se queda con el gesto compungido, a la vez que guarda celosamente la unica pista para encontrar a la femme sin nombre: un simple zapato de cristal.
Hasta el próximo 16 de julio, este argumento de mensaje optimista -coronado con las sorpresas del azar existencial- hará las delicias del público que se acerque a la Opera House de Londres; un espectáculo en el que sobresale la presencia de la mezzo-soprano estadounidense Joyce DiDonato (Kansas, 1969). La vocalista -conocida sobre todo por sus interpretaciones en Las bodas de Fígaro, de Mozart, o Alcina, de Handel- muestra su portentosa técnica en la piel de la bella e ingenua Lucette/ Cendrillon. Siguiendo la estela de otras mezzo-sopranos del país de las barras y estrellas –como Emily Righter-, la rubia diva -cuyo nombre real es Joyce Flaherty– da un paso bastante importante en su meteórica carrera; al ser el principal reclamo de esta adaptación de la obra de Massenett, que dirige con especial mimo y soltura Laurent Pelly. En cuanto al resto del cuadro escénico, el versátil y veterano Bertrand de Billy se encarga de la parte del narrador; Eglise Gutiérrez hace lo propio con el hada madrina La Fée; Alice Coote se caracteriza como hombre dentro de las calzas del príncipe encantador; y Ewa Podles actúa de la madrastra Madame de la Haltiére. Junto a ellos, Jean-Philippe Lafont (como Pandolfe), Madeline Pierards (Noémie) y Kai Rüütels (Dorothée) también acreditan importantes colaboraciones.
En la parte técnica, la medida coreografía de Laura Scozzi y el diseño del escenario ejercido por Barbara de Limbur ayudan igualmente -y de manera más que sobresaliente- al equipo artistico para que el reconocimiento operístico de Cendrillon sea de los que llaman la atención en la programación veraniega, y habla en favor del competente trabajo que se ha orquestado sobre las enérgicas notas y palabras ideadas por Massenet.
Aparte, las representaciones londinenses de DiDonato también le están sirviendo a esta aspirante al Olimpo de la lírica para dar a conocer su último CD (editado por Virgin Classic). Una grabación en la que la norteamericana aplica su cuidado timbre para lucirse en 16 cortes, en los que dota de vida sonora temas tan conocidos como Je suis gris! (Jules Massenet); Giunse Alfin Il Momento (Las bodas de Fígaro, Mozart); Premiers Transports Que Nul M’oublie (Romeo y Julieta, Berlioz); o Seien Wir Wieder Gut! (Ariadne Auf Naxos, Richard Strauss). Como punto de interés añadido, la música que acompaña a cada una de las composiciones está conducida por el genial Kazushi Ono, quien comanda con su batuta los acordes de la Orquesta Nacional de Lyon.
Más información, entradas y horarios en http://www.roh.org.uk
Más información sobre Joyce DiDonato y su último CD en http://www.joycedidonato.com y http://www.virgin.com
