Pierre Lemaitre ha conseguido aunar el éxito popular con la positiva valoración crítica de sus novelas; algo que normalmente va disociado en la mayoría de los casos, y que le acerca a la estela de autores como Andrea Camilleri y Fred Vargas.
Tal realidad ha llevado al narrador parisino (psicólogo educacional de formación) ha encabezar en más de una ocasión la lista de los libros más vendidos en la tierra de Victor Hugo; ya sea con sus textos policíacos y sus oscuros thrillers, o con sus accesos folletinescos (calificativo para nada denigrante, ya que este género dio pie a verdaderas obras maestras de la literatura universal, en el siglo XIX y principios del XX).
Precisamente, Los colores del incendio (Salamandra) se inscribe dignamente en esta segunda variante del talento creativo de Lemaitre: una inesperada segunda parte del célebre bestseller Nos vemos allá arriba, cuyo arco argumental comienza donde finalizó la citada historia de la familia Péricourt.
Según ha declarado en algunas de las entrevistas concedidas a los medios de comunicación a raíz de la aparición de la mencionada secuela, el autor capitalino desea desglosar el siglo XX a lo largo de diferentes títulos; un propósito que se asemeja en intenciones al llevado a cabo por el británico Ken Follett.
Con independencia de los planes del novelista, quien incluso pretende abarcar las dos primeras décadas del siglo XXI; lo que sí parece claro es que esta primera tanda de la serie terminaría en los años cincuenta, con la que PL daría por concluido un ciclo de acontecimientos determinantes para la historia de Francia: lapso temporal de huellas imborrables, experimentadas por un heterogéneo ejército de personajes desnortados, destinados a monopolizar las diferentes tramas.
PIERRE LEMAITRE BUCEA POR LOS RINCONES DE LA CODICIA
La acción de Los colores del incendio arranca en 1927, justo cuando los protagonistas asisten al entierro de Marcel Péricourt: el patriarca del clan de banqueros y empresarios, que potenció la intriga de Nos vemos allá arriba. Al funeral asiste la única heredera del cuantioso patrimonio: la sufrida Madeleine.
Atrás ha quedado el suicidio del destrozado Édouard: el legítimo poseedor de los bienes familiares, que acabó sus días suicidándose; al descubrir su identidad oculta por una rocambolesca máscara de carnaval veneciano. Pero su desaparición ha potenciado que salgan a flote las distintas ambiciones familiares, pergeñadas por seres obsesionados con el poder y el capital.
Lemaitre refleja los distintos complots consanguíneos, en lo que es una inteligente traslación de los vaivenes de la época presidida por el crack del 29, y el florecimiento de los totalitarismos en Europa.
Los elementos barrocos, como si trasladara la escenografía art decó a las palabras, confluyen nuevamente en el curso narrativo de Los colores del incendio, como ya sucedía en Nos vemos allá arriba. Sin embargo, esta secuela no goza de los mismos ingredientes románticos y góticos de su predecesora; lo que resta un poco de contundencia sensitiva al resultado final.
Los fantasmas de la Gran Guerra quedan demasiado lejos en el decorado ideado para este segundo episodio de los Péricourt, aunque sí conserva el retorcido humor característico de las obras de Lemaitre; como si se tratara de un suculento teatrillo de guiñol.
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