Ken Follett solía visitar de niño, con sus padres, la elevación pétrea de Stonehenge. La disposición de este monumento megalítico captó la atención del escritor de inmediato, interesado por las leyendas e incertidumbres que hablaban sobre la utilidad y significado de este círculo “mágico” y milenario, ubicado a poco más de treinta kilómetros de la localidad inglesa de Salisbury.
Movido por las conjeturas y una investigación intensiva de los estudios más reputados sobre el significado y naturaleza de Stonehenge, Ken Follett ha elaborado la novela titulada El círculo de los días (Plaza&Janés): un fresco coral protagonizado por los habitantes tribales de Reino Unido, en torno a 2500 años en la antigüedad.
La diluida manera de narrar usada por el responsable de Nunca hace de motor casi audiovisual de un relato embadurnado por conspiraciones, actitudes entre ancestrales y espirituales, amores prohibidos, rituales sangrientos y una adecuación de las costumbres poblacionales que no distan mucho de las que se podían hallar en la exitosa saga iniciada por Los pilares de la Tierra. Tales mimbres rozan en algunos momentos una cierta inverosimilitud rutinaria, aunque no desentonan en demasía con los usados por la franquicia literaria de El clan del oso cavernario, en este caso ambientada en la era paleolítica, ideada por Jean Marie Auel.
Follett exhibe en El círculo de los días los problemas de un minero de sílex, una sacerdotisa y una joven agricultora, encuadrados en un mosaico de trascendencias eternas, y determinados por la titánica sombra espectral de Stonehenge.
La presencia del monumento megalítico, encuadrado en la denominación de crómlech, se atisba en cada capítulo como un talismán de inusitadas consecuencias.
Follett otorga una importancia subliminal al levantamiento sureño fechado entre el Neolítico y los principios de la Edad del Bronce, el cual se erige a unos cuantos kilómetros de Salisbury, rivalizando en magnificencia con la imponente catedral de esa región (el simbolismo religioso no es casual).
KEN FOLLETT SE INTRODUCE EN LOS ORÍGENES DE STONEHENGE, A TRAVÉS DE UNA ESTRUCTURA NARRATIVA CERCANA A LA DE UNA SERIE DE TELEVISIÓN
La prosa directa y sencilla, sin laberintos ocultos, del galés Ken Follett siembra en El círculo de los días un puñado intereses evolutivos, mediatizados por la pintoresca galería de los personajes principales.
Cono eje del texto se encuentra el soñador y esforzado Seft, un minero de sílex que vive con un padre maltratador y unos hermanos que le desprecian. Este joven recorre la Gran Llanura en pleno calor estival, con el fin de celebrar el solsticio de verano al lado de la bella y sorprendente Neen. Él ama a esta muchacha perteneciente a una familia de agricultores, pero el progenitor de Neen no está muy de acuerdo con semejante relación.
A estos se une Joia, la extraña y misteriosa hermana de Neen: una sacerdotisa idealista y con capacidad de liderazgo, la cual sueña con la construcción de un monumento que rindiera homenaje al Sol, sin olvidar ninguna de las implicaciones esotéricas que emite el astro rey.
Sin embargo, la propia idiosincrasia de cada una de las múltiples tribus que ocupan la Gran Llanura hace que los problemas se sucedan, sublimados por la intensa sequía que se vive en la zona. Todo un caldo de cultivo que dirige la trama hacia la violenta actitud de los ganaderos, los cultivadores y los habitantes de los bosques.
El autor de La armadura de la luz ha estudiado a fondo las diferentes fases en que Stonehenge fue construido. Según los historiadores, el monumento megalítico fue elaborado entre el 3100 a.C. y el 2000 a.C. De hecho, acorde con las pruebas de carbono, la primera piedra azul se estima que su posicionamiento ocurrió entre el 2400 a.C y el 2200 a.C.
Ken Follett se ha leído con avidez los textos del arqueólogo Mike Pitts, para desplegar un punto de vista sólido sobre cómo vivían los que dejaron su huella en la Historia con la elevación de Stonehenge. El creador galés imagina la manera en que los distintos pueblos del área colaboraron con una motivación que ni ellos mismos comprendían, casi como los arquitectos que buscaban huir de la trascendencia finita del ser humano, mediante la planificación de catedrales deudoras del reino celestial,
Entre las páginas de El círculo de los días hay pasiones carnales, envidias, torturas, violencia, amor y una necesidad inherente de formar equipo, los unos con los otros. Un cosmos de paradojas existenciales que parece ilustrado por un aura ajena al entendimiento simplista, y que KF describe con un sistema narrativo fluido y con un dramatismo voluntariamente teatralizado.
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