Pálido Fuego rescata el primer canto de David Foster Wallace contra la deshumanización

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La editorial vuelve a poner en el mercado los laberintos emocionales de “La escoba del sistema”

De Alaska a Nuevo México, las letras alumbradas al carbón de las hogueras en el país de las barras y estrellas siempre han buscado –cual el oro en las montañas- lo que se ha venido en llamar la “gran novela americana”. Creadores aspirantes a esta categoría siempre los ha habido (John Steinbeck, William Falukner, Sommerset Maugham, Francis Scott Fitzgerald, Thomas Pynchon, John Updike…) y los habrá; sobre todo mientras el río de la vida en USA corra a la velocidad de las imperfecciones sociales.

Wallace publicó su obra inicíatica en 1987

Dentro de ese grupo, de autores capaces de esgrimir un texto con el que comprender los vaivenes de la existencia en la patria de Nixon y Roosevelt, David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962- Claremont, California, 2008) se erigió como el líder de una generación, cuyas ansias de alcanzar el book universal de cara a los súbditos del Capitolio y Wall Street se transformaron en renglones dedicados al vacío colectivo, empapados de desilusión: salitre en el ánima de unos náufragos programados para respirar en un mundo donde la tecnología es un tímido placebo de la insatisfacción.

El autor se suicidó en 2008, cuando sólo contaba con 46 años

Fallecido por ahorcamiento cuando solamente contaba cuarenta y seis aniversarios (producto de la depresión crónica que padecía desde su juventud), el vecino de la Estatua de la Libertad firmó una serie de obras que le catapultaron al engañoso Olimpo de los literatos más valorados, de cuantos nacieron en la era sesentera del hipismo contestatario (por lo menos, así lo celebraron en los círculos de los expertos e intelectuales de los ochenta y los noventa). Distinción que logró con sus excelentes disecciones en clave quirúrgica -muy propias de gente como Philip Roth– sobre tipos a los que la rutina les obliga a perder la fe, individuos malheridos por la realidad y cuya visión del triunfo les llega apoltronados en el salón de sus casas, eternamente mediatizados por el aparato de televisión o la pantalla del ordenador.

Fue el líder de una generación en la que también estaba Jonathan Franzen/ Photo Credits: Editorial Anagrama

Graduado con honores en el Amherst College, Wallace comenzó en el universo editorial con un relato de los de vitriolo en las páginas, recluido en las sensaciones de desmoronamiento constante que sufre cualquier hombre y mujer en este recriminatorio siglo XXI: centuria de esparto y jarabe de palo, en la que los mecanismos de protección medioambiental han quedado mortalmente quemados por el agujero de ozono filosófico (imposible de tapar, ni tan siquiera con los artilugios inventados de la nada por el rancio capitalismo de antaño). Esa oda a la confusión mediática y comunitaria fue bautizada con el sugerente título de La escoba del sistema, texto de 1987 que la editorial Pálido Fuego acaba de refrescar en España.

Los escritos del neoyorquino están cargados de análisis social

El vehículo de un aparente thirller se convierte en la excusa estilística perfecta para el vástago de profesores, con el fin de acometer sus intenciones de psicólogo, ataviado con una simple y figurada pluma en vez de un diván. Esto explica que el motor de la historia esté construido en torno a la faz de la ingenua Lenore Beadsman; una operadora telefónica, que sufre un colapso emocional cuando le cuentan que su bisabuela y veinticinco ancianos más han desaparecido de la residencia en la que estaban ingresados. Ahogada por los paisajes monótonos del Gran Ohio Desértico, la joven encaja el golpe con la habitual sensación de hastío; la misma que le provocan su aburrido trabajo y la relación, a vueltas con el pecado voluntario, que mantiene con su jefe: Rick Vigorous (también conocido irónicamente como Vlad el Empalador).

“La broma infinita” es el texto más conocido del literato estadounidense

El fatalismo que tiñe la paleta diaria de Lenore, al igual que del resto de los personajes (imbuidos en una dinámica hacia la desazón y la tragedia sin honores), hace de este cuaderno de bitácora -carente de reminiscencias de clasicismo helénico- un documento especialmente atractivo, estimulante para los lectores que se sienten como autoestopistas en una carretera sin tráfico. Vías compuestas por asfaltos que sólo transitan -de vez en cuando- camiones con parada obligada en el cementerio de las máscaras arrancadas.

Las tesis filosóficas de Wallace corren parejas al final de la era capitalista

Guarnecido con esos elementos, Wallace retrató en La escoba del sistema la primera entrega de su “gran novela americana”; pieza fundamental de un mural más extenso, que el de Ithaca intentó completar con El rey pálido y la genial La broma infinita. Un tríptico en el que la transformación es de las de espejo con manchas mohosas, reflejos con lamparones de por medio. Puzle entre el realismo y la fantasía cuya superficie se halla eclipsada por la tinta láser, sobre la que observar los rasgos deformados de los ciudadanos de este milenio: época enraizada en la opulencia de los prestidigitadores y la incoherencia afectiva.

La tragedia de la rutina es un tema común en sus relatos

Más información en http://www.palidofuego/la-escoba-del-sistema-david-foster-wallace.com

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