…Y Próspero se hizo Helen Mirren

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Julie Taymor versiona "La tempestad", con Helen Mirren como Próspera

Cuando William Shakespeare estrenó en sociedad La tempestad, las mujeres estaban excluidas de representar personajes sobre las tablas de teatros como The Globe. Algún efebo con rostro más o menos femenino se disfrazó con aparente soltura y eficacia para dotar de vida a Miranda, como ya lo habían llevado a cabo anteriormente en Romeo y Julieta, Hamlet o Macbeth. Los tiempos, como diría don Hilarión, han cambiado una barbaridad; y los papeles concebidos en su origen para ser escenificados únicamente por actores masculinos han modificado, en muchas ocasiones, su apariencia primigenia: les han crecido pechos, se les ha suavizado la piel y se les ha escondido la nuez. Una transformación tan radical es lo que ha experimentado el mago protagonista de La tempestad: el tiránico Próspero.

La directora ya había llevado a la pantalla, con resultados discutibles, "Tito Andrónico"

La directora Julie Taymor adapta al séptimo arte la obra original del autor de El sueño de una noche de verano, convirtiendo al ilustrado hechicero del manto sobrenatural en una señora de buen ver, como lo es la veterana Helen Mirren. La estrella británica de The Queen acepta el reto y, con su caracterización de “Próspera”, pretende hacer sombra en el ideario colectivo a shakespereanos de la talla de Sir John Gielgud, Sir Ralph Richardson, Marice Evans o Sir Michael Hordern.

"Los libros de Próspero", de Peter Greenaway, es una de las mejores traducciones en imágenes de "La Tempestad"

Sin embargo, Taymor no ha sido ingenua al escoger el libreto para realizar su polémica apuesta contra el clasicismo más tradicionalista. Para empezar, La tempestad es un texto extraño de por sí, con el que el bardo inglés se adelantó a su tiempo a través de una especie de invitación, en clave onírica y surrealista, para perfilar géneros como el de la ciencia ficción o la épica del absurdo. El poder magnético de esta creación teatral, la fuerza de sus discursos, la explícita coreografía dramática -sin música de por medio- y el erotismo velado -sin por ello menospreciar el mínimo decoro- son unos ejes conceptuales que ningún realizador despreciaría. La historia del antiguo duque de Milán expulsado a una isla en la que se erige como emperador autoproclamado, dando vida a espíritus ancestrales como Calibán y Ariel, seduce por su capacidad para provocar visiones que van más allá de la mera concatenación de hechos, mucho más lejos de lo que acostumbraba a alumbrar la tragicomedia del siglo XVII.

Maurice Evans, el doctor Zaius en "El planeta de los simios", también hizo del mago

Tal material es el causante de que la cineasta de Titus (la algo fallida versión del original de Shakespeare Tito Andrónico) y de la oscarizada Frida se haya colgado la cámara; y, con tal proyecto de semejante enjundia profesional, no tuviera el más mínimo problema para subir al carro del revisionismo literario a Helen Mirren (como Próspero con aspecto de gachí), Djimon Hounsou (Calibán), Chris Cooper (Antonio), Ben Whishaw (Ariel) y Felicity Jones (Miranda), entre otros.

Michael Hordern, como el tirano mago en 1980

Antes que Mirren, como ya se ha mencionado, ha habido multitud de adaptaciones cinematográficas de La tempestad. La primera de ellas fue en 1908, mediante un corto, dirigido por Percy Stow, que sorprendió a los espectadores de la época. Pero los homónimos trabajos más llamativos basados en el libreto del creador de la era isabelina han sido los grabados en 1960 (con Maurice “doctor Zaius de El planeta de los simios” Evans en la piel de Próspero, Richard Burton como Calibán y Lee Remick transformada en Miranda),  1979 (con el peculiar Derek Jarman como maestro de ceremonias) y el de 1980 (Michael Hordern estaba realmente brillante como el exduque de Milán). Junto a los resaltados, Peter Greenaway también aportó su barroco sentido fílmico en una magnífica reproducción de la obra, embutida en Prospero’s Books (John Gielgud fue el rostro de Próspero en este fresco en formato de celuloide, que captó gran parte de las obsesiones narrativas de William Shakespeare).

Derek Jarman se dejó seducir por el texto de Shakespeare en 1979

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